Esta vez no tuve que recurrir a artificios que me plantaran de golpe en la realidad para descubrir si lo vivido era parte de una mala pasada de mi mente perversa: la imaginación no suele ser así de despiadada. Quizá pude o debí valerme de ella y engañarme un tanto, no obstante hace menos daño una verdad hueca que una ilusión rota. Me dolió lo suyo tu cercanía y que la brisa me llevara tu aliento viciado de otros besos. Se me extravió tu esencia salpicada con las notas de otro aroma y mi olfato rechazó respirarte de otra forma.
 ¿Estornudas?
¿Es lo que parece? Por supuesto que no, solo es una reacción adversa a la idea de ti vertida en otras pieles o a la idea de otras pieles vertidas en ti. Te me contaminas tú y tu recuerdo. Y por extensión, me contamino yo que todavía colecciono tus secuelas en mí.
— ¿Un pañuelo?
¿Tuyo o de ella? Dile que se lo guarde justo al lado de su... a-ma-bi-li-dad. No lo quiero. Puede que su simple tacto me saque llagas en las manos al reconocer el tejido que en otros tiempos me alivió alergias más sinceras y reales que la que entre comillas me afecta.
Debe de ser el clima, está cargado este día.
¡Ni te imaginas! Ni te cuento lo que pesa, lo que asfixia. Me sofoca, se me empaña la vista, te me metes como polvo y humo en los ojos y la sola presencia de aquella me suda de rabia la camisa.
 ¿Vas muy lejos?
No contigo atravesado en mi camino. No debiste quebrantar la distancia que dejaba al presente y al pasado en dos esquinas casi opuestas, diferentes. Verte después de tanto... tan ajeno, tan cambiado, con tanta fragancia a nuevo... ¿cuánto tiempo llevan? Despierta del olvido un vaho a usado, a rancio, a viejo, impregnado en lo que fuimos. ¿Cuánto hace ya que no...?  Me en-feerrrrma. El aire que respiras junto a ella, que compartan más que el aire, que te mire como si, como si... ¡A ver, niña, ¿se te cayó un dios del cielo?! ¡No te enseñaron que la idolatría está prohibida! Que se refleje en tus pupilas, que le dediques sonrisas... ¡hey, respétame la cara, desgraciado, esa era una de mis favoritas! ¿Era? Que la roces, que la mimes, que tus manos se acostumbren a su tacto... ¡Suéltala! ¡Suéltala te digo! ¡No se va a perder si no la agarras de la mano! Que tonteen, que le digas cosas al oído, que ya no compartas secretos conmigo... ¡qué carrizo le has contado que se ha reído! ¡Cielos!! ¡¿Por qué no cae un rayo de allá arriba y la pulveriza para acabar así con mi martirio?!
Va y te besa. ¡Aja-jaaa-jaja! La condenada ¡va y te besa! Por tu bien deberías impedírselo, si es que de veras la quieres en tu futuro. Sé perfectamente lo que intenta la muy... Con lo que me encantaría agriarle el ánimo y frustrarle los malos propósitos al decirle que no se esfuerce, que primero fue sábado que domingo... aunque me deprime pensar que ella sí termine yendo a la iglesia contigo.
He perdido los estribos...
Caro...
No puedo, no quiero, no-no...
 ¿Caro?
¿Aún me llama Caro?
 ¡Caro!
¡Aún me llama Caro!
 ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? De repente te has quedado en blanco.
Suele suceder al descubrir que de un modo u otro te han vaciado. De todo, de ti... ¡Pero con qué plenitud y fatalidad invoco tu nombre y lo que has dejado en o te has llevado de mí! ¿Que qué me pasa? Mira, yo qué sé. Es el sol que quema horrores. El calor, ¡uff! Me siento barquilla derritiéndose ante la indiferencia del chiquillo que justo ha dejado de lamerla cuando le han pasado por el frente un copo de helado mucho más provocativo. ¿Qué me pasa? Empegostada, se me adhiere la ropa a la piel, me pesa la blusa, me aprieta el brassiere. Pero, ¡por Dios! ¿Qué cargo en la cartera? ¿Piedras? Se me calienta la cabeza, creo que a ratos me explota. Se me acalambran las plantas de los pies, ya me están avisando que busque algún punto de soporte: en breve no me van a sostener. ¿Qué me pasa? El sol, el calor, ¿ya te dije? Quizá también sea el frío... ¡estos climas de locos! Se me eriza la piel así tal cosa, me estremezco tampoco sé por qué...
¡¿Qué me pasa?! ¡¿En serio?! ¡Me maravilla tu estrechez de miras! Tan reducida que no repara ni en la tristeza que me traes, la agonía que me causas, la ira contenida, el nudo que me colapsa la garganta, la sensación de desamparo que me inunda, el grito reprimido por el asombro de que estés ¡con otra! Mi pensamiento calculador y maquiavélico trabajando en paralelo imaginado formas de mata... de acab... de aplas... No, no, no son instintos asesinos, cariño, sino un samaritano deseo porque ella disfrute de unas vacaciones indefinidas fuera de este mundo. ¿Quién no estaría mejor, por ejemplo, en el paraíso? Y si le tenían deparado el infierno, ¡ni veas de lo que te libro! ¡¡¿Que qué me pasa?!!
Ah, no es nada. Estaba recordando dónde estacioné el auto.
 ¡Cuándo no tú tan distraída! Apuesto a que lo has dejado a una cuadra. ¡Ja, ja, no has cambiado nada!
 ¡Y tú menos! Salvo por, ¿cómo se llama...? Esa que te cuelga del brazo... Sigues teniendo una memoria selectiva excelente. ¿A que todavía es capaz de recordar al detalle el calendario de un evento deportivo y nunca un cumpleaños ni cuándo tiene cita con el dentista?
La otra observa de soslayo; aunque a ella va dirigida la pregunta, no responde. Se ha percatado de cierto aire de complicidad que la excluye.
Jajaj, eso no es justo. Aún no me olvido del tuyo.
Se hace el silencio. Un silencio incómodo a tres partes en el que mis labios pugnan por distenderse y entre su vacilación, acaban por sonreírle extasiadas mis pupilas. Él luce encantador punzándome a muerte con las suyas, me hiere dos veces su mirada: primero porque reconozco que aún me tiene afecto, y luego, porque sé que es nada más eso: sus ojos han cambiado de dueño. Se desviven por ella como otrora me daba el lujo de que lo hicieran por mí. ¡Ahhh! ¡Cómo me lastima verlo! Más así. Se ve... ¿feliz?
Ella es... preciosa. Me produce envidia de la más cara y dañina, me hierve la sangre admitirlo. Después de todo, tiene a su lado lo que todavía anhelo en el mío. Si tan solo fueran igual de míos su rostro o su cuerpo o su cabello, si acaso mi voz tuviese su mismo cariz... sería mi mano la que él aferraría justo ahora, sería mi boca la que hace nada se deslizó rendida por su tez. No sería jamás ella, sino yo, de nuevo y una y otra vez.
“Doña amabilidad” no ha puesto reparos en que me acompañen al auto. “Por si me pierdo en el camino”, ha bromeado él. Me he negado en banda. He dado con el vehículo justo en la otra acera y además me siento “bien”, sea lo que sea a lo que eso se refiera. Nos despedimos sin rencores (¡es para subrayarlo!) y los abandono con una idea clara e imperturbable bullendo en mi cabeza.
Entro al carro y me incorporo al volante, lo aferro con furia inusitada, los veo alejarse a través del parabrisas. Es extraño el modo en que de repente un único pensamiento te renueva, te colma de un asombroso entendimiento y todo se ve más nítido bajo otro lente. Es curioso cómo luego tus neuronas van despertando hasta tus más precarios impulsos, cómo va tomando forma la intencionalidad hasta adueñarse por completo de tu voluntad y entonces la acción más deleznable se torna tan atrayente, tan racional, tan... ineludible.
Eso explicaría la determinación con que colocara la llave en el contacto, encendiera el motor del auto, maniobrara la reversa, me posicionara en la vía; aunque a mayor distancia, la misma vista frente al parabrisas. Un panorama de posibilidades, la calle desierta, las malas intenciones... ¿de verdad son malas?, colmadas a rebosar. El acelerador toma protagonismo, lo piso a fondo, dirijo el auto hacia mi objetivo, pierdo conciencia de a cuántos kilómetros por hora lo conduzco y, mientras hago cálculos, el impacto de dos cuerpos contra el parachoques descoloca mis sentidos.
Salen disparados por el aire en opuestas direcciones, la literalidad de “sacar a alguien del camino” representada al mejor estilo en una escena impresionista matutina. Mis ojos se desviven por inmortalizar cada detalle: dos manos separadas de golpe, dos masas de diferentes pesos y constituciones deformándose de manera grotesca, un baile mórbido de extremidades buscando en vano a dónde asirse o un nuevo conjunto al que pertenecer, la fuerza inimaginable con que son sacudidos a la vez en distintas partes de su anatomía, el crujir desquiciante provocado por el choque... “choque”, de pronto encuentro cierto placer culpable en esa palabra, de su corpórea existencia contra las más inverosímiles materias, su integridad rota en cientos de porciones ante la contundencia de un solo envite, los destrozos secundarios que carece de importancia mencionar. Sí, puede que de rebote se haya hecho polvo la vitrina de alguna tienda o el parabrisas de otro auto cercano, mas no quiero entretenerme en esos pormenores. En cambio, sí quiero deleitarme en lo mandado en un santiamén al garete, en la adrenalina condimentada de alivio que me invade, hay tanto rojo esparcido por doquier y dos marionetas despojadas de los hilos que las ataban a la vida vueltas nada sin representar algún papel.
Alguien toca la ventanilla, me habla a través de ella, me cuesta un mundo y cerca de más de tres llamados de atención a mi psique entenderle. ¿La bajo? No le escucho. Pienso en daños colaterales involuntariamente autoinfligidos. Se me abren y cierran los párpados con insoportable lentitud un par de veces sin siquiera verle.
 ¿Está bien?
Alguien grita: ¡Llamen a emergencias!
 ¿Está bien? Responda, ¿se encuentra bien?
¡Dios, hasta cuándo esa pregunta!
 ¿Está sangrando? ¡Está sangrando! ¡Emergencias! ¡¡Llamen a emergencias!!
¿Sangrando? ¿Dónde? Intento moverme, pero todo me duele. No puedo bajar la cabeza ni para observar mi regazo: pesa... demasiado. A duras penas consigo llevarme una mano a la cara, rozo torpe mi nariz, mis dedos se embadurnan con algo viscoso. Afuera hay excesivo ruido de fondo: bocinas, ladridos... “¿dónde... tán?”, “vie... amino”. Sonidos de ambulancia... “resista, ¿sí? ¡Re...!”. Murmullos, pitidos... “¡por... cielos, juro... venir!”, “se atravesó en...”. Patrullas, más gritos... “¡hey, no... los ojos! ¿Me...s... cha?”. ¿Campanas...?
¡Ah, aturrrden! Es curioso... cómo la imaginación suele traicionarnos. Me río de mi sueño despierto frustrado. Todavía puedo verlos doblar la esquina. Tremendo pecado pedirle al cielo que, de morir, me haga reencarnar en ella para volver a tenerte. Un sacrilegio mayor o más despreciable desearlo. Algo me quema las mejillas. El mismo ¿hombre? grita desde la ventanilla palabras que no llego a oír. Quiero pensar que es una lágrima que ha corrido a despedirse de tus labios y ha malgastado la sal en el camino al no encontrarlos. Me pregunto cuánto tarda perder la noción de todo en esta antesala donde no hay luz ni negros ni blancos ni...




Relacionada con: Desencuentro II
Fotografía de Lee Jeffries

La vida se trata de aprovechar lo que te rodea o lo que te lleve tu entorno, venga del aire, del agua o de la tierra. Del fuego no. El fuego todo lo quema o... lo cocina. Sí que es útil para cocer lo que sea que los otros tres elementos provean. Hoy tocó tierra. El menú sin convertirse en presa se pasea orondo por allí. Va una... van dos... van tres... A la cuarta, más gorda y por ende nutritiva, no la dejamos ir. Uno se vuelve experto cada vez no solo en atrapar, sino también en elegir. La única que cuesta es la primera, lo demás sigue fácil después de esa. Para que no se escabulla con alguna artimaña de sus dientes o pezuñas hay que estar alerta hasta tirarla al fogón, consistente en una rejilla si se quiere al horno o una rama, si se quiere en brasas. Algunas veces se consigue una cazuela, pero el guisado siempre es un problema. Al igual que la falta de cubiertos.
— ¡Espera! Todavía no está. 
—Va, pero no la dejes quemar.
¡Qué impaciente! Cierto que uno se descuida un minuto y en lugar de carne cocida come carbón, aunque así sigue siendo mejor que cruda. Esta sale al punto y tostadita; unos segundos que se enfríe un poco y mesa servida, con las manos todo se simplifica.
— ¿Qué parte me dejas esta vez? ¿La de la cola o la cabeza?
—La que quieras. Eso sí: si mañana toca el mismo menú, las ratas las cazas tú. 
Ojalá pudiéramos cambiar el platillo... Mientras tanto, nos quedará soñar con pollo o pescado fritos a cada mordisco. 

Aldo Simetra




Antes de que cuente diez:
Busca la caricia no dada en la yema de tus dedos.
Calma los aullidos del lobo herido dentro de tu pecho.
Descuelga el lastre que te has guindado bajo los ojos.
Encuentra y pierde el sueño mutilado en el trasnocho.
Fúgate de esta realidad infame y vana.
Guarda... no, mejor no te guardes nada.
Hazte una senda con las cicatrices que te marcan.
Inspira. Déjale la respiración a las plantas.
Jura ser tu ley y religión.
Kilometra con cada paso tu andar.
Lábrate un presente y echa allí raíces.
Mata por el beso que te hinche los labios.
Niégate a mirar solo con los ojos o los estarás desperdiciando.
Ñoñea. De vez en cuando no hace daño.
¿Olvidar? La memoria es un regalo.
Pacta nunca renunciar a tus quimeras.
Quiere hasta romper y hasta que duela.
Ríe y suda y ronca y gime.
Sacúdete la vergüenza que te reprime.
Tómate en serio y haz de ti un chiste.
Ubica un planeta en el espacio si te mandan desalojar las nubes.
Viaja o vaga o vuela aunque la muerte te visite.
¡Whisky! Que tus párpados inmortalicen cada segundo irrepetible.
Xerografíate en ti mismo o en ninguno.
Y si yaces o si no logras todo antes de que la cuenta acabe
Zapatea, zumba o zafa, que ya habrás hecho bastante.




Ilustración de Ricardo Salamanca

La expresión y el semblante que su rostro había tomado tras la confesión hecha no dejaban lugar a dudas. Sin embargo, el sujeto en cuestión ponía en tela de juicio la verosimilitud de su afirmación.
No más llegar se había echado con total despreocupación en el mueble y allí permanecía tal si la casa fuese de su absoluta propiedad. Ni bien llevaba quince minutos en la estancia cuando ya se estaba hurgando con insistencia la nariz, no debían de ser pocos los inquilinos que pagaban renta allí. No abría la boca sin manotear o soltar una palabrota por cada cuatro frases coherentes y el punto final de cada una, o no me queda claro si el comienzo, lo constituía un “bro”, apócope de “brother”, supongo, con el que señalaba ser partidario de masticar pobremente al menos dos idiomas sin dominar con corrección alguno.
Antes de responder a cualquier elucubración o pregunta, parecía que su cerebro descansara en su entrepierna y allí buscaba breve inspiración para salir de “n” dilema. Cuando me empezaba a temer que el sofá podría ofenderse de sostener a tan insigne figura, escucho:
—Bro, ¿tiene un rinconcito pa’ cambiales el aire a mis puta fosas nasale? Aquí hiede a oxígeno, bro.
Intuyo que desea intoxicar a la gentuza que vive alquilada en la cámara de su sentido del olfato y como no estoy muy seguro de la sustancia o el material que utiliza para tales fines lo invito afuera, cualquier lugar le vendrá mejor que el interior de la residencia. Entretanto nos dirigimos al destino señalado pienso que es todo un arte vestir los pantalones sin cinturón por debajo del trasero y caminar sin que resbalen al suelo. Ya en el exterior, el hombre se sienta en la acera, hurga en sus bolsillos y en un santiamén se prepara un pitillo. Inhala distraído par de veces.
— ¿Te lío uno, bro?
— ¿Qué llevan?
— ¡Jo-jo! ¡Bro-jo! —tose o se ahoga o ríe, o las tres a igual tiempo. Se levanta del suelo y apoya la espalda y uno de los pies en una pared cercana mientras se soba o se arregla la entrepierna—. Ja, jo, si tuviera una fucking idea, no me los fumaría. Jala no más. Son la nota, bro.
Le manifiesto abiertamente mi rechazo y de buenas a primeras se interna en un peculiar soliloquio, ofreciendo un buen abreboca de la jerga que maneja:
—Un día de esto le damo pa’ mi barriá. Ahí no hay bitch ni zorra que se me resista, bro —de nuevo se palpa el bulto del pantalón—, sas mozas lo que’tán es buena. Tú me’ices y te cuadro una jeva. Pero prestá, que si las dejo libre se me alebrestan, bro —da una honda calada—, yo con la Gloria voy es formal, de hace rato la tengo en la mira y me sobra puntería, bro, esa chama me pone a full mecha —silba en dirección al cielo—, espero que la family no se me ponga comiquita, bro, y tú relaxed que yo sé da la cara por ella. El otro día le puse el freno a un man que me le andaba echando los guau-guau, un mardito bicho, bro —se aclara con estridencia la garganta y arroja el alma en un esputo—, de una le rompí la jeta al cabrón a punta’e coñazo pa’ que se enserie, bro-jo, ¡ja!, me’a burda’e risa, ahora cuando me ve pira, el motherfucker sabe que si se me resbala le doy quiebre. Discúlpeme el léxico, bro, no se me haga la mente que soy tremenda joyita, palabra que yo lo que soy e’un varón —para reafirmarlo su mano sale, por enésima vez, al encuentro de sus genitales— y con esa niña voy resteao, bro.
Para alivio de mis oídos lo interrumpe el sonido de su móvil. Tras leer en la pantalla unos segundos me hace una consulta:
—Bro, ¿“pecera” va con “z” o con “s”? Por aquí un socio me está echando pa’tras un business y quiero meterle en el coco al bastardo que más rapi’o de lo que corre una bala pasa’e pez gordo a pez muerto si se sale del estanque.
A nada de un severo pasmo me ahorro el responder. Mi capacidad de reacción se anula de forma automática.
— ¡Mierda! Me están tronando arrechamente las tripas, bro, ¿entramo pa’entro o qué? Me huele a que su vieja ya tiene la papa lista y además, bro, tengo que cambiale el agua al bird.
A esas alturas ya había tenido demasiado del sujeto, suficiente de sus “bro” para hacerme sobrada cuenta de que el único hermano que con seguridad tendría espacio en mi vida era mujer y por nada en el mundo permitiría que se convirtiera en la de él.
Por gajes del oficio, a veces la vida familiar puede tornarse en un verdadero trabajo, estuve obligado a “congeniar” con el hombre durante otros tres cuartos de hora. Apenas él irse suspiré de alivio y pasé el mal trago de la visita con uno más reparador del mejor whisky.
Sentado frente al escritorio, en mi despacho, escucho a lo lejos pasos acercándose. Su ritmo frenético me anuncia a quién pertenecen. Me anticipo a su llegada e inicio una llamada. Rebosante de una extraña mezcla de expectativa y felicidad invade la estancia. Coloco al contacto en espera para interrogarla. Contesta afirmativamente, sumida en un estado de euforia excesiva, a cada una de mis preguntas y yo no quepo en mí del desconcierto. Pienso de nuevo en el sujeto e insisto escéptico:
— ¿En serio?
—Sííí. ¡Y ni te imaginas cuánto!
En seguida, sin develar nada, doy media vuelta girando sobre el asiento y retomo la llamada:
—Procede. Sin fallos. Liquida el asunto lo antes posible y mantenme al tanto.
Cuelgo.
— ¿Con quién hablabas?
—Son solo “business”, Gloria.  —Ajena a todo, no percibe la ironía en la frase proferida—. Ya sabes, negocios.
Pronto recibiré un mensaje con la confirmación del éxito de la encomienda. Observo a mi hermana, dentro de su burbuja de amor y fantasía, sonreírme inocente. Lo que me tocará consolarla cuando... En fin, todo sea por un bien mayor.
“¿Bro, “pecera” va con “z” o con “s”?” ¡Dios! Me vuelven a la cabeza la conducta y las palabras de tan modélico individuo y no hallo manera  de responderme de dónde habrá heredado Gloria semejante mal gusto. Suspiro atónito. Lo que hay que hacer por la sangre...
Peces muertos... Más tarde, en algún lugar, habrá que cambiar el agua del estanque.



Aldo Simetra




Habitan fantasmas en los azulejos negros
negros cual el luto que antes te guardé;
gritan sus pesares tal si fuera a oírles,
yo oculto los míos por si pueden ver.

Escuálidos dentro de sus mustios trapos
se mecen al compás de sonatas de ayer;
yo canto melodías rotas sin descanso
con nuevos harapos y distinta piel.

Mueven sus mandíbulas en grotescos gestos
quizá para asustar, no estaría de más;
yo, por cobardía, no estaría de menos,
presiono las mías hasta para hablar.

En mueca infinita mastican mi silencio.
En fingida calma me trago su penar.
Habitan fantasmas en los azulejos negros...
Y yo, mismo cielo mismo infierno,
entre ellos soy un espectro más.





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