Lanzar La Primera Piedra

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Cuentan que en algún lugar del mundo, los hombres más bravíos eran probados a caminar en el desierto con un saco de piedras a cuestas que representaban los pecados que habían realizado. En la travesía iban evaluando sus actos y en la medida en que se arrepentían y eran perdonados, el peso se iba aligerando. Las piedras se convertían en polvo que se colaba por el tejido del saco y se unía con la arena del desierto y así eran salvos o por el contrario, en tierra solidificada como una gran lápida y así eran condenados.
Muchos hombres, por temor a sufrir este último destino, tomaron la opción de ir deshaciéndose de las piedras en el camino y surgió así una modificación de la prueba, quedando casi soterrado el propósito y sentido original. Así fue como se dio paso a su nombre final: “lanzar la primera piedra”, con el significado de que después de hacerlo se marcaba el inicio de la liberación de los pecados cometidos.
Un buen día estaba un grupo probándose de esta manera, cada uno lanzaba una piedra al suelo cuando sentía que era absuelto de alguna de sus penas. Todos excepto uno, al que la mayoría juzgaba por el tamaño de sus faltas.
Uno de ellos, orgulloso por haber vaciado gran parte de su bolsa, lo increpó:
-¿Tan mal y tan gravemente has obrado en tu vida que se te es tan difícil despojarte de una sola de tus piedras?
Muchos de los presentes se quedaron boquiabiertos imaginándolo cometer los peores crímenes, otros negaron abrumados y el resto, lo miró con recriminación dejando entrever su indignación. Él no se inmutó, sólo se encogió de hombros sin mudar su rostro de expresión y respondió:
-¿Acaso lanzar piedras ha de limpiar mi conciencia?
-Se supone que en eso consiste la prueba: Aquel que quede libre de pecado, va deshaciéndose de ellas.
-¡Que los ángeles me asistan si la arrogancia me ciega e intento dictaminar mi perdón o mi condena!
-¿Qué dices?
-Aun cuando quedase sin pecado al lanzar la última, no podría redimirme de la soberbia que demostrase al arrojar la primera.
-Pues yo ya he lanzado más de una y siendo así, me parece un buen intercambio. Que la soberbia sea el pago por mis pecados, pero no tendré que cargar con ellos atravesándome el espinazo. Yo viviré soberbio a todas luces y tú morirás como pecador en su escondite.
El increpado meditó un instante y adoptando otro tono de voz preguntó:
-Entonces, ¿cada piedra que arrojas es un pecado que dejas?
-Por supuesto. –respondió el muy orondo y los demás se mostraron de acuerdo.
-Ustedes me miran incrédulos porque no he arrojado una piedra y yo ahora me sorprendo de lo mucho que pecan.
-¿Acaso no está repleta de pecados tu mochila? –replicó con sorna y todos rieron.
-Yo sólo he cargado piedras. –contestó llanamente sin sonreír apenas.
-¿Y por qué razón lo habrías hecho? –preguntó por primera vez escéptico.
-Pretendía enseñarles que un hombre común y corriente puede soportar peso semejante, pero he sido yo el aleccionado: mi carga es ligera porque no me pesan ni mi alma ni mi conciencia; en cambio, ustedes necesitan deshacerse de la suya porque sus penas son tantas que, tener que lidiar encima con esas piedras, les supone una tortura.
Al término de la travesía, los integrantes del poblado se asombraron de ver llegar a un joven enjuto llevando sin ninguna dificultad un aparatoso cargamento, mientras era seguido por un grupo de hombres fornidos que se mostraban bastante disminuidos a pesar de llevar una bolsa sencilla, pero ninguno que llevara las manos vacías. Creyeron entonces que la prueba había perdido efecto y empezaron a temer que el pueblo se sumiera en la perdición, ya que ni siquiera contarían con un héroe libre de pecado que les obsequiase con algún tipo de salvación.
Pese a ello corrió el rumor de que ese mismo grupo que había peregrinado en el desierto había regresado más fuerte, más justo y más noble que la mayoría de los hombres y se había deshecho de gran parte de sus defectos de carácter.
Más tarde, otros siguieron su ejemplo persiguiendo esas virtudes pero a diferencia de sus antecesores, no llevaban la bolsa llena de piedras sino que durante el viaje se iban adueñando de las que vieran y ésa era la sola prueba que mostraban al volver a la aldea, creándose con ese hecho una nueva leyenda. Puede que de allí se originará una vieja canción cuyos versos principales han estado en boca de más de uno por esos lares: “Sobran los pecados en donde abundan las piedras, antes de tirarlas es mejor recogerlas...".
Con el pasar de los años esta historia se ha desvanecido en el olvido y el único vestigio que ha quedado de ella es un cartel tallado en una gran lápida que reza: “Lance la primera piedra y dictamine su condena”.
Ninguno de sus actuales habitantes sabe con certeza lo que significa, pero suelen llamarla “la roca de la soberbia” en honor a quien talló esas letras.




2 comentarios:

  1. Precioso, tiene el sabor de las leyendas e historias antiguas, esas que viajan por los tiempo de boca en boca. De tanto en tanto se agradece una historia así, muchas gracias por traerla. Quiero desearte unas felices fiestas de Semana Santa. Besos guapa.

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    1. ¡Muchísimas gracias, Laura!! Es de las primeras historias que escribí y de las que todavía dudo de que estén bien logradas o de su efecto, así que me alegra que te haya gustado. Que disfrutes lo que queda de Semana Santa tú también. ¡Un abrazote!! ;)

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