He visto niños sufriendo de hambre y de frío, he visto ríos que ya perdieron su camino, he visto guerras que ahora no tienen ningún sentido y militares matando gente sin miedo alguno.
He visto madres vendiéndose por sus hijos y muchos padres huyéndole al compromiso, adolescentes que van a tener un niño y otras que abortan y mueren sin auxilio.
He visto violencia en las calles, ciudades derrumbarse, naciones sin mañana, un mundo sin esperanzas.
Y muchos se preguntan ¿Dónde está Dios? Me imagino qué diría si pudiese responder: “Yo estoy aquí, nunca me fui, tú te alejaste, ven hacia mí. Tú me culpas por no ayudarte, soy quien siempre ha estado allí aún cuando pensaste que estabas solo. Tú eres quien hiere con tu maldad, yo doy amor y mira tú lo que das”.
La gente siempre trata de buscar un culpable para sus tragedias en vez de intentar enderezar sus vidas. Se cubren con el velo de la indiferencia, se lavan las manos y ponen cara de inocentes. Al final del día esperan recoger los frutos de una cosecha que nunca sembraron y si vuelven con las manos vacías le reclaman al Supremo no haberlos ayudado. Preocupados por lo que quieren se les olvida agradecer lo mucho que tienen, buscan a Dios cuando están sufriendo pero lo ignoran cuando están riendo. Y aún así esperan que sus súplicas enviadas como un grito al cielo sean respondidas de manera inmediata sin mover un solo dedo. 




Seguramente todos han escuchado esta frase: “Si amas alguien déjalo libre, si regresa a ti es tuyo sino nunca lo fue” y de seguro muchos la han cumplido bajo la premisa de que si vuelve nadie podrá quitárselos o de que si no lo hace no era la persona indicada en sus vidas.
Sinceramente les digo que si lo han hecho son unos tontos, por qué razón separarnos de alguien que queremos a nuestro lado. No les parece algo irónico haber encontrado a la persona ideal de sus vidas con la que pueden compartir ese sentimiento tan escaso y desvalorado en el mundo y así sin más hacerle las maletas para que se marche y sea encontrada por alguien más, que ciertamente no será tan tonto como para dejarlo escapar. Es cierto que nada nos pertenece en esta vida, y en este caso les invito a que sean egoístas por un rato y piensen en lo que quieren para ustedes, se darán cuenta que quien no lucha por lo que quiere simplemente lo pierde.
Yo relaciono esta frase con libertad y eso se lo puedes dar a quien amas sin necesidad de dejarlo ir, pues  si el amor es verdadero ninguno de los dos será capaz de marcharse y entre ambos impedirán que el otro se vaya. Quien ama no necesita irse y volver para darse cuenta de lo que siente y si tienen a alguien así en sus vidas, solo está jugando con ustedes... 




 

Cuando alguien muere siempre hay un sonido que nos recuerda ese último momento, ese último suspiro, esa melodía fúnebre que crepita en nuestros oídos llevándonos un mensaje triste que se aloja en nuestra memoria y que cuando es activado nos recuerda una historia melancólica, trágica, dolorosa, que envuelve un capítulo final sellado con un nombre.
Esa onda auditiva que se expande a nuestro cerebro fácilmente puede resumir un instante: el tic tac agonizante y desesperante del reloj que indicaba los minutos faltantes para una intervención, el ring del teléfono que anuncia una mala noticia, el rechinar de las llantas de un auto al chocar contra un cuerpo, el ploc desarmante cuando después de tanto silencio alguien se deja caer secamente sobre el suelo, el bravo oleaje del mar que se traga una vida, el pum de una explosión, el clic que antecede el impulso de una bala hacia la cabeza, el tac incesante de un corazón debilitado, la turbulencia alarmante de un avión antes de estrellarse, el pii eterno de un monitor cardíaco, el tan de una campana al salir de una iglesia, una risa irónica de negación, un grito lastimero hacia el cielo, un sollozo intermitente acompañado de lágrimas, un murmullo que esconde un rezo, un suspiro de resignación, un eco frío, una canción convertida en coro como símbolo de adiós.
Según la situación unos han de recordarlo como una sinfonía sombría, otros como una tonada cruel.  Pero para todos, la muerte no dejaría de ser lúgubre y oscura, un conjunto de notas enlutadas que siempre sonarían desafinadas, rotas y nefastas cada vez que se evocaran.




 







Justo en ese instante el que el sol se esconde
Y la tierra se enfría
Y pasa la brisa más fresca a dejar sus caricias
Y la oscuridad va pintando el paisaje
Cubriéndolo todo de un frío enlutado
Y sale la luna a alumbrar la penumbra
Y el millón de estrellas a lucir su belleza
Y la soledad hace presencia
Incitando al silencio a que permanezca
Y en las avenidas y desde las viviendas
                                                 
 Están las bombillas dejando su foco
Y el ruido se ausenta y el movimiento cesa
Y los pueblos descansan de sus largas faenas
Mientras muy callada la noche se acerca
Sigilosamente florecen las penas.





 
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