¿Cuántas veces necesitas hacer algo mal para aprender a hacerlo bien? En la naturaleza de todo ser humano está errar, estamos casi programados o diseñados para aprender a los golpes, a los trancazos, equivocándonos a cada rato como si no bastara una vez para que las cosas saliesen bien, como si fuese demasiado complejo hacer lo correcto al primer intento, como si fuese indispensable precisar de una segunda oportunidad para demostrar lo que podemos lograr.  Por algo alguien habrá creado la frase “echando a perder se aprende” y la verdad, después de fallar tantas veces, llega un momento en que por ley hay que acertar aunque también toque enmendar todo lo que se hizo mal.
Y qué más da, si tenemos toda una vida para practicar. Todos sabemos que ésta no viene con manuales ni instrucciones, obtenemos conocimiento por ensayo y por error, por causa y efecto y en el último de los casos, lo peor que puede pasarnos es que tengamos que empezar de nuevo.

“La vida es como un deporte extremo, todos los días arriesgamos algo para seguirla viviendo y aun así nada asegura que no muramos en el intento"…







Se abre el telón y aparece representada en el escenario una traición, les describo los personajes de la escena:
- Ella, la antagonista y la otra, que al verme entrar, luego de hacer gala de sus habilidades en la cama, la única palabra audible que logra articular es un monosílabo que no logro olvidar: -¡Ups!
- Él, el protagonista y autor de la obra, un desfachatado que tiene el tupé de poner cara de “yo no fui” ante semejante cuadro como si con eso se declarara inocente de su acto.
- Y yo, la coprotagonista y burlada, que le tocó hacer de víctima contra su voluntad y que en lo único que puede pensar es en matar al idiota que la acaba de engañar.
Ahora es cuando empiezo a entender las ridículas señas que hacía mi vecina sobre su cabeza, de seguro queriendo gritar: -¡Límate esos cuernos! Supongo que creerá que hice  todo lo contrario y que de haberle entendido en su momento, no les habría sacado tanto brillo como para que otros pudiesen verlos.
Y me toca escuchar sus excusas, sus motivos, como si lo que está frente a mis ojos en la habitación fuese obra de mi imaginación. Sale a relucir la típica frase con la que ellos suelen redimirse: -Me sentí tentado, soy hombre. Irónico que perteneciendo al sexo “fuerte” toque disculparlo por ser de carne “débil”.
Me niego a continuar el absurdo papel, ruego que de una vez por todas cierren el telón, llegó la hora de que se repartan los honores de la obra en cuestión: -¡y todos se los lleva el traidor! ¡Aplausos! Después de todo, la suya fue la mejor actuación.



Cuando llegue la hora de la despedida donde todo acaba y lo nuestro termina
Ya no habrá más nada que decirnos, ya no habrá razón para mentirnos.
La historia que juntos escribimos, los lugares a los que antes fuimos
Se llenarán de rostros desconocidos y presenciarán nuestros vacíos.
La casa en la que todo compartimos dejará escapar lo que vivimos
De pronto empezará a oler a olvido y no registrará nuestros latidos.
De todo lo forjado y construido sólo quedará un sentimiento guardado en el recuerdo
Seguramente nos desvaneceremos y nos volveremos polvo con el tiempo.
Acordemos no encontrarnos ése día para ahuyentar las melancolías
No me verás llegar, no te veré partir
Continuaremos nuestras vidas tú sin mí, yo sin ti.
Y entonces, viviremos en otros mundos y visitaremos otros sitios
Cada quien marchando hacia un rumbo distinto dándole una nueva cara a su destino.


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