Navidad

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Ha salido en las noticias que gracias al calentamiento global los polos se derriten. La maestra, antes de salir de vacaciones, les ha mostrado imágenes de los charcos de agua en que se han convertido las zonas más heladas del planeta. Ángela deduce que el tiempo no hará favorable la entrega de obsequios y le expresa su preocupación a Julia:
—Santa la pasará muy mal en el viaje con tantos baches en el camino. 
— ¿A ti qué más te da? Con tal de que el 24 tu regalo esté debajo del arbolito... —Se encoje de hombros al decirlo, entregándole a su amiga la indiferencia de consuelo.
A ella no la engañan las noticias, ha visitado en compañía de su madre una docena de centros comerciales para la víspera y se ha cansado de sentarse en las piernas de Papás Noel viejos y barbudos para asegurarse de recibir su lista. “¡Ash, lo que tiene que hacer una niña para Navidad!”, suspiraba pasándose con expresión exagerada el dorso de la mano por la frente para limpiarse un supuesto rastro de sudor. Nunca logró responderse si era el mismo Santa siempre o si había más de uno, pero concluía que con tantos regados o multiplicados por el mundo, no había forma de que su pedido no llegara a su destino.
Así se lo había aseverado días antes a Andrés, cuyo silencio pareció secundarle la observación. No supo que la mudez premeditada del niño fue solo un gesto de solidaridad para no arruinarle la fantasía. Él hace mucho que dudaba de la existencia del gordo de barba blanca vestido de rojo, desde que un día tuvo la pesadilla de que aquel se quedaba sin trineos y se convertía en Caperucita mientras un lobo lo perseguía. No le gustó encontrar al día siguiente, jugando a las escondidas, el traje del uno y de la otra en el armario de sus padres ni tampoco que Marcos se riera de él al relatarle el hecho:
— ¡Ja, ja!, si tu papá es el lobo y tu mamá, Caperucita, a ti fijo te toca hacer de abuelita.
Le dio un puntapié en la parte posterior de la rodilla, pero, todavía doblado en el suelo, a Marcos la risa no se le agotó. Cosa que más tarde Andrés agradeció, porque de no encontrarse tan contento, sin dudarlo, le habría devuelto el golpe. Aun así, no le perdonó a su compañero que no lo tomase en serio.
Sin embargo, la falta de seriedad de Marcos tenía excusa: hacía rato que no creía en cuentos y mucho menos en San Nicolás. Tres años hace desde que descubrió el secreto por su cuenta y se hizo a la idea de que sus padres o eran bien tontos o, lo que es lo mismo, carecían de astucia: solo a ellos se les ocurría llevarlo a hacer las compras a la juguetería y esconderlas al llegar a casa, para que después aparecieran a igual tiempo que el Niño Jesús en el pesebre. No obstante, si quería seguir recibiendo obsequios, le convenía mantener cerrado el pico. Cada vez que rememoraba el ir con sus padres a la juguetería le entraban risas:
—A ver Marquitos... escoge algo de éste a éste renglón del estante. —Eran así de precisos, tanto que al niño le entusiasmaba contemplar su reacción cuando se empecinaba con algo fuera de su alcance (o de su bolsillo): se miraban entre ellos, se ponían rojos y nerviosos, balbuceaban y luego usaban una frase por el estilo: “¡Pero Marquitos! ¿Te crees que el Niño Jesús es rico?”.
Por el contrario, quien mantenía su fe pese a todo era Clarissa. Esperanzada, no pedía gran cosa salvo que Santa o San Nicolás o el Niño Dios, fuesen quienes fuesen, por una vez le mandaran una señal de que la recordaban.
Se levantó la mañana del 25 y fue directa hacia el árbol de Navidad, para encontrar el mismo espacio sin llenar entre sus raíces de plástico.
— ¡No puede ser que me haya portado tan mal este año! —Lo peor era tener que ceder al chantaje emocional de sus padres:
—Ah, estará todavía de camino. Mira, le han florecido caramelos al pino —le señalaban los dulces que adornaban sus ramas. Mientras, a ella se le pasaban por la cabeza todas las travesuras que había hecho desde el inicio de clases, pero no terminaba de cuadrarle nada...
— ¡Ah-ah, qué va! ¡Ven lo que pasa cuando un bebé o un viejito se encargan de entregar juguetes!  
—Quizá si el otro año te portas mejor, chiquilla...
— ¡Que no, mamá! Así no funciona —explica—. A los niños malos por lo menos les traen carbón. ¡Entre que uno no sabe leer y el otro necesita lentes, está claro que ninguno entendió bien mi dirección!
Se marchó enfurruñada sin reparar en cómo su madre se hacía eco del reclamo:
— ¿Será que sí se acordarán de ella los reyes?
La frase era una indirecta en busca de pinchar a su marido. Mas éste, inmerso en su inmensa tacañería, ni se daba por aludido:
—Mujer, si los servicios de encomienda no se llegan al barrio, ¿qué iba a hacerlo la realeza? Mejor vele diciendo la verdad...
— ¿Que es...? —Si el hombre se hubiera percatado de la presión ejercida por su mandíbula al decirlo, se habría ahorrado el contestar.
—Que el bendito Niño Dios es sordo e indiferente a las peticiones de nacimiento y que aquí no hay chimenea...
De la que se armó en casa luego de ese comentario no se enteraron las noticias ni mucho menos Clarissa, quien llevaba días viendo a su padre lucir tres arañazos en una mejilla y un pequeño bulto amoratado sobre la ceja izquierda.
Cenaban cuando finalmente se resolvió a preguntarle la causa de tales marcas en su cara, la respuesta la dejó pasmada:
—Nada, me he peleado con el bebé y el viejo barrigón de los regalos para que arreglaran lo de la dirección. —A su mujer, que medía cada una de sus palabras observándolo de soslayo, no se le pasó por alto su talante socarrón.
— ¡¿Y qué te han dicho?! —Insistió la niña haciendo evidente su entusiasmo.
—Te envían disculpas por la tardanza...
—Y... —azuzó su esposa.
—Aquí tienes.
Una caja con un enorme lazo plateado se robó el protagonismo en la estancia. Un vecino espiaba la escena desde la ventana de enfrente sin dar crédito a la reacción de la niña, quien, a su parecer, actuaba como si fuera la primera vez que Santa o San Nicolás o el Niño Dios, fuesen quienes fuesen, le hacían un presente.








6 comentarios:

  1. Como siempre genial. Nunca pierda esa imaginación bendita.
    Espero que ustedes pasen una Navidad hermosa y que el próximo año nos encuentre a todos felices haciendo lo que más nos guste.

    Cariños para usted Fritzy y espero le haga llegar un abrazo a ese señor de por allá.

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    1. ¡Opin!! ¡Gracias a montones! Amén e igual para usted.
      Ojalá esté disfrutando de una preciosa y entrañable Navidad junto a quienes lo rodean para que se despida gustoso de este año y reciba con igual alegría el siguiente, que espero traiga el doble de bendiciones. Y que, tal cual dice, tanto en el 2017 como en los venideros siempre podamos hacer aquello que nos haga más felices. Porque, ¿para qué servirían los buenos deseos si no?

      Y claro que le hago llegar el abrazo, y aprovechamos de enviarle uno doble y caluroso desde por aquí. ;)

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  2. Creo que a veces, la verdad no es algo tan ideal. No hace mal creer en Papa Noel, Santa, los Reyes (los magos) o el niño Dios, mientras alguien se tome la milestia y la responsabilidad de representarlos. Eso sí, seamos consecuentes. Genial relato, Fritzy. Un compendio de tradiciones y cultura, pero sobre todo me ha gustado la de Caperucita y el lobo. Muy bueno el chiste gráfico del final.
    Mis mejores deseos para el nuevo año, amiga. Espero leerte por aquí, al menos tanto como este... ahora que te has independizado (otro comentario me lo guardo para la próxima entrada), pues es un placer compartir contigo esta red (como arañitas que quedan para tomar el té)
    Un abrazo muy fuerte

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    1. Cierto, no hace mal, y a los niños al menos les sirve para llenar su infancia. ¡Gracias enormes, Isidoro! Me alegra que te haya gustado, incluida la viñeta, la cual me ha hecho tanta gracia que no me he contenido de compartirla.
      Yo cada año estoy tirando la toalla, pero siempre hay algo que me hace continuar. Espero que ese algo siga vigente para estar otro rato por aquí y así no tener que perder la entrañable costumbre de tomar el té mientras tejemos historias por la red, jaja.
      Feliz Navidad y un venturoso e inolvidable 2017 en el que te llueva la mejor de las suertes. ¡Un abrazote!! ;)

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  3. Me ha encantado, y con mi niño y otros cuentos aprendí que la cosa no consiste en discernir entre realidad o ficción, como demuestras en tus entradas posteriores (teatros, Aldos, sueños, etc) la cosa consiste en algo parecido a la fe: querer creer. Y yo quiero, espero que tú también.

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    1. ¡Mil gracias, Javier! Yo siempre quiero creer, pese a mi marcado escepticismo, jeje. ¡Un abrazote pa' ti y tu niño!! ;)

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