Si le preguntan a la mayoría de las mujeres solteras por qué lo están, la respuesta típica es algo como: "Porque no he encontrado a alguien que..." Y ese "que" es lo que lo jode todo. Una palabra tan pequeña, apenas un monosílabo de tres letras, que sirve de preámbulo a una lista interminable en la que hasta el más valiente duda de calificarse.
Ya va siendo hora de que digan lo cierto al momento de contestar y es que en realidad no están buscando a nadie o seguramente nadie las está buscando a ellas; porque a decir verdad, a nadie le gusta la idea de que su relación con otra persona dependa estrictamente de cumplir un formulario de expectativas ilusorias. Con todas las armas de las que dispone una mujer, si realmente estuviese buscando a alguien hace rato que daría con él; pero el problema radica en que anda detrás del bendito "que".
"No he encontrado a alguien que...". A ver, mujer: El hombre no es una solución instantánea a cada una de tus exigencias y necesidades. Yo propongo que eliminen la última palabra de esa frase y una vez hallada la persona, entonces sí se dediquen a sumar y restar cualidades. Verán que conseguir compañía es mucho más fácil.
Aunque ya que estamos, por qué no eliminan mejor la frase completa y empiezan a asumir la culpa sin dar excusas. Hay más de 7.000 millones de personas en el mundo, al menos la mitad de la población es masculina, estamos en pleno siglo XXI, hace rato que evolucionó la liberación femenina y ¿de veras sigue esperando que el ideal que se haya formado de su "macho" llegue a usted por fortuna o por obra y gracia del espíritu santo? Sepa que al hombre también le gusta ser buscado, así que deje de cruzarse de brazos.

[Y que le quede claro: las palabras "hombre" y "perfecto" no van de la mano. Para bien o para mal, la naturaleza no nos concedió ese privilegio y la humanidad tampoco ha evolucionado tanto.]

Aldo Simetra





Dígame señor:
Ya que el tiempo es la mejor medicina,
¿Cuánto necesito para limpiar una ofensa?
¿Cuánto necesito para sanar una herida?
Que yo prescindo entonces de consejos y suturas.
Quíteme usted una duda:
Lo vende en kilos o en litros,
En cápsulas o en ampollas.
Dígame si la cura es líquida o sólida,
Si se administra vía oral o intravenosa
Y de ser así,
¿Cuántas dosis me tomo? O
¿Con cuántos cc preparo la inyectadora?
Pero cuénteme,
¿Desaparece moretones?
¿Alivia toda clase de golpes?
¿Endereza torceduras?
¿Evita las cirugías?
¿Diezma hasta las enfermedades letales?
Porque si es así yo echo a un lado los ungüentos,
Las vendas y cabestrillos.
Me olvido de cirujanos, de doctores y hospitales.
Nada de récipes, de menjunjes ni recetas.
Véndame docenas, montones o raudales de ese buen medicamento
Y no escatime usted en costos,
Que si tan eficaz es el remedio
Yo sabré pagar el precio.
¿Dónde pues tiene usted ese elixir de tan poderosos efectos?
¿Sanará también el alma?
¿Dará verdadero reposo al cuerpo?
¿Reparará la conciencia?
Y al corazón tan ajado, roto y maltratado,
¿Lo dejará como nuevo?
Oh, lo cambiaría por oro,
Por cualquier preciado tesoro.
Basta con que usted lo ponga al alcance de mis dedos.
¿Pero qué pasa? ¿No se da prisa?
¿Por qué no está corriendo tras su busca?
Es que no lo tiene, ¿cierto? No existe tal cosa.
Porque el tiempo solo sabe consumirnos
Sin piedad ni miramientos
Y no son nuestras penas las que se desvanecen,
Somos nosotros quienes poco a poco desfallecemos.



No es del tiempo la cura, sino de tu capacidad para superar las heridas. Después de todo, eres tú quien cicatriza.






"Nadie soporta el olor de su mierda", me dijo mi madre alguna vez. Y la verdad, después de pasar como cuatro días borracho y con un malestar de los mil demonios, debo darle la razón y agregar que la suciedad, el sudor y el alcohol no son buena combinación.
Si a esto le sumas sentirte igual que la peor de las pifias, destrozado por fuera y por dentro por hechos que aquí no van a cuento, te haces idea de la impresión que das a primera vista y la decepción que dejaría una segunda. Lo curioso de todo es que cuanto más daño te haces y más a la deriva te eches, mayor es la culpa que sientes.
Te cansas de hacer zapping en el tv sin ver nada en especial, tirado de cualquier manera sobre el sofá, acabando con toda la reserva de cereal de la cocina y con cualquier botella que se te pase por el frente, llevando la misma ropa de hace no sabes cuántas noches, con la barba enterrándote la cara, encontrándote casi al mismo nivel del piso de la sala y dando lástima.
Entonces te haces consciente de lo mucho que apestas en muchos aspectos y aquella frase de tu madre empieza a atormentarte. ¡Rayos! Cómo quisiera tener la nariz tapada en este momento. Te dices notando lo agria que se oye tu voz y el rancio sabor que se te pega en el paladar. Luego no puedes dejar de pensar en lo bajo que has caído, en lo solo que estás y en que definitivamente al momento de cagarla nadie soporta el olor de su mierda ni qué decir del de los demás.
Así que echas a un lado lo que sea que te estés bebiendo, dejas el mando del tv estar, te levantas con el cuerpo agarrotado y acalambrado y liberas al mueble de tu letargo. Te diriges a la ducha pensando  que en tu estado es la mejor opción y esperando también obtener con ello algún tipo de liberación.

A veces hay que tocar fondo para saber qué tan bajo se ha caído y agarrar impulso para mantenerse a flote en la superficie. Así que cuando sientas que te estás hundiendo con tus problemas recuerda una cosa: la mierda flota, eres tú quien se ahoga.


A mis mierdas les digo, citando a Álvaro de Campos: "¡Iros al diablo sin mí, o dejadme ir solo al diablo! ¿Para qué habremos de ir juntos?"

Aldo Simetra




Suelo decir que me le vendo a mi empleador muy barato sabiendo que suena como si me prostituyera por un salario; lo cual no se equidista mucho si empiezas a hacer la relación entre lo que haces, lo que cobras por ello y lo que debes pagar con eso.
Trabajas excelentemente en una labor que es importante para tu jefe, pero no para ti porque no es lo que te gusta; cobras una cantidad que va casi en proporción con tus funciones, pero que no te satisface y por último, sientes que malgastas tu tiempo y esfuerzo sin tener alguna recompensa por ello. Entonces piensas que si hicieras realmente lo que te gusta no habría desperdicios de ningún tipo, pero calladamente te conformas porque después de todo tienes una vida que mantener y como lo que quieres no es muy probable que se dé, toca sacrificarlo por tu bien.
Así que solo vives para trabajar olvidándote de lo demás. De pronto, tu valor y el de tu propia vida cabe en un bolsillo de tu pantalón o en una cuenta bancaria y equivale a la sumatoria de todas las quincenas que te ganas. ¿Estás sacando la cuenta?
No te preocupes. Afortunadamente cuando alguien pregunte cuánto vales, solo  hará alusión a algo subjetivo.
“La vida pagará cualquier precio que tú pidas”, dice Anthony Robbins. Pero tú, viéndote, empiezas a creer que se ha quedado sin fondos para ti.
Y no, cabezotas. La verdad es que eres tú quien le ha pedido muy poco, eres tú quien ha decidido vivir a bajo presupuesto.
Entonces, ¿ya le pusiste precio a este año? ¿Ya le pusiste precio a tu vida? O ¿Dejarás que sean otros los que lo decidan?



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