Las flores que contemplas en esta tarde aciaga
con sus tallos esbeltos y pétalos coloridos
las he regado con sudores de pasiones rancias
y su abono ha sido nuestro mutuo olvido.

Las flores que hoy te envuelven con frescura mansa
encandilándote el rostro con su alegre brillo
han conseguido sol y sombra en el amor que pasa
sus raíces se afirman sobre lo ya perdido.

Esas mismas cuya fragancia sublima tu locura
cuya belleza sin igual tu ánimo renueva
de las que ignoras tú su procedencia más turbia
y presto les atribuyes perfección y pureza.

Esas por las que has suspirado a la mañana calma
por las que dotas de gracia al infinito cielo
que te han hecho alabarle al rocío y a la escarcha
y que te desnudan milagros sobre el oscuro suelo.

Mismas que más tarde despojarás de su magia
al arrancarlas sin piedad para tu nueva amada
y que ingenuo llevarás con gozo y regocijo
a dar testimonio mudo de lo que un día fuimos.

Las mismas que aquella ha de recibirte cándida
vacía de palabras su boca, sus mejillas coloradas,
cargan entre sus hojas dolores añejos
y, entre su espinas, el rencor es veneno.

Esas flores que dichosa se llevará a la alcoba
a empapar en dulce aroma los pensamientos de ti
serán guardianas de sus agonizantes horas
mientras un lastimero y postrer sueño la vean dormir.

Víctima de tu cobardía y tu osadía
su carne sangrará a causa de mi pesar...
Y esas flores, las que hurtaste de mi huerta,
cual hiciste antes con mi alma ahora muerta,
serán a su vez redención y condena:
tributo en su lecho a esa que hoy veneras
honores a ésta que hoy ya no recuerdas.

Paz a sus restos y descanso a mis penas.







Fotografía de Martin Stranka

Desde que había encontrado el trozo de papel adornado con una palabra de cinco letras cuyos trazos no le eran en absoluto indiferentes, su estado de ánimo había sufrido un cambio abismal. La presencia de su acompañante comenzaba a hacérsele tan pesada como los kilogramos que componían su figura y su constante insistencia en reprocharle el comportamiento ante algo a primera vista tan nimio junto a los comentarios sarcásticos e inoportunos que emitía a una velocidad de casi más de tres vocablos por segundo, lo estaban sacando de quicio.
Se preguntaba de dónde le salía esa necesidad por hablar de más y, a falta de respuesta, se encontró empujando desesperadamente con ayuda de sus dedos el cúmulo de trocitos de papel que habían caído al suelo hasta algún lugar remoto de su garganta. La meta, pensaba, era que sus cuerdas vocales quedaran por completo inhabilitadas para emitir el más mínimo sonido.
Se regodeó un instante ante la idea sin reparar en su falta de escrúpulos hasta que la voz de la realidad lo hizo reaccionar.
–Ni sé qué podrían interesarte unos cuántos papelitos que a un cerdo cualquiera le dio por tirar a la calle. ¡Es que ni consideración tiene por los transeúntes! ¿No tendrá papeleras dentro de su casa o así será la cantidad de basura que guarda en ella que necesita echarla por la ventana?
–Me gustas cuando callas porque estás como ausente... –Silbó, esperando que su ruidosa y latosa acompañante captara la indirecta.
– ¿Ausente...? ¿Cómo no voy a estar fuera de mí si encima nos haces detener para recoger escombros ajenos? ¡Hasta un niño de tres años que se la pasa jugando en el suelo sabría reconocer un desperdicio cuando lo ve!
–Si supiera Neruda cuánto le estoy envidiando ahora ese verso... –gruñó.
– ¿Que quieres un beso?
“¿Eh? ¿Y ésta es sorda o escucha mal por hobby?”
 Y mientras replicaba para sí “¡silencio, lo que quiero es silencio!”, se hizo el desentendido.
– ¿Sabes? Es increíble que te resulte menos descabellado considerar guardarte un insignificante pedazo de hoja de los mil demonios antes que besarme así no más en la acera.
Se encontró librando una lucha dentro de su cabeza para escoger la forma más sutil o conveniente de explicarle que no le resultaba descabellado besar en la acera, sino en sí besarla a ella. Que salir con una loca sin levantar sospechas era una cosa, pero exponerse a que públicamente lo relacionaran con ella con los shows que la ayudaba a concertar el timbre de su voz en exceso chillona – ¡ahhh!, suspiro cansino nada más de imaginárselo–... ya era otra.
– ¿Qué tenía de especial?
Como réplica frunció el ceño mostrando exagerado desconcierto. La expresión de su rostro iba acompañada de la boca semiabierta en una especie de mueca y un leve cabeceo hacia los lados en señal de incredulidad.
– ¡El asqueroso papelito! –Insistió ella–. Algo tenía que tener para que de pronto te interesaras por los demás y se te descompusiera el semblante en menos de un santiamén.
Alguna emoción bullía por salir a la superficie de su tez, pero se las arregló para mantenerse estoico. Luego de un rato largo en el que pareció que no acotaría palabra al respecto, dejó oír un:
– ¿No decías que eran simples desperdicios?
La mujer se rindió decepcionada, lo atravesó con la mirada haciéndole un reproche callado y quedo con las pupilas a punto de derretirse y presta le dio la espalda. Él sintió un tanto de pena por demostrarle tan abiertamente su indiferencia, pero se reivindicó pensando que habría cargado sin disgusto con los kilos de su persona si, por el contrario, su personalidad no fuese tan insoportable.
La observó alejarse sin pretender detenerla, le pareció que rodaba con torpeza sobre el suelo a medida que su impulso por abandonarlo le hacía ganar velocidad hasta precipitarse calle abajo. Su errático sentido del humor lo hizo desear gritar: ¡abran paso! ¡Abran paso! No obstante, se contuvo. Entretanto, cual juego macabro del recuerdo, con cada giro nuevo que aquella daba, su interior daba un vuelco hacia atrás en el tiempo acercándolo a momentos otrora sufridos y, por demás, viejos.
Cuando se percató de la treta en la que estaba metido se arrepintió de no retener a su acompañante porque justo cuando desapareció de su vista, su remoto pasado hizo presencia de forma absoluta. De su ya no reciente presente solo le quedaba un entrañable trozo de papel echado al viento y un “qué tenía de especial” como pregunta.
La respuesta nació con un nombre al lado del cual el atributo en cuestión perdía significado y valor, y cuya simple mención fungía en él como un disparador de emociones de las que nunca salía ileso.
Como si fuera víctima de un ataque inesperado, una descarga certera empezó a hacerlo trizas por dentro. Culpó al destino y a su suerte, su memoria se tiñó de castaño y de ojos ambarinos. La añoranza se le vistió de luto, el vacío le supo a ausencia mezclada con humo y la acidez de la halitosis mañanera luego de una borrachera. De pronto le dolieron los kilómetros de nostalgia, los litros bebidos de soledad, los segundos eternos en los que la echó de menos y los días por llegar en los que la echaría de más.
Vio llover sobre mojado en la ventana en la que desaparecía medio brazo desamparado sin sus manos y sintió que, para colmo, le entraba agua en los zapatos. Un trozo de papel inmundo llevado por el agua que corría sobre el pavimento tropezó con una de sus suelas, todavía se leían en él, aunque con tinta corrida, cinco letras que lo hicieron dirigir su cabeza hacia arriba solo para descubrir que la inmensidad azul que lo cubría se había convertido en un techo mustio y sin vida. 
–Disculpe, ¿qué es lo que ve?
Bajó la vista, había sol, el suelo volvía a estar seco...
¿O siempre lo estuvo?”
–Es un bonito día, ¿no es cierto?
La confusión le azuzó el remolino de sensaciones que invadían su interior.
Necesitaba dejar atrás aquello de nuevo o mejor dicho, sacarlo de sí; un cambio de aire para despejar la mente. Dio media vuelta girando sobre sus talones y odiando a sus errabundos pasos por llevarlo más allá de la Avenida Tres Piensos, justo frente a la plaza de los almendros.


Aldo Simetra



Relacionada con: Un Soplo de Aire

Hay tanto aire de sobra en mis pulmones que te pertenece
hay tanto sueño que he perdido y que me debes
tantas memorias líquidas que te evocan
y tanta ausencia tuya que aún me toca.

Hay tanto vicio en emborracharme en tu partida
en inhalar tu esencia siempre efímera y esquiva
tragar la piel muerta de tus besos adherida a mis labios
y ahogarme, cómo no, al incurrir en un hábito que me hace daño.

Hay también un asunto pendiente entre tu voz y el ruido
un inusual acuerdo entre tu recuerdo y el frío
esta distancia tan inocua y tan vana entre dos cuerpos tibios
y esa guerra declarada entre tu permanencia inevitable y el olvido.

Hay tanta ilusión que ha extraviado los zapatos:
para pisar el suelo nunca han sido necesarios;
está ese cielo indiferente que nos mira
y nos rebota los reproches, las preguntas...

Aunque tú seas allá y yo aquí, o viceversa,
es la misma nube la que se rompe sobre nuestras cabezas
y el pájaro que trae anuncios en sus melodías serenas
se ha vuelto otro, aunque con noticias viejas.

Pero...
Hay tanto de tanto...

El mundo, adentro o afuera
la noche frívola y ciega
la estrella que aún extinta hace miles de años luz
titila oronda sobre nuestras más oscuras penas
o esa pausa o interludio inoportuno que lo deja todo a medias.

Pero,
de tanto que hay,
no quiero nada.
Ni la doble negación esperanzada
ni el insomnio ni los suspiros que te nombran
ni las lágrimas ni tus recurrentes sombras
ni el silencio
ni la nuca erizada o el estómago encogido
ni las treguas,
ni las deudas,
ni el "te pienso".
Si acaso el vicio...
Sí, déjame el vicio
el alcohol, los cigarrillos
el frenesí de los placeres furtivos...
No porque no sea capaz de congeniar con tu partida
o con tu esencia siempre efímera y esquiva,
sino por el masoquismo de incurrir en un hábito que me haga daño
echarte de menos
tan solo para saborear, una vez más, la muerte conjunta de tu boca y mis labios.




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