Esclavos

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Aquí los “que en paz descanse” se suceden uno tras otro sin que dé tiempo a contarlos.
Los padre nuestro se rezan más a menudo y con mayor frecuencia en las calles que en las iglesias, sin importar la hora, porque el día y la noche encierran la misma promesa.
Los billetes, cuando no están de adorno, no sirven para costear ni la cuarta parte de lo que se espera comprar; y las monedas nada más son útiles cuando se juega a la cara y el sello para decidir cuál supermercado visitar.
Las amas de casa constatan cada vez que ya no salen a hacer mercado sino a perseguir la escasez.
Se vive tanto entre robos, atracos, asesinatos y velorios que la gente ya teme decir: “Danos hoy nuestro pan de cada día” porque el sabor de la violencia y la delincuencia les repugna. Han descubierto que antes de alimentarse de eso prefieren acostarse con el estómago vacío y despiertan famélicos de deshacerse de ese yugo.
Ya no se habla de expectativas de vida, sino de expectativas de muerte; desde que la inseguridad se ha convertido en protagonista, los únicos que están seguros son los cadáveres.
Los cementerios están llenos y literalmente: No cabe un alma más en ellos.
Al pueblo se le veta la libertad de expresión mientras  las armas no se cansan de expresar su opinión, con una montaña de bramidos mandan a callar a quien diga su consigna a viva voz.
Y llaman: ¡Paz! ¡Paz! ¡Paz! Pero ella se queda representando sonidos.
Y exigen: ¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia! Pero esta hace oídos sordos, se pone la venda en los ojos, suelta la balanza, se lava las manos, se cruza de brazos y sale corriendo.
Y claman: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Pero ella hace rato que está tras las rejas pagando condena sin ser criminal.
Y repudian: ¡Represión! ¡Represión! ¡Represión! Pero ésta se presenta sin dar tregua ante el rechazo. Se pone al frente, se envalentona y se apresta a causar daño.
El diálogo cuando no abunda limitando acciones, se ausenta.
La diestra y siniestra pelean.
La pobreza a cada uno le toca la puerta y si no le abren, entra a la fuerza.
Las estrellas de nuestra bandera se apagan.
El caballo de nuestro escudo, otrora inmaculado, ya no galopa.
La patria ya no sabe quiénes son sus hijos.
El Libertador en la distancia llora.
Y no se consigue detener el llanto.
Y no se consigue detener la sangre.
La miseria se acrecienta,
Las cadenas buscan inmovilizarnos,
Pero a nuestra tierra la rescatamos o la recuperamos.
Porque escucha bien, venezolano:
¡Aquí nadie nació para ser esclavo!






2 comentarios:

  1. La patria ya no sabe quiénes son sus hijos (cualquier patria) y si lo dejara de saber del todo podría ser positivo..

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  2. Pues, ¿sabes que tienes razón? Así se eliminarían las barreras entre naciones, la igualdad dejaría de agarrar polvo en el diccionario y todo mundo tendría que reconocerse obligatoriamente como "hermano". Gracias!!

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