Shoulder Hill Valley - Carl Warner

Encender la bombilla justo cuando afuera es noche y el calor de otros soles le recuerda a nuestros cuerpos su origen terrenal. El cielo se avergüenza entonces, asomado tras la ventana, por hacerle sombra al desvelo y quedar relegado en segundo plano. Se arrepiente de haber retenido a Morfeo estando siempre sueltos y despiertos el ocio y el deseo. Es cuando ordena llenar la luna o sacarle brillo a una constelación de estrellas. No miramos ninguna, estamos también llenos y brillantes. Rebosantes. El suelo nos acoge cálido, la bombilla deja de alumbrar opacada por otros destellos más vivos. La oscuridad ahora es completa y no se distingue el espacio ni las alturas, que entre susurros se confiesan sus pesares: es que ya nadie cede al chantaje de las cosas celestiales.




Fotografía de Jeannette Woitzik

— ¡Tanto para decirle que te gusta! ¿No le puedes decir “me gustas” y ya?
—No, así no más no. Tengo que decírselo sin decírselo.
— ¡Asssh! ¡Qué complicado!
—Pues sí, pero mi hermana dice que a las chicas no les gustan las cosas simples.
—Pues yo soy una chica y preferiría que el chico me dijese que le gusto en dos palabras, que me queda más claro, antes de hacerme leer un testamento en el que debo suponerlo.
—Espérate a que crezcas...
— ¡Soy de tu mismo tamaño, idiota!
—Ehm... por eso no tienes novio.
Paula se marchó entre ofuscada y molesta callándose su réplica, que revelaba que la verdadera razón por la cual no tenía novio era porque él no la miraba.
A Andrés, por su lado, demasiado esperanzado en sus propósitos, nadie logró frustrarle la voluntad de entregar el texto dedicado a la niña que, según palabras suyas, le robaba el aliento.
La carta fue leída un lunes por la mañana, entre el descanso de Historia y Matemáticas:
“Asta q te conoci, lo unico q me quitaba el aire era la clase de educ. fisica de los jueves después del mediodía. El profe Torres nos tortura con un entrenamiento propio de la armada y luego toca ir a la siguiente clase con el uniforme enpapado y el sudor dandonós un 2do baño del q nadie sale aseado. Contigo casi nunca pego una Te ví arrugar la naríz, la semana pasada... me dio verguenza verte toda fresquesita y perfumada y yo apestando a qué rayos. Luego el viernes, quise arreglarlo y se me debio pasar ful la mano xq, las 2 hrs del taller de biología anduviste estornudando al lado mío. Espero seas alergica a la colonia de mi tío y no a mi. Es broma pero esta ok si no te da gracia. Igual a tí te sobra asta sería xq, 100pre me contentas Como aquel día en castellano cuando discutistes con la profe x aquella palabra con doble escritura q ya se me olvido. No sabes las ganas q tengo de aorcar a esa vieja, me tiene fastidiado con su obcesión con los acentos y su corregidera como si se esperara q los de la real academia española de la q tanto habla fueran a premiarla x hacernos la vida imposible con la pronunciación y la ortografia. Las patadas q recibiria si fundaran una real academia latina... (otra ves bromeo, x si a caso) x eso me encantó q le llevaras la contraria. Recuerdo reirme mientras peleaban y la cara de disgusto q me lansastes después. Lo siento si te ofendi pero, quiero q sepas q me burlaba de ella y no de tí.
X sierto q te luce el cabello ensortijado y los lentes sin montura y le hice pagar a mi amigo Tony q te comparara con una esponja de alanbre con cristales.
Lamentó q te halla dicho en público algo haci.
Esto no es una carta de disculpa, x si lo parese. es solo q no se q piensas de mi, ni si quiera se si me piensas... Yo si te pienso, todo el tiempo, incluso sin querer.
Espero q x fin contigo pegue una chamita y te atrevas hacer mi pareja no solo en el taller de biología.
Pd: me encanta tu alanbrera, x si no lo sabias”.
—No te hubieras molestado —el papel que contenía la declaración fue doblado en cuatro.
— ¿Eso es todo? ¿No vas a decir más nada?
—Mmm, ¿gracias?
— ¿Gracias?
—Pero es que no entiendo.
—...
— ¿Por qué me la has escrito?
— ¿Por qué?
—Sí, ¿por qué?
—Porque... porque... es que tú...
— ¿Sí...?
—Me gustas...
—Oh... Lo sien-to —la carta fue devuelta a las manos de su emisor; la destinataria, entretanto, emprendió la huida—. Y... ah... Pon más atención en Castellano, lo necesitas...
El chico estupefacto por la implícita, aunque no expresa negativa, apenas reaccionó. Pensaba en su amiga, a quien lo sucedido le daba la razón.
— ¡Y de paso la tuve que romper porque ni siquiera se la quedó! —Le refirió él más tarde, todavía absorto en su primer rechazo.
— ¡Te lo dije! De haberme hecho caso te habrías ahorrado la tinta del bolígrafo y el papel, y también la inspiración —respondió antipática Paula. Le seguía resultando odioso e innecesario el asunto de la carta.
Estaba dolida en el fondo, aunque lo disimulara; insistía en que no había sido escrita para quien sí la esperaba.





Relacionado con: Sonrisa de Acuarela


Martes 23 sobre las 7:30 pm. Lo recuerdo como si fuera ayer porque así fue. Yo no debería estar allí, pero la idiotez me hablaba más alto que la cordura. También me llamaba a gritos su voz aguda y sibilante, aunque reconozco que menos de lo que lo hacían su escote en “V” descendiendo sin piedad a los infiernos y la raja de medio lado de su minifalda negra marcando una pronta absolución en las alturas.
Yo no debería estar allí, pero a veces nos gusta ser metal atraídos por voluntad o por fuerza hacia el campo magnético de una consabida desgracia. Dirían que fui por la fiesta, aunque nunca supe qué diablos celebraban. A mí me movía otra causa: había licor a montones para vaciar la mente, música bastante alta para perder el sentido y ella... con su minifalda negra y su escote pronunciado dispara libido. Nos ubicamos con la mirada justo al llegar, a pesar de no tener permitido romper con la regla de evitar el contacto visual. Lo siguiente sería fingir, cual si tal cosa, que cada uno observaba más lejos o más cerca de la anatomía del otro. La deseé y le deseé suerte en la tarea mientras yo, ya teniendo grabado su cuerpo de costado a costado más allá de las retinas, anunciaba mi fracaso.
En la barra servían escocés, seco. Me vendría bien uno a las rocas con el regusto de su sabor en mi boca. Sin embargo, no estábamos para exigencias. Me lo resaltaba la mano que, reposando confiada en la base de su espalda, la escoltaba y guiaba por toda la sala. ¿Pensaría aquel, igual que hacía yo luego de haber palpado en el mismo sitio su desnudez, que la tela estorbaba? Lo vi palmearle el trasero con falsa discreción y no tuve duda de ello.
— ¿A las rocas, señor? —Costumbre o mera cortesía.
—Seco. Seco irá mejor.
El ardor del trago en la garganta alivia uno peor. Ahora no solo tendría que evitar el contacto visual, sino el verlos moverse de aquí a allá. Su exhibicionismo compartido me empezaba a irritar.
—Qué manía esta de llamar fiestas a las reuniones, ¿no crees?
Una castaña de ojos pequeños me persuade, se apoya a la barra de espaldas. Luce atractiva e insinuante. Quizá...
— ¿Te aburres? —Reacciono.
Hace un gesto figurando caer dormida y luego resopla obstinada en respuesta.
— ¡Bien por ellos! —Alude al motivo del festejo, mas sigo sin tenerlo claro—. Me compraré un gato y como es un gran paso, voy a celebrarlo.
Capto la ironía y río sin ánimos.
—A propósito, estás invitado —su mueca desvía mi atención a sus labios.
Estoy por contestarle medio divertido y sorprendido cuando algún despistado nos interrumpe derramando una bebida sobre su vestido.
Conozco de sobra el timbre de la voz que se disculpa, en vano, entretanto la mujer corre hacia el lavabo para limpiar su atuendo.
—Te vigilo —me advierte por lo bajo y al alejarse se gira haciendo una señal de que la siga.
Fondo blanco y ya estoy tras sus pasos sin necesidad de pensarlo.
Entramos a algún cuartucho oscuro. Yo, entre manos ocupadas y otras cosas, escucho su reclamo:
—No coquetees aquí.
— ¿Qué más te da el sitio? —Me sabe mejor el whisky con la lengua pegada a su cuello.
—Entonces no frente a mí —descubro sin sobresaltos que su despiste fue premeditado.
— ¿Y quién te lo impide a ti? —A mis manos les empieza a sobrar su ropa interior.
—Puedes mirar a otro lado... —Me entran ganas de hacerle tragar el comentario. Rompo el beso halándola del pelo y mis dedos que la apretujaban se clavan castigadores en su trasero.
—O puedo volver y desencajarle la quijada —la reto.
Me sostiene la mirada a la vez que sus manos hurgan mi sexo, me incita mordiendo mi barbilla y espeta:
—No tenemos tiempo para eso.
Me la tomo a tragos y sorbos desesperados. Su humedad compensa con creces la aridez del escocés. Pronto estallamos, ambos servidos a las rocas... derretidas. Su labial deja huella del delito en mi piel.
De repente la claridad retorna. No hay testigos ni abogados y quien nos pilla in fraganti se autoproclama juez.
Todavía me vierto en ella cuando se escucha el disparo. Su Señoría falla a favor del arma que nos ha sentenciado.
No sé qué día es hoy ni si debería estar aquí, pero tengo presente como si fuera ayer, y estoy seguro de que lo fue, ese Martes 23.





Fotografía de Martín De Pasquale

—Tienes los pies llenos de cemento. Fíjate, están atascados en el suelo. Los tobillos enterrados en el piso...
— ¿Cómo?
—Mira a tu alrededor, todo objeto en esta sala se mueve más que tú. Y según gozas de mayor libertad. Observa la mesa, los rayones bajo sus patas... a veces rueda por inercia. ¿Y la silla? Nunca se queda en un solo sitio. ¡Y tú te estancas!
—Pero ¿qué dices? Yo cami...
—En un mismo punto. ¡Bah! Nunca he visto un círculo con un radio de acción tan reducido. Inexistente, en tu caso. ¡¿Será posible?!
— ¿No estás confundiendo conceptos?
— ¿Siempre eres así de cuadrado?
—No se me dan las figuras... Pero, volviendo al tema, yo...
—Sí, sí, sí, tienes pies, ya sé. Y sin embargo, ¿a dónde te han llevado? ¿Qué tan lejos has ido? Los pingüinos que andan con las patas tan juntas al menos llegan a destino.
— ¡No pue...!
—Oh, sí, sí puedo. Para muestra: ¿cuántos pasos has dado desde que entraste a esta habitación?
— ¿Cuántos pasos? ¿Qué sé...? La verdad no los...
— ¿Los? ¡Uno! ¡Solo uno! Y yo diría que el mismo.
— ¿Cómo puedo dar siempre el mismo paso?
— Te repites, ¿no lo ves? “Paso uno: caminar”. No hay más.
—Pero ¡si dices que no camino!
— Sí.
— ¡Que me quedo estancado en el mismo punto!
—Sí.
— ¡Que no me he movido ni llegado a sitio alguno!
—Sí. Ahora suenas convencido. Es un avance.
— ¿Convencido? ¡Si solo te remedo!
—Falsa alarma. Un paso atrás...
—Perdón, te aludo.
—La imitación es la confirmación de algo aprendido.
—No te imito. ¿Avance dices?
—Por lo visto, tampoco aprendes. A propósito, te repites...
—Pero ¿avanzo?
— ¿Cuántos pasos has dado?
—Ninguno.
—Te respondes por tu cuenta.
—A lo mejor no deseo llegar a lugar alguno.
—Plantado de raíz...
—A lo mejor solo quiero... estar... tranquilo.
—Dirás que solo quieres “estar”. Quedarse quieto no es lo equivalente a tener paz.
— ¿Estar? Sí. ¿Qué no es lo mismo que hace cada objeto aquí?
—La mesa y la silla tienen un carácter funcional...
— ¡Calcuta!
— ¿Qué?
—“Vivir para servir”, ¿no es así? ¿Y qué hay de la otra parte que te-reza: “no se puede servir sin que te usen”?
—Depende, ¿temes ser usado o ser útil?
—Temo ser.
—Le temes a tu existencia pero quieres estar, ¡qué contrariedad!
— ¿Por imprevista o discordante?
—Por ambas quizá. Y al cabo, sigues en el mismo punto.
—El punto lo es todo: el final, el principio...
— ¿Y qué de lo que hay en medio?
—Dime tú, aún no amplío el radio de acción de mi círculo.
—Vuelves a sonar convencido.
—Solo te remedo.
—Imitación, de nuevo.
—No soy el único que se repite. Mira a tu alrededor. Después de todo, además de la mesa y la silla, hay un espejo en la habitación.





El mundo ya tiene demasiadas imitaciones. Defienda la originalidad. Con la tecnología de Blogger.