¡Zapatero, a sus zapatos!
Ya le advierto y voy al grano
Ximena se ha alebrestado estando en el exterior:
–What’s wrong? What’s wrong?
Vocifero por teléfono
–Unfaithful motherfucker! –grita-saluda-responde.
Traduzco que debo colgar y olvidarme de su nombre.
Sabrina me espera a las nueve.
Rosaura, su prima, a las once.
¡Qué lástima que no se lleven!
Porque de dos sabores me hacía un postre.
Olga se metió a cristiana
Ñoñas no me gustan nada.
Natalia me cae mejor, aunque
Me la presentó su hermana.
¡Lo que me toca rezar cuando voy a visitarlas!
Karen, mi ex, tiene techo en esa cuadra
¡Jamás se pela un bonche la condenada...!
Ingrata; estando juntos me tenía a pan y agua.
Hilda, su mejor amiga, se ha pasado por mi lecho.
Gloria, que es la legal, me anda viendo con recelo
Frunce el entrecejo cada vez que me le acerco
Expiro y respiro, me santiguo y suplico:
¡Déjala como a Shakira: bruta, ciega, sorda, muda! O...
¡Convierte en los tres monos sabios a mi lista de conquistas!
–Bonito, mañana paso por la zapatería –me anuncia.
– ¿Ah, sí? –suelto indiferente. ¡Pero, ay...!
Zapatero, de sus zapatos no salga. ¡Se lo advierto!
Y así no me hará voltear algo más que el alfabeto.


Aldo Simetra




Creo que el tiempo es una gran mentira.
Creo  que la vida nadie sabe vivirla.
Creo que nadie sabe realmente querer y mucho menos ser querido.
Creo que el "interesante" es algo que se queda a mitad de un halago o un insulto.
Creo que Disney y sus cuentos nos jodieron la vida.
Creo que las mujeres y los hombres deberían dejar de buscar belleza fabricada.
Creo que aquello de que el humano es un ser superior es un chiste.
Creo que nunca ha sido la evolución del hombre, sino la evolución del mono.
Creo que tenemos más palabras de las que necesitamos.
Creo que a veces no es el poema ni lo que dice, sino quien lo inspira, quien lo escribe...
Creo que los eufemismos representan una pérdida de tiempo y un aliciente a la ceguera.
Creo que las noticias perdieron su novedad hace décadas.
Creo que a las diferencias se les olvidó enseñarnos a sumar y a las divisiones, a repartir.
Creo que la tierra no tiene dueño.
Creo que la verdad es abstracta y la realidad, subjetiva.
Creo que hay algo mayor al cosmos, sin duda.
Creo que de existir Dios, es nuestro principal salvador y nuestro mayor verdugo; porque nadie que diga amarte te prometería el cielo y te haría morir para verlo.
Creo que si nos hizo a su imagen y semejanza tal vez él no sea perfecto y tampoco sepa nada.
Creo que debería dejar de castigar a Adán y Eva, y aceptar su propia culpa por poner en el Edén una manzana y darle a uno un pene y a la otra una vagina.
Creo que, al final y después de todo, seguiré creyendo en él, pero jamás dejaré de cuestionarme sus formas.
Creo que el infierno y el paraíso los alberga cada uno en sí mismo.
Creo que la jornada laboral es otro tipo de esclavitud.
Creo que por un salario mínimo jamás se debería trabajar al máximo.
Creo que no se trata de creer en el amor, sino en quien te lo profesa.
Creo que no es ciego el sentimiento, es quien lo siente quien finge ceguera.
Creo que los derechos humanos tendrán sentido y serán en verdad nuestros cuando no nos priven ni nos cobren por ninguno.
Creo en la dura crianza de mi padre.
Creo en las manos de mi madre y en todo lo que tocan.
Creo en las cinco estrellas que alumbró junto conmigo para que ninguna tuviera que recoger las piedras del camino sola.
Creo que me faltan unos cuantos tornillos, pero no creo que ni yo ni nadie sea capaz de conseguirlos (ni lo quiero).
Creo que la locura es necesaria en un mundo donde la cordura está en duda.
Creo que la compañía está sobrevalorada.
Creo que la gente subestima el silencio.
Creo que la Tierra, y todo lo que abarca, es la televisión y el mayor entretenimiento de otros planetas.
Creo que los extraterrestres se ríen a carcajadas de nuestra estupidez cada vez que salimos a escena.
Creo que es más orgásmico y alucinante amanecer con un buen libro que con el último ligue de un antro.
Creo que hay libros que de veras te hacen sentir lástima por los árboles.
Creo que cualquiera que se atreviera a pensar un poco más allá de lo estrictamente necesario descubriría que también padece de crisis existenciales.
Creo que las modas y las normas de etiqueta son una gran ridiculez.
Creo que si fuera monedita de oro, haría lo posible por caerles mal a todos.
Creo que el mundo está sobrepoblado y que no le vendría mal deportar a un sinfín de gobernantes.
Creo que avanzamos hacia nuestra destrucción.
Creo que la igualdad y la equidad son nuestras mayores utopías.
Creo que nuestra libertad es vana. Prueba a saltarte una regla o cruzar la frontera para que veas hasta dónde llega.
Creo que cada vez que usan a la paloma como símbolo de paz, alguien termina irremediablemente cagado.
Creo que el hombre, que es injusto por naturaleza, es por completo incapaz de administrar justicia.
Creo que, a veces, ni siquiera tenemos juicio en las muelas.
Creo que en realidad nadie crece ni madura, solo adquiere estatura y gana responsabilidades.
Creo que la apariencia no siempre dice mucho de ti mismo, pero sí de quienes te ven.
Creo que la perfección, aparte de ser un mito, no es más que una mejora egocéntrica y pretenciosa.
Creo que la sociedad es la peor de las cárceles.
Creo que hay otra cosa infinita aparte del universo y la estupidez humana: la duda.
Creo que la fe ciega y la ignorancia son hermanas gemelas.
Creo que siempre seré ignorante sin importar cuánto sepa.
Creo que medio vacío o medio lleno, todos se han ahogado en un vaso de agua.
Creo que el amor es bastante simple y en contraposición, el ser humano es demasiado complejo.
Creo que no creer en nada es una total estupidez y ser totalmente neutral, la mayor de las hipocresías.
Creo que me tengo mucha fe, pero, como en cualquier inútil religión, está bien que dude.
Creo que si dejara de creer no sería por escasez de creencias, sino más bien por flojera.
Creo que me he equivocado en casi todo y que antes de que termine el día ya estaré creyendo en otra cosa.
Creo que de seguro tiene cientos de objeciones a lo que he escrito, pero recuerde que este es mi credo y no el suyo.



Adiós 23 y bienvenidos...
 ...los que sean.


Fotografía de Chiara Fersini

“¿En casa? No, no, en el restaurante. El día atravesado de la semana... sí. Una... no, mejor dos... Dos horas después del almuerzo. Cuando siempre va menos gente, pero igual está atareado...”. –Le parecieron el sitio y el momento justos para hablarle al padre de aquel asunto:
– ¿Pá?
– ¿Ah?
–Mire, tengo que decirle una cosa... –Le interrumpió mientras lo veía poner en orden unas facturas.
–Hable no más, mija. Yo escucho con los oídos. –Replicó quedo sin apenas dirigirle la vista.
–Ehh... Sabe cuando a una le cae más que bien un compañerito del cole y...
–Sí, sí, que se hacen amigos y andan pa’rriba y pa’ bajo oliéndose el rabo –completó sin hacer un alto en su labor–... Vaya al grano, vaya al grano.
–Bueh... este... Es que ando sintiendo como un cosquilleo en la panza...
 – ¡Acabáramos! ¡Zulay! ¡Hágame el favor y sírvale algo de comida a la nena! –La mujer asiente desde el mostrador– ¿Ve? Hubiese dicho desde el principio que tenía hambre y ya estaba.
–Es que, papá, no creo que se me pase comiendo.
– ¿Cómo no?
–...
– ¡Ay, no me vaya a decir que anda incubando niños allí dentro!
–...
– ¡Y yo que creí que no me iba más que a estudiar a la escuela, Filomena! ¡Ya después lo culpan a uno por preferir varones, pero con ellos casi se puede decir que son otros los que se convierten en abuelos! Yo ya llevé mi parte con usté, francamente... ¡Dígame dónde vamos a meter un carricito ahora, ¿ah?!
– ¡Pero, papá! ¡Que no, que no es eso! ¿Cómo se va a pensar...?
– ¡Ay, ya dígame cómo se llama el muchacho ese de quien no termina de contar!
– ¡Ja! No, si ya no le quiero contar nada.
– Mire como se le pusieron esos cacheticos rojos. Me dio curiosidá sabé con cuál de los dos se sonroja más, si con el muchacho ese o con su papá. A ver qué gallo va a cantar...
Negación de la muchacha.
–Deje, deje.
–Ya se me avergonzó la nena. Pero bueno, tráigalo no más. Aunque sea pa’ conocelo.
– ¿En serio?
–Sí, niña, palabra. ¡Tráigalo pa’cá, a ver si se lo espanto!
– ¡Ash! –se desinfló, medio gruñendo.
–Jajaja... No, en serio, tráigalo no más.
– ¿Seguro?
– ¿Me ha visto a mí bromear, Filomena? –La muchacha puso los ojos en blanco, resoplando, sorprendida por el descaro– ¡Sí, hombre! Invítelo pa’ la casa. Y mejor que sea antes de que me arrepienta, ¿oyó? –le advirtió.
–Vale –acordó ella a la vez que emprendía su huida, medio azorada y contenta.
– ¡Filomena! –Gritó el padre antes de que atravesara la puerta del restaurante. Ella respondió al llamado girando la cabeza en su dirección– ¿La clase de educación sexual ya se la dieron en la escuela o se la tengo que dar yo?
La muchacha abrió la boca ruborizada y salió disparada del local bajo la mirada indiscreta de un par de clientes. El padre, al verla marchar como venado asustado, soltó una carcajada que resonó en todo el lugar. Zulay, que negaba con la cabeza entre divertida y avergonzada por la niña, le espetó:
– ¿Pero por qué siempre se ríe a sus costillas? ¿No le parece que ya está muy grande como para que le haga esas bromas?
– ¡No fastidie, Zulay! –Refunfuñó– Ya sabe usté que más son los años que cuentan los hijos que lo que crecen. Aquí entre nos, ella también se ríe. Lo que pasa es que hay que esperar unos añitos para que le encuentre el chiste.
Zulay continuó negando con la boca cerrada y le dio la espalada para encargarse de unos platos. El hombre se quedó meditando en silencio un rato y luego como si le ganara la incertidumbre, recurrió a la mujer bisbiseando:
–No creo que la vaya a necesitar porque lo más sensato que hará el muchacho en cuanto me conozca será pintarse de colores; pero, la clasecita esa –consultó frunciendo el entrecejo–, sí se la dan en la escuela, ¿verdad?
La mujer no le respondió, le palmeó el hombro despatillándose de la risa y se dirigió a atender a la clientela, dejando al padre de Filomena con una pregunta entre labios:
– ¡Caray, Zulay, ¿eso qué significa?!




Fotografía de Chiara Fersini

“Reportamos en vivo y directo desde el lugar de los hechos, donde un cuerpo aún no identificado fue encontrado a entradas horas de la noche en uno de los apartamentos de la residencia. De acuerdo a la información que hasta ahora se maneja, las autoridades fueron alertadas al recibir un llamado de la propietaria del inmueble tras tropezar con el cadáver, luego de ingresar a su morada. Los agentes del cuerpo policial todavía no han logrado establecer relación alguna entre el occiso y la propietaria, de quien se aguarda un testimonio que dé luz al singular acontecimiento.
Ya se han levantado las...”
La reportera de súbito hace un alto en su discurso, la cámara enfoca en la entrada del edificio la estrepitosa salida de una mujer que en menos de un segundo se encuentra rodeada por los micrófonos, cámaras y reporteros de otras cadenas de radio y televisión, hambrientos por quedarse con la mejor tajada de la noticia. Dos oficiales la escoltan. No tardan en llover flashes y preguntas. ¿Cuál es su versión –clic-clap-clic– de los hechos? –Chas– La dama los observa, los examina... ¿Tiene idea –chas– de cómo apareció un cadáver clicen su residencia? No despega los labios, mira a lado y otro con la vista perdida. ¿Cuál es su relación –clac-chas– con el cadáver? Se la ve perturbada, nerviosa, meditabunda... ¿Tiene consciencia –clap– de que el suceso la coloca –clic-clic– como principal sospechosa? –Clap-clic-chas–.
De golpe su cabeza se dirige hacia el emisor de la última interrogante, entorna la mirada, tiembla. Intenta emitir palabra pero en la agitación de sus labios se hace presente la duda. Se paraliza, por momentos se queda en blanco... O eso creen la docena de periodistas que la tienen en la mira y los miles de televidentes y escuchas que siguen a distancia la noticia. Ella, por su parte, sabe que desde hace un par o más de horas antes es imposible que en su mente abunde ese color, ni siquiera para limpiar o aclarar las imágenes que no cesan de reproducirse en su interior.
Como si hubiese tomado fotografías a medida que se desplazaba dentro de la estancia, veía las gotas de sangre en el suelo marcándole el recorrido hasta perderse en un pozo que engalanaba la alfombra del centro de la sala y que le daba un toque más vivo a sus floreados motivos. Sobre la retocada alfombra, la mesilla con fines decorativos y escasa utilidad era reemplazada por una especie de silla plegable que no recordaba tener en sus dominios y sobre la cual descansaba, en una trabajosa posición, el cuerpo de un desconocido. Tal vez, la manera forzada en que cada extremidad se sujetaba al tronco debió colaborar en la formación de esa idea. Jamás hubiera podido imaginar a uno de sus conocidos mutilados de ese o cualquier otro modo, aunque la imagen cobrara vida frente a sí. Los puntos en donde se había intentado inútilmente recolocar las extremidades seguían manando el rojo líquido, el cual iba tomando una composición extraña a medio camino entre el sirope de fresa y el de chocolate. Toda una delicia en obra de arte.
Tras el impacto del susto, los irreprimibles gritos, el llamado con voz sobresaltada y entrecortada a la policía, la turbación que la sacudía de pies a cabeza y viceversa, apenas pudo percatarse de que había algo reclamando su atención en la escena. Volvió a encararla recelosa, caminando insegura por su propia morada como si se le ofreciera un campo minado y, a cierta distancia, notó que uno de los brazos del cadáver aferraba una hoja de papel escrita contra el regazo. Había absorbido tanta sangre que era casi imposible leer el enunciado.
Se infundió de un falso velo de valentía, se acercó otro paso e intentando reconocer las letras leyó: te-di-je-que-mo-ri... te di-je-que-mo... que mo-ri-rí-a-por ti. Cuando hubo hilvanado la frase, la soltó de golpe y de improviso se tapó la boca al pronunciarla. Emitió un gemido quedo, abrió hasta más no poder los ojos, retrocedió aturdida, dio media vuelta al borde de la desesperación y luego otra, tropezó con uno de los muebles. El estropicio hizo eco en la sala e, intempestivamente, una de las extremidades superiores del cuerpo retumbó en el suelo.
Gritó consternada y arrancó a huir hacia el pasillo mientras en su cabeza repicaban las sirenas de los autos policiales acercándose, el golpe seco del brazo al caer, sus pasos aproximándose a la salida, las frase del agente telefónico como el coro de una canción: “...mantenga la calma, ¿me oye? Mantenga la calma. Asegúrese de no tocar ni hacer nada hasta nuestra llegada”; las gotas que iban cayendo del cuerpo impactando sobre el suelo, en cuyo sonido antes no había reparado... Todo le hizo una cacofonía funesta en el oído.
Luego escuchó que se rodaba una silla y alguien alzaba la voz para dejarse oír bramando “¡moriría por ti, moriría por ti!”. Giró perturbada hacia su espalda, luego al frente, no vio nada. La silla seguía rodando, alguien le repetía la frase. Tardó en darse cuenta de que el último par de sonidos correspondían a la evocación de un momento específico sucedido la mañana del pasado domingo y ahogó un grito de terror al dar con el origen de la silla plegable, sobre la cual ahora descansaba un cadáver.
Escuchó pasos aproximarse, giró perturbada hacia su espalda, luego al frente. Otra vez hacia su espalda, nada. Otra vez hacia el frente...
– ¡Aaaahhhhh!
– ¡Mantenga la calma! Hemos recibido una llamada de esta dirección inform...
...Nada. Dejó de oír. Entretanto los cuerpos policiales irrumpían en su morada, perdió momentáneamente el equilibrio. A falta de audición se le intensificó el olfato: percibía el olor de los uniformes de los oficiales aunado al humo de la calle, la fragancia de su perfume cediendo a los sudores de su piel, el aire cargado de una extraña acidez. Sintió que empezaba a fluirle el olor de su propia sangre a través de la nariz...
–Levante la cabeza, señorita –le escuchó a un oficial. Su vecina debía estar preparando la cena. Había algo... otro olor que no lograba identificar, pero...–. ¡Señorita! Levante la cabeza, por favor. –...le amargó la boca y le causó náuseas. Estuvo a punto de vomitarse la ropa. Su vecina también debía estar preparando un postre...–. ¡Llamen a los paramédicos que la mujer...! –Le pareció que también olía a sirope, pero cerró los ojos sin lograr identificar el sabor...
Ahora que había vuelto a abrirlos y había recuperado la audición, solo tenía plagada de rojo sucio la cabeza. Las cámaras enfocándola le molestaban y la algarabía que se traía el lote de periodistas acosándola con preguntas, le producía otra irritante cacofonía.
Cuenta hasta diez, cuenta hasta diez... –se repetía mentalmente para serenarse, a la vez que los dos oficiales que la escoltaban hacia la patrulla hacían lo suyo para abrirle y abrirse paso.
Uno... respira.
– ¿Puede relatarnos su versión de los hechos? –Dos... exhala. Se atravesó un reportero interponiendo un micrófono entre ella y él. La dama negó con la cabeza, indispuesta.
Tres... respira.
¿Puede explicar cómo apareció un cadáver en su residencia? –Otro la increpa. Cuatro... exhala. Ella no despega los labios y como respuesta mira hacia los lados con la vista perdida.
 Cinco... respira.
– ¿Cuál es su relación con el cadáver? –Niega de nuevo. Seis... respira. Se la ve perturbada, nerviosa, meditabunda...  
Siete... ¡respira!
– ¿Tiene consciencia de que el suceso la coloca como principal sospechosa?
Ocho... Aguanta el aire.
De golpe su cabeza se dirige hacia el emisor de la última interrogante, entorna la mirada, tiembla. Nueve... suelta. Los oficiales logran llegar a su destino, alguien le abre la puerta de la patrulla y la obliga a entrar, antes de acatar la orden percibe un ligero jalón en el bolsillo inferior de su abrigo.
Diez... Suelta el aire, ¡suelta el aire...! –se reprende en vano, a esas alturas le cuesta trabajo respirar.
– ¡Entre al coche! –le instan de manera amenazante. Obedece. En el asiento trasero se palpa el bolsillo y descubre que han puesto algo en él. Introduce una mano vacilante, sus dedos topan con un trozo de papel. Lo toma, lo extiende trémula y se le hace un nudo en la garganta cuando lee su contenido en silencio.
A unos cuantos kilómetros, sin perder detalle de cómo la patrulla policial se pone en marcha, alguien reproduce los fonemas que habría pronunciado la mujer de haber leído el mensaje en voz alta: – ¿Imagina qué sorpresa se llevó quien la sorprendió esta noche y la que usted será pronto para alguien más? Cuide sus palabras de hoy en adelante, no sabe a quién puedan condenar. El juego apenas inicia. Empiece a esconderse... si quiere. (Ja, ja... si puede) –Agregó irónicamente– Yo ya he dejado de contar.
– ¿Ehh? –Le reclama la atención un niño halándole los pliegues de la capa–. ¿Trabaja en tv? ¿Practica usted para un papel? Mamá dice que de grande...
– ¡Barghh, mocosos! –gruñe torciendo el gesto. En un ademán de disgusto retira la mano del pequeño de su vestimenta con una estoica sacudida y llevándoselo por el medio, reemprende impasible su camino.
Dentro del coche, esta vez en movimiento, la mujer se mantenía atónita, sin habla, sumida en un extraño trance; y la nota, había resbalado de sus dedos temblorosos hasta posarse indiferente entre sus zapatos.
Los oficiales, ajenos a ella y a todo, mantenían una superflua conversación:
– ¿No huele algo extraño? ¿Como empalagoso?
– ¿Cómo así? ¿Como a algo dulce?
–No sé, como a caramelo rancio...
El hombre esperó aguardando la afirmación del otro, pero este solo se encogió de hombros.
Sin embargo, la mujer, pálida, fuera de sí y desprovista de toda emoción; gritaba para sus adentros: ¡a sirope, maldita sea! ¡Huele a sirope!
Solo que ya no le importaba el sabor.


Aldo Simetra




Ya sé que no
O no sé ya.
La culpa es tuya por dejarme a la deriva cuando te quise más.
Vendrás no más
O no vendrás.
Yo seguiré ocupando este navío con destino a ningún lugar.
Morir de miedo
Y miedo de morir
Ahogada
Perdida
Sin ti.
Excluidos del nosotros
Somos otros
Donde la retirada del “contigo”
Está sobreentendida.
¿Y tú?
Perdido/encontrado
Ahogado/salvo
¿De qué tendrás miedo de morir?
¿O de qué habrás muerto?
¿Estarás atracado en un navío?
¿O no habrás encontrado puerto?
¿Volverás?
La culpa es mía por hacerte pensarme de menos
Por quererte más.
Pero tú, vuelvo:
¿Estarás también a la deriva?
¿Me habrás querido mejor o incluso más?
Ya sé que no
O no sé ya.




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