Hay un momento de la noche que nunca nos evade, que nos espera diligentemente con la misma ansia con que el cansancio se echa a los brazos de Morfeo. Ese momento rodeado de silencio en donde la quietud se pasea oronda y engalanada y sin querer lanza una piedra en nuestro interior que agita la superficie del alma. Entonces, mientras hacemos un resumen de lo que hicimos antes de llegar a la cama y otro de lo que debemos hacer al apartarnos de ella, nuestra mente divaga entre los recuerdos y el presente, nuestra almohada se convierte en confidente y de pronto nuestro lecho se transforma en un juzgado donde la conciencia da cuenta de todos nuestros actos. Y parece que escuchas a las dos partes debatiendo: esto estuvo bien, esto estuvo mal; mientras que la voz de un juez que nunca has sabido identificar determina: a lugar o no a lugar. Se inicia un alboroto en la sala, ya están a un paso de dictaminar el veredicto, no sabes si te absuelven o condenan; pero no te importa, porque con el sueño de defensa y las sábanas de abrigo, todas tus preocupaciones se apagan y van cayendo poco a poco al precipicio del olvido.





Viendo cómo la gente hojea libros de autoayuda para minar su autodestrucción, me siento como un villano al pensar que, sin importar cuántos se lean, su vida seguirá siendo deprimente si continúan a la espera de que cambie por el simple hecho de absorber letras. Es curioso verlos repasar el mismo repertorio de motivación y positivismo como si fuese la fuente de vitaminas que necesitan para moverse, cuando basta con que hagan uso de la voluntad que olvidan que tienen.
Yo profundamente pienso que es un problema de autoestima, y es de lógica que si te sientes inseguro de ti mismo te dé miedo caminar sin tener un guía adelante, un compañero a tu lado o un guardaespaldas detrás. Sin embargo, pareciera que olvidaran que el destino no es algo compartido y que seguir el camino por el que otros han ido los aparta del suyo.
Sí, está bien, no hay que ser tan radical, hay personas que los usan como fuente de sabiduría o como especie de manual. ¡Good for them! Pero en serio, de cuándo acá la gente le hace caso a los consejos más que para recalcar los errores cometidos. Si la vida hubiese venido con instrucciones, no me cabe duda de que al nacer a cada uno le habrían obsequiado un instructivo. Y cuál sería la primera lección, tatatatán: ¡Abra los ojos, ya usted es un ganador!


¡Jajaja! Ya está bueno, antes de seguirme extendiendo y tengan mayor información para cerciorarse de mi nivel de maldad, les dejo con un refrán que de seguro se han cansado de ignorar: "Nadie escarmienta en cabeza ajena". Así que en lugar de leer un libro para obtener respuestas y experiencia en base a las "metidas de pata" de otro, conviértanse en protagonista de uno y dejen que sus actos sean la tinta que lo escriba en esa hoja en blanco que todos llamamos Vida y que muchos dejan inconclusa.
¡Oh por Dios, he sonado exactamente como un libro de auto-ayuda! Aunque bien, no deben de ser tan malos, al menos a quienes los escriben les sirve de algo; porque si hay una cosa que no les refuto a este tipo de libros, es la certeza de que nada ni nadie puede brindarte mayor ayuda que tú mismo.


Aldo Simetra





A veces me pregunto cómo es posible que si Dios nos hizo a su imagen y semejanza seamos, los seres humanos, tan defectuosos. Porque siendo sinceros, todos estamos de algún modo estropeados, todos tenemos algo que necesita de arreglo. Sabiendo esto pienso en la gente insegura, con el orgullo dolido, deprimida, abatida, fracasada, triste o afligida, marcada por la vida y de una u otra manera herida. Aunque no se me escapa que estamos así para cumplir con un propósito; “estamos” no somos, porque es un estado transitorio en el que se nos curan las abolladuras, se nos enderezan las torceduras y se nos pulen las asperezas, y terminamos por convertirnos (dentro de lo que cabe) en una obra maestra perfecta.
Entonces imagino que todo forma parte de un plan preconcebido para darnos cuenta de que Dios no se equivocó cuando nos creó y que ser imperfectos fue justo el regalo que nos dejó. Pero mientras acepto con grandes dotes de resignación y escepticismo su peculiar obsequio, le reprocho que nos haga pasar por tantos esfuerzos y pienso cruelmente que solo somos su fuente de entretenimiento.
Luego me acuerdo de la frase de Eduardo Galeano: "La perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los Dioses". Y agradezco que no me haya dotado de una cosa tan fofa e inútil y que no tenga nada más divertido que hacer que vigilar mis pasos, porque convencida de su presencia mis penas no me duelen tanto. Me atrevo a preguntarle al silencio: "Por qué no me la pone más fácil", sabiendo que él va a escucharme y de inmediato encuentro la respuesta en mis pensamientos: ¿Y tú te crees que el cielo es gratis? Por supuesto que no, pero bien caro que sale.

En fin, menos mal Dios no nos hizo perfectos, echaríamos en falta nuestros defectos sin que hubiera algo apreciable en ese hecho y seguramente, no lo amaríamos por ello.





Para nadie es un secreto que las redes sociales y las relaciones no compaginan, son cosas que deberían ir por separado a menos, claro, que prefiera que sean “otros” los que no se lleven de la mano.
Hay gente que exagera con esto de las redes sociales, que en vez de usarlas como un medio avanzado de comunicación, las usan como medio barato de espionaje.
Si antes tu chica, por ejemplo, te sometía a un riguroso y meticuloso interrogatorio para obtener alguna información, ahora basta con que ingrese a tu perfil y... ¡Tachán! Todas las respuestas están visibles ahí.
Tanto así que cuando va a referirte algún hecho lo hace con toda la verdad en sus manos y sin utilizar frases del tipo: “¿dónde estuviste tal día?”; sino del tipo: “el miércoles estuviste en tal sitio con fulanito o fulanita”. Y uno ya no anda de ingenuo creyendo que es adivina o algo parecido, ni se sorprende preguntando: ¿Y cómo sabes eso? Porque de antemano ya está reprochándose: Malvado Twitter, malvado Instagram, malvado Facebook.
Con respecto a éste último tuve una novia que a cada rato me hacía desear dedicarle esta canción:


Es que era realmente insoportable, parecía querer escribir un cronológico detallado de cada uno de mis pasos. A buena hora se me ocurrió cerrar la cuenta y puedo ahorrarme escuchar reclamos y quejas sin sentido del tipo: ¿Quién es esa zorra que te escribe otra vez? ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Porque verídico, sin importar el nombre que tenga ni quién realmente sea, para tu chica cualquier “tipa” que intente interactuar contigo se arrastra, ladra o camina a cuatro patas.
No es de extrañar que algunos hombres quieran retroceder la comunicación a unas cuantas décadas, a los tiempos en los que abundaban las damas y los caballeros, al menos en esa época la gente se comunicaba por cartas y cualquier noticia, así fuera el chismorreo de un affaire con una cortesana, tardaba en llegar algunas semanas. De manera que tenías suficiente tiempo para interceptar al cartero e impedir que tu novia, o toda tu “red de contactos” en su defecto, se enterara del suceso.
 Claro que tampoco se engañen, desde que las redes sociales son un método infalible para romper situaciones sentimentales, muchos la utilizan adrede para terminar con la pareja que tienen, por dos significativas razones: una, se hacen publicidad gratis con motivo de su recuperada soltería y dos, se ahorran los dramas y la marcas en la cara que les dejaría un fuerte bofetón, suponiendo que no acabase, como en la mayoría de los casos, en buenos términos la relación.
Y bueno, como moraleja, eso que han escuchado es cierto: "Las redes sociales te acercan a quienes tienes lejos, pero también alejan a quienes tienes cerca". Terminan siendo asociales desde el punto en que se vean.


Aldo Simetra



El mundo ya tiene demasiadas imitaciones. Defienda la originalidad. Con la tecnología de Blogger.