El Innombrable

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Surrealismo frente a la muerte – Gerky Art (Gerardo Rodela)

El auditorio lleno en su máxima capacidad, ocupado dos cuartas partes por estudiantes expectantes y las otras dos, casi en igual cantidad, por aprendices en apariencia apáticos al tópico que se impartiría y novatos de presencia claramente obligada. Entre este último grupo Carolina y Brando se desquitaban del mal rato que les imponían toqueteándose quedos con la venia de la oscuridad que reinaba en el recinto y de vez en cuando, solo para disimular o tal vez para aliviarse un poco del sopor de las caricias, lanzaban alguna imprudencia por lo bajo que era recibida con un par de risas silentes de algunos apáticos y con absoluta censura de algún estudiante del primer grupo que reprochaba su falta de respeto instándolos a permanecer en silencio.
Ellos, indiferentes, solo atinaban a burlarse de que se tomaran aquella conferencia de quién sabe qué cosa trivial tan en serio.
– ¡Atención! Vamos a dar comienzo con una lectura de uno de los textos de Emilë Sant-Arcanszmé antes de profundizar en su obra. Por favor, que sus voces no le quiten el protagonismo a nuestro amable interlocutor: el Sr...
–Que alguien le diga a la ilusa esta que cobramos por hacer papel forzado de extras. –Musitó Brando, mientras una de sus manos se desplazaba por una de las curvas del seno izquierdo de Carolina.
– ¡Shhh! –Le reclamó insistente alguien y alguno que otro gimió como cuando se priva una risa o se expresa una sorna muda.
Al frente y ajeno a todos, el interlocutor de quien no habían reparado en el nombre recitaba alcanzando a cada uno con su voz:
"Se presentó una noche, a su sombra iba cosido un ser extraño y de procedencia dudosa. Lo miré a él, al que se presentaba, pero le presté atención a la figura que nacía de su espalda y que de soslayo me plantaba cara en su mirada. Cuando me dijo su nombre, él, la otra cosa no hablaba, fingí escucharlo. La verdad no habría podido oírlo aunque quisiese, pero debería saber cómo llamarlo..."
 –Con esas características, con llamarle monstruo habría bastado. –Alguien se giró hacia su dirección y como si llevara por ojos cuchillos, los atravesó con intensidad.
–Esa tipa vuelve a mirarnos así y de aquí salimos desangrados, Brando. –El interpelado se rió muy cerca de su oreja derecha y aprovechó para dejarle sus incisivos centrales levemente marcados en el lóbulo.
"...En ese momento era muy temprano para hacerlo, pero ahora me arrepiento de que por el contrario él si escuchara bien el mío y ahora ya sea tarde para impedirle que me llame justo cuando el sol se pone. Hay un par de cosas más de las que me arrepiento: no haber demostrado a tiempo mi sordera y no haberle hecho caso a aquello que me decían de leerle los labios a los foráneos. A causa de ello he caído en su embrujo, él y el ente siniestro que le persigue los talones se han vuelto solo uno y la única salida a mi suplicio es invocar las palabras exactas que pronunció al presentarse para que sea él quien prevalezca sobre el innombrable..."
– ¿Pero la Emil No-sé-qué-cosa esta se tropezó con un caso de Dr Jekyll y Mr. Hyde o qué? –Bramó Brando mientras Carolina se recostaba entre su cuello riéndole la tontería a la vez que con la zurda avanzaba por la parte interna de la pierna de su acompañante.
– ¡Shhh, idiota! –se quejó otro.
"...Hoy, después de tanto, he hecho algo que no debía: le dejé tomarme; no es que él ya no lo hubiera hecho antes, pero esta vez no intenté zafarme. En contra de la repugnancia natural que me causaba..."
– ¡Ah, vamos! Seguro que le dio mucho asquillo a la señorita.
– ¡¿Puedes cerrar el pico, imbécil?!
– ¡Oh-oh!, alguien se molestó –terció Carolina–. Lo cerramos en cuanto tú te vayas a lavar esa bocota.
–O también en cuanto se las parta a trompadas, ¿eh, barbie?
– ¡Ehh!, te lo advierto, déjame tranquila a la chica. Mejor pon atención al cuentecito ese, que seguro que más tarde no te lo va a echar tu abuelito.
El interpelado, aunque un tanto mosqueado, prefirió obviar el comentario y negando con gesto reprobatorio se volvió de cara al estrado desde donde hablaba el interlocutor, este último tan distante y sumergido en la lectura como para percibir lo que pasaba en las últimas filas del auditorio.
"...le permití extasiarse a gusto con mi cuerpo, aprovecharse de mí hasta darse a basto y en su postrer estupor encontré la oportunidad que siempre se me había hecho esquiva. Nunca traía más consigo que sus prendas y las revisé creyendo que en ellas estaría oculto mi pase a la salvación. Excepto una especie de navaja que no dudé en guardarme, no encontré en ellas nada relevante y al punto de desistir me tentó la capa de calidad insondable y elegancia abrumadora que siempre le servía de abrigo. Quise hacerla añicos con mis propias manos, pero solo logré arrugarla un tanto. Empuñé el ordinario cuchillo que había tomado mientras él o ellos seguían roncando a modo repugnante en la habitación. Arremetí ridículamente contra la capa e imaginando a aquel grotesco cuerpo en su lugar, sentí una satisfacción mal curada al hacer el primer corte en la tela, así que liberé gran parte de mi frustración haciéndola jirones.
En algún punto me detuve para admirar el desastre…”
¡Oh, por favor! ¿No había mejor texto de apertura? Hasta las historias de campamento son más entretenidas.
– ¡Shhh! ¡Shhh! –escuchó al unísono desde dos puntos diferentes. A uno siquiera le hizo caso, pero el otro le sorprendió y le incomodó en cierta manera, ya que provenía justo del puesto de al lado.
–Calla, Brando, me estás haciendo perder el hilo y la cosa se está poniendo interesante. –la miró con extrañeza, si hubiese luz suficiente Carolina también se habría sorprendido de su ceño fruncido y le habría causado gracia el repliegue en que se habían convertido sus cejas. Debió haber supuesto que el cuentecillo ese la había atrapado cuando sus dedos dejaron la escalada a su entrepierna a medias.
“…si no fuera por ello nunca me habría percatado de las figuras. Del mismo color de la capa se distinguían al tacto unas letras bordadas. Las perseguí con las yemas de los dedos y antes de tener en claro qué decían me sorprendió su áspera voz llamándome de nuevo, ¡otra vez mi nombre entre sus fauces!...”
Brando iba a decir algo en este punto, pero se detuvo no más al ver que Caro (como le llamaba cariñosamente él) hacía casi propias las palabras que recitaba el Sr. X al leer el texto y dejándose llevar por el énfasis con que aquel pronunciaba la exclamación, su rostro parecía adoptar una ira repentina.
“…No quise atender de inmediato al llamado, de todas formas llegase cuando llegase, minutos después o minutos antes, iba a dañarme. Me retrasé un poco adivinando el mensaje grabado hasta que lo descifré con una interrogante entre los labios que me hizo balbucear en silencio su significado. Escuché una advertencia queda, la última. Frente a mí aparecían ahora ambos seres desvinculados de su característica unidad.
Al uno no sabía cómo llamarlo, pero al otro... a esa pútrida criatura nocturna...
– ¡...Habría que ahorcarte, cortarte de una vez por todas la cabeza, a ver si así terminas de morirte y yo dejo de morir cuando te acercas…!!
Algo sucedió de pronto en el auditorio que media sala recitó en conjunto esas palabras. A Brando lo invadió un ligero escalofrío y luego no pudo más que reírse ante el absurdo, aunque en realidad se reía de sí mismo. Carolina, antes muy solícita y atenta a su presencia, ni se inmutó con su risa, parecía de veras encandilada con la historia.
“…Fue lo primero que saltó de mi boca al ver al fin su verdadera imagen, ya no resguardada por la mirada del que le prestaba sombra. Aquella cosa indescifrable emitió un sonido de protesta. Yo, comprendiendo el todo, volví a empeñarme en cortar lo que quedaba de tela.
El ser extraño se disminuyó contorsionándose gravemente y apocándose en sus grotescas pieles. Luego de ello lo quemé. No a la cosa, tenía un mejor fin para ella, sino al montón de trozos en que se había convertido la capa...”
Caro, ¿qué te pasa? –La muchacha andaba como sumergida en un trance con la vista perdida en el hombre en el plató que en esos momentos era el centro de todas las miradas. Lo que a Brando no le gustaba era que aún cuando todos en el recinto lo veían, él solo tenía los ojos puestos en Carolina y ambos se sostenían la mirada sin siquiera pestañear. En algún momento hubo de preguntarse si acaso se sabía el relato basura ese de memoria porque siquiera apartó la vista para leer el papel.
“…Del hombre nunca supe el nombre, aunque debería; el de la criatura, todavía no se me olvida, me lo he aprendido por si regresa. No obstante, lo dudo: de aquí a que logre juntar sus cenizas dispersas en la inmensidad del océano, mi cuerpo solo responderá al llamado del descanso eterno”.
–…Agradezcamos con aplausos esta excelente interpretación.
Brando gruñó y ni por asomo movió los brazos. Los aplausos no tardaron en sonar.
– ¡Muy bien! Como muchos saben, este no es uno de los textos más reconocidos de Emilë Sant-Arcanszmé, pero sí uno de los pocos o cuando menos el único con marcadas características autobiográficas. Su avanzada sordera, el ultraje del que fue víctima a temprana edad, la dualidad de…
–Caro, Caro… ¡Caaaro!
– ¿Qué, qué? –Carolina, dentro de su lance, no se percató de que ya habían dado por concluida la lectura ni de que, durante el instante siguiente, se había mostrado casi hipnotizada viendo el mismo punto en el estrado.
– ¿Te sientes bien? –la cuestionó preocupado.
– ¿Ah? ¿Qué? Sí... –medio confundida sacudió la cabeza como obligándose a reaccionar–. Dame un momento, Brando.
Sin agregar palabra, abandonó su asiento de camino a la salida. Brando, incapaz de comprender mayor cosa, vigiló sus movimientos hasta la puerta. Sin embargo, percibió que no era el único que seguía su trayectoria con las pupilas.
Una vez fuera del embrujo de la oscura sala, Carolina intentó recomponerse. Fragmentos de la historia le relampagueaban en la cabeza y la claridad repentina después de haber estado tanto tiempo en penumbra la forzaba a entrecerrar los ojos haciéndole inevitable sumergirse en sus pensamientos, que en ese instante no eran tal cosa, sino más bien un surtido de ideas inconexas.
Cuando sus ojos al fin hubieron acostumbradose a la luz, lo primero que registraron fue la silueta de un hombre escoltado por una suerte de individuo.
“Un ser extraño y de procedencia dudosa…” –le azuzaba la memoria.
Disculpa, ¿puedo ayudarte en algo? Miró a su interlocutor o, mejor dicho, al interlocutor. Sin embargo, no sabía por qué no podía restarle atención a la figura que parecía nacer de su espalda.
“¡Aparta, tonta, aparta! Esquívale la mirada...” ­–volvió a instigarle su consciencia.
Te estuve observando en el auditorio. Soy…
“Escucha el nombre, tienes que saber el nombre…”
Sintió un pitido en los oídos, pero en lugar de escuchar el nombre del sujeto oyó el suyo.
“…no habrías podido oírlo aunque quisieses…”
– ¡Caro! ¡Caro!
– ¿¡Brando?! ­–exclamó respondiendo al llamado.
– ¿Qué haces aquí afuera?
–Estaba… ­–Carolina volteó para encarar al sujeto y señalarle su presencia a Brando, pero cuando lo hizo descubrió que su lugar era sustituido por el vacío.
– ¿Estabas…? –De nuevo Brando la increpó con el ceño fruncido, las cejas convertidas en un gracioso pliegue y el semblante preocupado.
–Ehh… nada. Nada. –soltó ligeramente mareada al tiempo que se dejaba arrastrar por Brando.
– ¿Sabes cómo se llamaba el que leyó el texto?
Brando la miró de soslayo antes de escupir:
–Un tal X. ¿Por qué?
–No, por nada, en serio. ¿Regresamos?
– ¡Ni hablar! ¡Que me aspen si vuelvo a entrar allí! No sé qué de todo aquello es lo peor. ¿Te diste cuenta que en el texto de la tal Emil No-sé-qué esa la protagonista era dizque sorda y aún así, podía escuchar el llamado del monstruo ese?
Justo terminaba Brando la observación cuando Carolina sintió un escalofrío seguido de un silbido en la oreja y luego…
 Caaro, Caaaro…
Giró de súbito, podía jurar que alguien la llamaba a sus espaldas.
– ¡Ey! ¿Estás bien? ¿Te llevo a algún sitio? –se detuvo mientras su cabeza se dirigía alternativamente hacia Brando y algún lugar perdido en el camino que ya habían recorrido. Por momentos le contagió su angustia al joven, que estudiaba a intervalos su rostro cariacontecido y el espacio que los rodeaba–. ¿Caro? Estás muy rara. ¿De veras no te pasa nada?
La chica negó con un movimiento mecánico. Un Brando resignado la estrechó contra su cuerpo y condujo sus pasos casi obligándola a retomar la marcha. Un poco más tranquila entre sus brazos se atrevió a mirar por encima de su hombro y tal vez nadie se lo creería, pero podría asegurar que alcanzó a ver el dobladillo de una capa ondeando en el aire y alejándose en la dirección contraria. 


Aldo Simetra







4 comentarios:

  1. Una historia escalofriante. La he leído varias veces para sumergirme con Caro en esa hipnosis. Besos.

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    1. Te agradezco, Javier. Nos alegra que te haya parecido escalofriante, misión cumplida. Abrazos desde por acá.

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  2. Una buena historia, felicita al escritor, en ningún momento me he perdido siendo una historia complicada de narrar. Enhorabuena. Un abrazo guapa y mis mejores deseos para hoy.

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    1. El escritor se ha dado por aludido :) Te agradezco, Laura. Abrazos y muy buenos deseos desde por acá.

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