Dicen que para que un engaño sea efectivo no sólo se precisa de alguien que mienta sino también de alguien que lo crea. Sin embargo, es curioso como en una pareja la culpa termina siendo sólo del que tuvo la astucia de engañar y no del ingenuo que se dejó engatusar.
Llegado al punto en que “el ingenuo” ha buscado mil excusas para todas las mentiras del “astuto”, el primero trata de conseguir verdad en cada una de las frases que el último pronuncia, pone una venda en sus ojos para no ver lo que éste oculta y al final, la máscara que de por sí lleva termina combinando con el disfraz que el otro usa.
“El astuto” sigue repitiendo las mismas historias, palabras con falsedad en cada una de sus letras, el mismo cuento, el mismo engaño, y no es que en realidad “el ingenuo” lo crea, es que ya en su memoria está fijado.
Lo peor,  es que quien cree el engaño sabe que es falso porque cada vez que el que miente tan siquiera mueve los labios, aun sin decir nada intentando decir algo, se puede escuchar sus farsas como vieja melodía, sólo que ésa es amarga porque lastima y ninguno de sus versos rima.
Desde luego, no parecerá irónico oírlo preguntarse: - ¿Por qué será que todavía me resigno a oír sus inventos? ¿Por qué no le pongo límites a lo que dice y a lo que siento?
Tengo dos ciertas suposiciones: Una, que aunque se canse de todas sus patrañas, le es difícil olvidarlas; y la otra, que aún espera que los párrafos de sus textos dejen de ser falsos y al fin digan algo cierto.

“No culpes solamente al mentiroso por haberte mentido, también cúlpate a ti por haberle creído”… 



Me quiere, no me quiere, vas repitiendo lentamente mientras despojas uno por uno los pétalos de la margarita, esperando que el último de ellos te dé la respuesta afirmativa que tanto anhelas. Una y otra vez le colocas nombre a los pétalos y a cada segundo cambia intencionalmente tu estado de ánimo: me quiere, te contentas; no me quiere, te inquietas.
Lo irónico es que dudarás del mensaje sin importar la respuesta que obtengas: si te quiere desconfías y si no, no lo crees. Y ni hablar si se te ocurre aplicarlo a la inversa, aunque el tener que recurrir a ese medio para saber lo que sientes es lamentable, sinceramente.
De leer estas líneas, muchos recordarían cuando jugaban a deshojar margaritas y la verdad espero que haya quedado en su infancia este tonto juego. Sin embargo, no se equidista tanto de nuestro actual comportamiento al iniciar una relación, en la que todo lo cuestionamos y nos llenamos de inseguridades en lugar de darle tiempo a las cosas para que sucedan.
En conclusión, me parece estúpido dejarle a una flor la decisión de un sentimiento y a raíz de eso permitir aflorar una ilusión, al fin y al cabo, lo que es real se siente y no necesitas que nada ni nadie te lo diga sino que esa persona en particular te lo demuestre.

 

Aún te sueño, sigues marcado en mis pensamientos, abro la puerta esperando ver tu rostro dibujado a través de ella pero nunca estás, solo hay un vacío que puedo traspasar. Permaneces en los rincones de mi alma como las telarañas que intento evitar y cada vez te pareces más al polvo que, inadvertido, invade cualquier lugar sin permiso.
¿Razones para recordarte? Ninguna. Y eso es lo que me obliga a buscar motivos para no olvidarte, todavía transito por los sitios donde te veía para sorprenderme si encuentro tu imagen algún día.
Vivo de ilusiones falsas: el verte por la ventana, el levantar el teléfono y escuchar tu voz; cuándo saldrás huyendo de mi cabeza para contentarme finalmente con tu adiós.



                                                                                   
 

     De vacío se trata. Ése lugar que al parecer alguien desocupa, un hueco que nunca cicatriza, ese espacio que abarca nada y que fue parte de un todo. Tal vez un lleno que ya no es y sin duda algo incompleto. Eso que duele, que te destroza el alma, que sabes que fue y ya no está, y que aunque busques no encontrarás.
      No, no lo confundas con soledad, la soledad es falta de compañía pero el vacío es falta de vida, es falta de esencia, de existencia, es reconocer la ausencia, acentuar el recuerdo, prescindir de momentos, sufrir en silencio, mostrarte aparentemente intacto y caminar con una grieta por dentro.
   
 


Hay gente que se pasa su vida pidiendo deseos; en los cumpleaños, en fin de año, cuando ve pasar un cometa, en los aniversarios, en cada ocasión que considera importante, a veces insignificante (como cuando se cae una pestaña) o un motivo de celebración no deja pasar el momento para desear algo. Entonces convierte la realidad en fantasía creyendo que así es menos difícil cumplir sus anhelos y se dedica a esperar a que suceda cruzando los dedos.
Esperanza le llaman, yo preferiría llamarlo ingenuidad. Desde cuando las uvas pueden por sí solas cumplir ilusiones o es que acaso las velas están encantadas para hacer realidad nuestras más absurdas peticiones.
No es más que el miedo de lograr las cosas por nosotros mismos o la creencia de que son simplemente imposibles lo que hace que busquemos vías menos factibles de que se cumpla lo que queremos. 
Verás, yo no creo en los deseos. En vez de decir “espero que se cumpla lo que pedí” deberíamos sustituirlo por un “sé lo que quiero y lo voy a conseguir” porque, a decir verdad, no hay cosas imposibles sino gente incapaz de lograrlas y además, si creyéramos menos en los deseos y más en nuestra voluntad, nos daríamos cuenta de que es más fácil alcanzar nuestros sueños que esperar a que se hagan realidad.



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