La vida está rodeada de eufemismos, de expresiones que disfrazan las cosas para hacer que todo suene “más bonito”, de frases y palabras trilladas que repetimos para sustituir a otras que nos enloquecerían si las oímos.
Sabemos que no vivimos inmersos en cuentos de hadas pero nos empecinamos en sacar los finales felices de sus páginas, como no podemos simplemente cerrar los ojos o taparnos los oídos, camuflamos la realidad para fingir que estamos en un mundo distinto.
¿Y realmente resulta? Tal vez no, pero nos deja un poco más tranquilos. Nos gusta colocarle adornos a las cosas que no podemos soportar porque de una u otra forma las mejora, disminuye su crueldad. Es como cuando no toleras el café y te hacen creer que echándole azúcar su sabor amargo tiende a desaparecer  pero lo sabes, ¿verdad?, sigue siendo café.
¿Que por qué usamos eufemismos? Por miedo. Hay cosas, sucesos, palabras tan malsonantes que impactan fuertemente sobre nuestras cabezas y que mientras las procesamos pueden dejarnos paralizados y casi alarmados, porque todos lo sabemos: “la verdad duele”, entonces necesitamos que alguien baje el volumen o la intensidad mientras la dice para que no nos lastime ni nos afecte.
¿Qué quieres ejemplos?
Dime si es lo mismo decir “la hermana de mi amigo es una prostituta” a decir “la hermana de mi amigo es una trabajadora sexual”, decir “mi tío está pagando condena en una cárcel” a decir “mi tío se está reformando en un correccional”. No es lo mismo decir “murió violada, golpeada y descuartizada” a decir “su muerte fue trágica”.
¿Dime qué es más fácil oír: “Armaron un ejército de 500mil soldados para luchar por la paz” o “armaron un ejército de 500mil soldados para matar en la guerra”?
Y si los quieres más simples, en una sola palabra, solamente pregúntale a un abogado cómo llama al “delincuente” y te dirá que es su “defendido” o su “cliente”. Pregúntale a un médico cómo llama a un “enfermo” o a un psicólogo cómo llama a un “demente”, te dirán que es un “paciente”.
Pregúntale a un forense o a un detective qué encontró en la escena del crimen y te responderá un “cadáver” o un “cuerpo” en lugar de decir un “muerto”. Pues sí, resulta menos ofensivo, menos altisonante, más aceptable, ¿no crees?
Eufemismos o un intento desesperado, o hasta estudiado, de renombrar todo aquello que puede molestarnos o herirnos para consolarnos. Eso es lo que constantemente usamos porque a decir verdad, no nos gusta torturarnos.




¿Sabes qué detestamos incluso más que las tragedias? Los mirones que se detienen a ver cómo caemos en ellas. Se quedan pasmados de brazos cruzados moviendo únicamente sus pupilas para no perder de vista el más mínimo detalle de nuestra desdicha. Ahora entiendo por qué dice la gente que los finales más trágicos se viven a cámara lenta y no es porque el tiempo se detenga, nosotros avanzamos hacia lo inevitable pero nuestro alrededor es lo que permanece en suspenso, colmado de lentes vivas y ávidas por capturar el último segundo, el último movimiento, el único e inequívoco momento en donde nuestra vida da un sorprendente vuelco, de manera temporal o permanente pero tan determinante que nos termina  cambiando o destruyendo.

Odiamos a los mirones porque, de paso de que permanecen ilesos ante nuestra desgracia, hacen un espectáculo de nuestro sufrimiento y lo peor es que no podemos ni siquiera cobrarles por sentarse libremente frente al podio y disfrutar en primera fila de la obra que con nuestras lágrimas estamos produciendo.





Supongamos, y solo supongamos, que Dios existe. Supongamos que existe un Dios supremo culpable y responsable de nuestra existencia, creador de todo cuanto nos cubre, rodea y sostiene, como el cielo al cual miramos o el suelo sobre el cual caminamos, que destruimos y desperdiciamos a cada paso que damos.
¿Que aún no digo algo nuevo? Espera.
¿Que no crees en nada de lo que he dicho? Es una suposición. ¿Recuerdas?
Supongamos que le crees, confías ciegamente en él, lo adoras sin importar qué y obedeces su ley. Entonces, asumiré que lo amas por sobre todas las cosas aunque no sepas amar a ninguna, no tomas su nombre en vano aunque seas indigno de pronunciarlo y no lo usas en cualquier frase irrespetando su significado, lo veneras y lo santificas aunque no tengas idea de lo sagrado, honras a tus progenitores más de lo que los has decepcionado, no matas ni robas siquiera con el pensamiento porque eres incapaz de desearle mal a una mosca o de aprovecharte de algo de otra persona, todos tus actos son precedidos por la pureza y la nobleza, no abusas del engaño ni en broma porque defiendes a capa y espada la verdad, y no ansías nada que otro tenga porque eres exactamente feliz con lo que tienes y nada más. Y lo mejor de todo es que suceda lo que suceda, de la manera en que sea, en cualquier circunstancia, tenga los resultados que tenga tu fe no flaquea, permanece completa, luminosa y plena.
Bien por ti ¿o no?
Supongamos también que no lo haces, que no cumples su ley y todo aquello te parece un cuento sacado de un libro muy bien escrito que una multitud ingenua e irremediablemente ilógica decidió creer. Para ti solo existe lo que se puede comprobar, demostrar y ver, puesto que la certeza de vida o la simple existencia es tan antigua y remota que habría que retroceder muchos años y muchas constelaciones para poder dar con el origen en sí de todas las cosas. Lo importante es el aquí y el ahora, lo que somos hoy y lo que hacemos día a día; todo lo que carezca de una base lógica y real es obra de una mera superstición y mejor te va creyendo en teorías o en historias de ficción aprobadas por científicos, que en cuentos y leyendas de un Dios universal mítico, tan intangible, maravilloso y escurridizo como la imaginación.
Bien por ti ¿o no?
Ahora supongamos que eres escéptico con respecto a todo y el hecho de que exista o no, no te interesa. Lo único que sabes es que vives en una deteriorada realidad en donde te parece injusto que no haya tanta bondad para enfrentarse y sobreponerse ante una indecible maldad. Tropiezas día a día con escenarios trágicos, muerte, destrucción, crueldad y frialdad a borbotones, caos, dolor, culpa, sufrimiento a raudales, injusticias incontables, guerras y batallas interminables, tristezas agobiantes, vicios, enfermedades, frustraciones constantes, pesadillas que se repiten en sueños y que te escandalizan cuando despiertas. Y no puedes evitar pensar irónicamente: Si somos tan avanzados y la ciencia lo sabe  todo, ¿por qué no ha encontrado una forma de solucionar tantos problemas? Si de verdad existe un Dios en las alturas que nos hizo a su imagen y semejanza y aseguran que es divinamente perfecto, ¿por qué nos hizo tan imperfectos, permite que nos autodestruyamos infinitamente y se queda muy fresco desde los cielos disfrutando de la obra que ha creado para su entretenimiento? Así que te da lo mismo, pero entonces: ¿En qué crees?
Aunque de igual modo, bien por ti ¿o no?
¿Y en qué creer finalmente, en Dios, en la ciencia, en mitos o leyendas, en la realidad, en teorías, en la imaginación, en historias o en ficción? Supongamos que crees en todo, supongamos que crees en nada. ¿Y qué?
Todos necesitamos algo en qué creer sin importar que sea falso o cierto e incluso vacío o inexistente, ni siquiera que sea demostrable, solo que nos permita depositar nuestra fe. Porque todo en la vida se reduce a una sola cuestión: creer o no creer.

Y ¿quieres saber en qué creo yo? En una simple suposición, pero está bien por mí ¿o no?



 

Camino por la plaza adoquinada que solíamos visitar después de las seis, una hora perfecta para rodearse de intimidad sin necesitar soledad. Pasé al lado del banco donde descansábamos viendo el atardecer pero no me senté, saludé al heladero que nos vendía nuestra ración especial de amaretto pero no la compré, miré a la anciana necesitada con la mano extendida en la que una que otra vez colocábamos un billete pero no la ayudé, el ciclista levantó su mano en el aire para que la chocara pero lo ignoré, seguí de largo con las manos en los bolsillos indiferente a todos o tal vez a todo y me detuve frente a la fuente de deseos que guarda nuestros secretos y también los de otros; veo como una señora aprieta una moneda sobre su pecho antes de lanzarla al pozo y a una pareja repetir el mismo proceso sin modificarlo un poco.
Y mientras me rodeo de hechos redundantes, hechos que repiten la misma secuencia de forma constante y casi agobiante, me doy cuenta de que el mayor y más insoportable de todos es el recordarte porque nada se detiene, las cosas siguen su curso sin inmutarse por tu ausencia pero parece que es solo a mí a quien le afecta. Se me escapa un suspiro luego de decidir sentarme a lo largo del borde de la fuente, caras y sellos me muestran su deslucido reflejo desde el fondo mientras el agua me refresca la cara e incita a mis pupilas a soltar sus lágrimas. Ojalá la memoria no fuera tan hábil, así podría convertir el olvidar en un hecho igual de redundante y mi reciente pasado no acudiría a mi cabeza para molestarme.
Saco una moneda de mis bolsillos y me levanto, me giro hacia el pozo y cierro los ojos emitiendo una súplica por lo bajo, pero justo en el instante en que debo dejar caer la moneda pienso en lo poco que vale: casi nada; el mismo valor de nuestros encuentros y despedidas, de nuestras historias y fantasías, de nuestras risas y tristezas, de nuestros momentos juntos, de todo lo que tuvimos y lo que nos queda, de un nosotros extinto, de nuestro último deseo, vale lo mismo que esta fuente que no es más que un depósito de monedas descontinuadas, insignificantes y oxidadas que son la representación de un puñado de sueños incumplidos e ilusiones caducadas.
Abro los ojos y niego con la cabeza pensando en lo barato que salen los sueños a juzgar por lo poco que invertimos en ellos y, sin ganas, dejo que el lustroso y circular pedazo de metal resbale de mis dedos.
En esta ocasión no pedí un deseo, no quiero que mis sueños pasen a pudrirse en un estanque, pero necesito llenarme de últimas veces para dejar de pensarte, por ejemplo: esta es la última vez que lanzo una moneda a una fuente porque sé que recordarte no vale más que un céntimo y que por el contrario, olvidarte me costará muchísimo más que eso.
 


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