Sabrás de mi partida, demasiado tarde
justo cuando ansíes verme regresar;
acuéstate temprano y ya no me esperes:
no me necesitas en tu despertar.

No me necesitas... y es asunto viejo, pero
te cansarás de buscarme en la soledad.
Me echarás de menos casi sin remedio;
ruégale al vacío que te otorgue paz.

Ruégale a la noche que no muerda el frío,
que no sume espectros a tu penar;
que te conceda la fortuna del olvido,
que la ausencia no te pese de más.

Que no te pese, que no te pese...
ni la consciencia... ni la maldad...
Reinaugura con mi nombre el silencio
y que la nada te responda en mi lugar.





–Habrá momentos en que el mundo de pronto se te tornará pequeño o serás tú quien se encoja. Dejarás de creer en todo lo que te rodea y... eso, de algún modo, también te incluirá a ti. Descubrirás que tus santos son falsos o inventados y no hallarás a quién atribuirle los milagros. Advertirás que las verdades que te han enseñado cojean de tal lado o de cierto pie, y te preguntarás cómo el tiempo las ha logrado mantener. De un día para otro tus héroes se convertirán en villanos y tus antiguos villanos ascenderán a otra casta de malvados; serás partícipe de un cuento en el que nunca habrás querido estar. Reclamarás el final. Sentirás que has vivido de ficciones y te entristecerá haber crecido al borde de la realidad. 
“Para mañana: más pantomima de desayuno”, te dirán; presentirás que no te apetecerá. No te la tragarás.
Te rechinarán los dientes de la rabia y no encontrarás muchas cosas que morder. Tropezarás con tus ídolos caídos y, desde el suelo, debatirás entre patearlos fuera de tu camino o ayudarlos a levantarse de nuevo. Querrás prenderle fuego a su altar y olvidarte de que alguna vez te oyeron rezar. Lo desearás. Y no te importará verlos en llamas aunque con ello arda una parte de ti o el mundo jamás se vuelva a ensanchar. 
–Entonces, será oportuno arrasarlo todo sin pestañear... 
–Tendrás los ojos inyectados de impotencia ante lo absurdo abiertos de par en par, sí, pero no te atreverás. 
– ¿Por qué no? 
–Ni tú mismo lo sabrás. 



Aldo Simetra



En el momento justo en que el cariño se nos empezó a extinguir, supimos que llegaríamos tarde a lo que de él quedase. Tus pies dibujaron un sendero de distancia que yo no recorrí y tú no deshiciste. No quise seguirte. 
Mis ojos edificaron un muro de olvido que tú no irrumpiste y yo no derribé. Ninguno tenía intención de volver. 
Nos alcanzó el aliento de la despedida: el mío a ti como una brisa efímera, el tuyo a mí como un susurro calmo. “No mires atrás”, entonamos juntos al viento: yo, acariciando tu voz entre mi cuello; tú, quizá intentando atrapar la mía entre tus labios. 
Las manos nos quedaron pequeñas para abarcar la ausencia, puede que por ello apenas nos obsequiáramos el gesto final acostumbrado. 
El adiós llegó, no cabe duda... mas se instaló gritándonos fuerte y claro que aún haciéndonos cualquiera fácil el quererle, difícilmente alcanzaría a reemplazarnos. 




Fotografía de James Chororos

A veces creo que no es un desastre pensarla, aunque sus memorias solo tarden un segundo en perfilarse y una eternidad en suavizar los sinsabores de su adiós. Se engalanan con el negro del vacío que dejó, para luego empolvarse en cada resquicio de la soledad. 
La ausencia no conoce de etiqueta: sin protocolo de por medio siempre se hace notar; lo extraño es que sepa qué zapatos calzar con cada traje y yo, a piel desnuda y pies descalzos, jamás vista a la par. 
En ocasiones, decía, imagino que no es gran desastre que me invada, sentirla nacer nudo en la garganta, alojarla en algún extremo peligroso del ahogo o de la asfixia, vivirla en paralelo a mis movidas. Los latidos hacen huelga cada que se manifiesta, reclaman contención y algo de juicio. Es como pretender abarcar la lluvia en un pozo entretanto se razona un sentimiento o un impulso. Lo intento y... miento a pulso.
Pero repito: a veces no es mayor desastre recordarla, dejarme tocar por las tonadas tristes de su contrariada proximidad, andar con un cartel de “cerrado por demolición o defunción” (da igual, en ninguna queda mucho por salvar), en algún lugar donde duela de menos o de más. La gravedad del asunto no es tema de importancia, quizá sí de física... bendito cuerpo celeste alrededor del cual no paro de girar. 
Aun cuando sean poco más que el reflejo de mis idas y venidas, me marearé en torno a sus vueltas hasta la náusea o hasta hacerme inmune al vértigo de caer en ella todas las penúltimas veces que me falten por contar. 
Y es que no será jamás catástrofe ni peor tragedia mientras me dañe lo mismo que me consuela. A todas estas, sigue vigente ese tratado inviable entre su indiferencia y mi embeleso, mal que me pese. Y yo, a veces, solo a veces, creo...



Aldo Simetra


El mundo ya tiene demasiadas imitaciones. Defienda la originalidad. Con la tecnología de Blogger.