Cuencas Desbordadas

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Fotografía de Christian Schloe

–Hoy tocó vaciar el cuenco... Tenía la mirada llena hasta rebosar. ¡Si la hubiera visto! La congoja se le derretía en las mejillas. Sorbía melancólica de su nariz fantasías caducas que no se decidía del todo a echar fuera, hipaba entregada a la negación y con cada espasmo la desesperanza parecía proclamar una pequeña victoria contra su interior.
“Por instantes naufragaba en el éter de restos de alegrías desvanecidas sin encontrar nunca un mísero tablón de salvación o sin atracar en alguna orilla, entonces boqueaba buscando aire al borde del desespero, empapándose de profundas bocanadas de oxígeno que en lugar de sosegarla servían de aliciente para que una, dos, tres y más veces se precipitara. Las fosas nasales se le expandían y reducían con una parsimonia quebrada, y de éstas y de su boca semiabierta, comunicadora del vacío que habitaba con el que la embargaba, se desprendían notas tristes y silenciosas de una invisible partitura, solo digna de ser interpretada por la transparencia de las almas.
La mía, algo oscura, aunque redimida por su cercanía, de un modo u otro debió comprender esas tonadas al hacerme sintonizar con su pesar. Pronto fui consciente de que mi vista se empezaba a empañar y rabié porque escampara en la de ella temeroso de que la lluvia también calara en mí así sin más. Usted no sabe cómo me rasgaron sus ojos vidriosos, cómo me atravesó de tajo el brillo nostálgico con que se inundaba su mirar. Sentía que me ahogaba en su marea. ¡Compadre, que se me llenaba el cuarto de agua! Y juro que me arrepentí por nunca haber aprendido a nadar”.
– ¿Y eso fue antes o después de que usté hablara, compai?
–Antes, después o en intermedios... ¿Qué voy a saber? Me dejé arrastrar, cual marinero en ancho mar, por el arrebato de su tempestad. Creo que ahí fue cuando, pretendiendo amainar su furia, cometí el error de tenderle un pañuelo. No lo aceptó, por supuesto. Más tarde advertí que con ese gesto no buscaba ofrecerle consuelo a ella, sino más bien encontrar mi propia orilla o a lo poco, un mísero tablón de salvación para escapar del océano de dolor que me supuso cada lágrima que derramó.
–Pero sí le hizo la confesión, ¿no? –La respuesta la sintió en forma de manotazo en la parte alta posterior de su cabeza.
– ¿Tiene agua en los oídos? ¿No se da cuenta de lo complicado del asunto? ¿Que decírselo habría suscitado un segundo rechazo? Y a decir verdad yo...
– ¿Qué, hombre? ¡No me hable a medias que le entiendo menos!
–No podría soportarlo.
– ¿No podría soportar qué, compai?
– ¡Hay que ver! Usted sí que es corto de entendederas...
–Acuérdese que soy gente de pueblo.
–No venga, ambos sabemos que usted es animal de no ir a la escuela –negó asombrado ante las pocas luces de su compañero y luego suspiró quedo oteando la distancia–. Todavía recuerda al infeliz que le rompió las pupilas, ¿puede creerlo, compadre? –El interpelado emitió un lánguido gemido de aprobación y procuró guardar silencio–. Por más que me les pongo en frente e intento reconstruirlas con las mías, aquél es todo cuanto miran...
Lanzó otro manotazo, esta vez al viento, y frustrado añadió:
– ¿Qué se supone que haga, ah?
–Bueno –echó una mirada significativa a su alrededor y, en mitad de una exhalación profunda, soltó–: de momento, compai,  écheme una manito con este dique, ¿sí? Que donde el cielo vuelva a romperse, no solo se me inunda el cuarto, como a usté, sino el rancho entero.
– ¡Me lleva! ¡Si yo no me refería a este desastre! Me refería a... –De pronto desistió de continuar con el tema al no hallarle sentido a la conversación–. Olvídelo.
Cogió con desgana una herramienta, cediendo a la petición de su compañero, y a medio camino entre la resignación y el enfado susurró, no sin cierta pesadumbre:
–Lo que diera porque los cristales resguardados por sus párpados no perfilasen otra imagen que la mía...


Aldo Simetra



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2 comentarios:

  1. Cuencas desbordadas, lágrimas que huyen detrás que quién rompió las defensas o aguas que amenazan con romper el dique. Y en medio de todo ello, quién para declarar su amor no encuentra momento. Me gusta mucho su estilo Aldo y esos diálogos tan llenos de fuerza y expresividad. Un abrazo

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    1. Le agradezco enormemente, Isidoro, sobre todo por lo que dice de los diálogos. Son un detalle que cuido mucho en los relatos y siempre me da gusto saber cuando están bien logrados. Un gran abrazo desde por acá.

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