Obra de Tomasz Rut

La primera vez que ella lo vio no sabía su nombre; la segunda, él se lo dijo; la tercera, ya deseaba su apellido. La primera vez que él escuchó su voz pasó todo el día ideando sus labios; la segunda, ella se los presentó; la tercera, ya buscaba una forma de embotellar su aliento y su sabor.
En la “cuarta”, se la pasaron en el confín masculino de la palabra haciendo de territorios pequeños lugares idóneos para expediciones largas y consiguiendo finalmente residencia prolongada en la quinta del éxtasis luego de tanta ardua, pero placentera caminata.
Eran maestros de sexto grado soportando ocurrencias de adolescentes, pero esa vez fueron ellos los adolescentes ocurrentes: se convirtieron en lienzo en blanco en el que grabar constelaciones, renombraron las estrellas, se bañaron en sus polvos, encaminaron la vía láctea y siguiendo su sendero lograron que el séptimo cielo les develara mil secretos.
Fueron raudos en darse cuenta de que en minutos de tiempo podían caber toneladas de clarividencia, la unidad más pequeña del habla se les presentó obsoleta para abarcar tan inmensurable sapiencia y, al describir circunferencias con las pupilas y dividir en octavas los suspiros, crearon un nuevo sistema.
A fuerza de reproducirlo hasta el hartazgo en una novena de esas en que los días son cortos y las horas infinitas, lo llevaron a desgaste y la décima vez que se encontraron ya cargaban un hábito que no querían rezarse.
Después coincidieron en una serie de redundancias numeradas:
Décimo Primera: –El nombre no se me va a escapar de la boca, así que deja de mirarme los labios.
Décimo Segunda: –“En un beso sabrás todo lo que he callado” –canturreó–, decía Neruda. ¡Qué bien viene la cita! El idiota se llama Pablo, por si lo has olvidado.
Décimo Tercera: – ¡Menudo espía estás hecho! Te doy su apellido para facilitarte la faena o te basta con olfatearme las pisadas.
Décimo Cuarta: –Menos que eso. ¿A que no sabes quién nos pagará la cena? –Entre sus manos una tarjeta de crédito del sujeto–. ¿El tipo no sabe usar billetera? La próxima, al menos limpien al terminar.
Décimo Quinta: Incrédula le suelta: – ¿No te fijaste en lo reluciente que quedó la casa de tanto que restregamos las paredes? –lo atraviesa con la mirada, relamiéndose.
Décimo Sexta: Resopla, asimila sus palabras entre la decepción y el escepticismo, luego espeta admirado: – ¡Así que no solo les sacaba brillo yo!
Décimo Séptima: –… –ante la revelación la garganta se le quedó trabada y no pudo articular sonido. Cada uno se hundía estupefacto en las pupilas del otro. Negaban dentro de sí mismos. Minutos, solo minutos sosteniéndola y ya la verdad les pesaba. Las palabras murieron atrapadas en sus lenguas.
Décimo Octava: Frente a frente no sabían si seguir observando al ídolo caído o esquivarle la vista. Les faltó aire o empezaron a llenarse de vacío y recurrieron a los suspiros.
Un suspiro…
Dos suspiros…
Tres suspiros…
Décimo Novena: Y mientras, las horas se les hacían infinitas:
Cuatro suspiros…
Cinco suspiros…
Seis suspiros…
–No puedo creer q… –suspiro sonoro de él, (el séptimo)… 
– ¡Que te aproveche la cena! –se rueda una silla, retumba una mesa, tintinean un par de cubiertos, se vuelca el líquido de un vaso sobre el mantel, una servilleta es lanzada sobre un plato. Suspiro cansino de ella, (el octavo)…
Repentinamente se les  desvaneció la imagen del dios adorado, el hábito que usaban para rezarle se les percudió de desengaño, se lo arrancaron a jirones, acabaron de tajo con su mutua religión y de a poco se les murió la fe.
Por eso la vigésima vez que se encontraron fueron vestidos de desencanto, no hicieron intento alguno por maquillar o esconder sus cicatrices, el cuerpo se lo untaron de añoranza, cada quien llevó dos gramos de esperanza en el bolsillo. Hicieron un recuento de su historia sin el tiempo, sin las cifras, sin los números; muy quedo el pasado les hizo un guiño y sonrieron escondidos. 
Confiados pusieron las cartas sobre la mesa, pero con la suerte ausente ninguno quiso hacer apuestas. Se les fueron vaciando los bolsillos, el daño causado y recibido les provocó una horrible cacofonía en el oído, les dio vértigo y cayeron en picada diez y una más veces al perder el equilibrio:
–La novena que te prometí, ya no la esperes.
–La octavita en que nos íbamos a disfrazar, no la celebres.
–La séptima maravilla que nos faltó encontrar, ya no la busques.
–Del sexto sentido que desarrollamos juntos, ya no presumas.
–A la quinta que resguarda nuestros nombres, no regreses
–Por la cuarta avenida en la que siempre coincidíamos, ya no te pases.
–El tercer piso que nos servía de guarida, ¿quién se lo queda?
Un segundo…
El último metro que les faltaba para terminar el descenso, solo duró un segundo. Pero la despedida, todavía se preguntan si alguna vez empezó.
Ahora ella cuando lo ve no lo saluda. Él sigue de largo cuando escucha su voz. Sin embargo, en honor a esas primeras veces y a ese incierto adiós, la una se la pasa entonando su nombre en silencio y el otro, recordando su sabor.






El problema, como decían sus aldeanos, no era que nadie quisiera a nadie, sino que nadie se dejaba querer. Ella lo sabía de sobra, bastaba con quedarse mirando a alguien con cara atontada o percibir un rastro fugaz de encanto idiota en el rostro de quien la mirara para echar a correr de inmediato en la dirección contraria.
Cada vez que el amor se anunciaba a su puerta ella, cual ladrón huyendo de la policía, escapaba por una ventana. Un buen día se la encontró cerrada. No pudo hacer nada.





Ilustración de Ricardo Salamanca

¡Estoy a un paso de que me dé una cefalea! Es que intentar explicarle algo a una mujer cuando está molesta (tradúzcase en rendirle cuentas de x, y o z) es un verdadero dolor de cabeza; por no decir una pérdida monumental de tiempo y esfuerzo, máxime cuando ella está convencidísima de tener la razón.
Llevamos casi una hora discutiendo o mejor dicho, ella lleva casi una hora obligándome a escuchar sus sinsentidos mientras yo poco a poco agoto mi capacidad cognitiva y en ese ínterin, 49 minutos y 18 segundos para ser exactos (no sé por qué se me ocurrió cronometrarlo), lo único productivo que he hecho aparte de mirar el reloj es interesarme cada vez menos por la "conversación".
– ¿Me estás escuchando? –Asiento por toda respuesta. En el minuto 31, luego de darle involuntariamente dos nuevos temas de debate, me di cuenta de que mover la cabeza antes de agregar palabra era más efectivo.
– ¿¡Ah, es que no vas a decir nada?!
¿Qué rayos quiere que le diga? Me encojo de hombros con las palmas abiertas cuidando de no abrir demasiado los ojos para no poner en evidencia mi hastío y evitar que eso le dé motivos para empezar la pelea otra vez. Porque después, ¿quién se cala 50 minutos más de martirio?
– ¡Siempre es lo mismo contigo!
¡Y por qué iba a ser distinto! Aprieto los labios para no soltarle que si espera en mí algo diferente de lo que le he mostrado hasta ahora, mejor que cambie de tipo.
Francamente, no entiendo a qué clase de fe o esperanza ciega se aferran todas y cada una de las mujeres que creen poder "mejorarlo" a uno como si padeciera de defectos de fabricación. Yo ya les iré dejando en claro a las que con por fortuna o desgracia me líe que la única mujer que logró aquello con un rango de éxito considerable fue mi madre y porque en este caso fue la fábrica en sí misma.
– ¡Eso del silencio no te va a funcionar por mucho tiempo, te lo voy avisando!
¿Ah, no? ¿Y entonces qué funciona? Donde no lo descubra en los próximos segundos salgo de aquí pitando...
–Dale, vuelve a ponerme en segundo plano, igual que anoche. ¡A saber qué estarías haciendo y con quién...!
Vuelve la burra al trigo... y yo simulo que la cosa no va conmigo.
– ¡...Faltaría que te dieras la espalda, encendieras el tv y lo pusieras a todo volumen para que ahí sí no me quepan dudas de que te importo tanto como un pichache mueble!
Niego exasperado, pero guardo silencio. Me palpitan las sienes y justo se me ocurre que estaría muy agradecido si pudiera usar el control del televisor para ponerla en mute. A falta de, atravieso la sala hasta la cocina...
–Estoy que... ¡Ahh, ni sé para que le seguimos!
Ni yo... Me sirvo un vaso de agua, busco unos analgésicos, me los bebo de un trago en su cara, que por cierto luce desencajada...
– ¿Así que te doy dolor de cabeza?
¡Qué perceptiva!, pienso y mi boca traicionera va y suelta:
– ¡No tienes idea!
Se le va a caer el rostro de tanto que contorsionó el gesto y ahí es cuando aprovecho para repetirle manso mi soliloquio, a ver si se presta a escucharme esta vez:
–Mira, ya te dije que ayer... –Me detengo al verla colocar la misma expresión de incredulidad con que me obsequió las veces anteriores antes siquiera de oírme la primera letra de la explicación que le iba a dar. Entonces, obstinado y temiendo no poder ponerle nunca pausa al cronómetro, espeto no sin cierto tono de ironía–: Después de trabajar… sí, salí con mis amigos y no te llamé porque no tengo ningún acuerdo de exclusividad contigo. Me bebí media tasca. Me enredé con una tal Susy, justo como te imaginas, que odiaba que la llamaran Susana y "acabé" (en el sentido literal y figurativo de la palabra) con su amiga Roxy en el estacionamiento, quedando agradecido con ella al doble. Sí, principalmente por lo que crees y luego, por no necesitar parar en un hotel. Y sí, ignorar el móvil fue cosa intencional, tal cual supones, ya que uno como propietario puede darse el lujo de atenderlo cuando le venga en gana, además de que tenía las manos ¡muuuy ocupadas! Aunque de tanto que insististe con las llamadas y si no estuviese ya entretenida conmigo, la chica se hubiera planteando darle al celular otro uso...
Ahora sí me presta atención y ¡vaya!, al fin hay algo parecido al silencio en la habitación. Estoico la observo con fijeza, saboreando la ausencia de gritos y reproches zumbándome el oído y sin esperar su reacción, me bebo el sobrante de agua del vaso.
– ¿Así que no saliste ayer? –Ante su réplica pienso en que de veras cada quien escucha y cree lo que quiere. Me mantengo impávido aún sosteniéndole la mirada, con el vaso vacío en la mano. De pronto su actitud cambia, se relaja, baja la guardia...
– ¿Conque Susy y Roxy, ehh? –Me recrimina, pero esta vez en tono cómplice. Sonríe contrita, se excusa–. Parecen nombres de chicas de revista Playboy.
Me pregunto si alguna vez habrá ojeado una. La sonrisa se expande en su cara, burlona, y capto raudo lo que insinúa. Yo, fingiendo una pizca de vergüenza, desde luego que también sonrío.
–Me quedo a hacerte la cena. No vaya a ser que más tarde te salgan callos en los dedos.
–Ya era hora –bufo, entre aliviado y molesto por su comentario. Ella todavía divertida se me aproxima y proponiendo una especie de capitulación me susurra queda:
–Vale, te creo.
Sin ánimos de presumir mi victoria resoplo resignado y compungido, y allá van sus manos diestras a resarcirme con caricias. Entretanto, pienso que hace bien en creerme… o tal vez no.
Todavía me duele levemente la cabeza y no sé si atribuírselo del todo a la reciente discusión o al hecho de haberme ido de juerga la noche anterior. De tanto pase que le di al alcohol a mi organismo no recuerdo casi nada, pero por aquello de la memoria selectiva aún no me olvido de Roxy ni de Susana.
Ah, por si quería saberlo, el cronómetro terminó el conteo a la hora, con 7 min y 29 s, ni más ni menos.


Aldo Simetra






Caracas, 23 de Febrero de 2015


Venezuela:
Aunque te quiero, no comenzaré esta carta con el típico saludo trillado y a veces hipócrita usado por la mayoría. Diría que te amo, pero la palabrita la han desgastado y subvalorado tanto que parecería una burla el emitirla; prefiero guardármela, me rehúso a incurrir en cursilerías. Luego pienso que mi próximo enunciado iba a ser algo por el estilo: "yo me enamoré de ti desde la primera vez que vi bailar majestuosamente tus estrellas entre las oleadas de un revuelto e impávido mar", y me percato de que casi incurro en una.
Es increíble, de tus cuatro costados solo me conozco uno a medias y basta para que tu esencia corra con ardor por mis venas. ¡Y no sabes cuánto quema!
Es solo imaginarte vívida, próspera, prometedora, resplandeciente y después echar una mirada esquiva a tus heridas, a tus cicatrices (las de ahora, las de siempre), y la sangre hierve.
El tiempo ha pasado como caballo salvaje al trote: sin riendas, desbocado, llevándonos consigo en su andar veleidoso. Han sido tantas las horas de galope desenfrenado que nos extraviamos en el camino y ahora marchamos errantes sin destino definido.
Y no es una marcha ni de lejos placentera. Dando continuidad a la metáfora, tú viajas dolorosamente entre los cascos incansables del equino, a ras del suelo; mientras yo, tambaleándome con mi peso más abajo de su lomo, me sostengo con vértigo por sus crines.
¿Sabes? Tengo miedo. Miedo de que te me escurras entre los dedos, de que te me desvanezcas en las narices, de que se te emborronen los contornos, de que poco a poco te abandones entre escombros y cenizas, que tanta cicatriz y herida abierta terminen por hundirte sin remedio en la miseria.
Al despertar te siento cada vez más distante y mi lengua se impregna del sabor acre de eso en lo que te has convertido. Pienso en los que se han quedado a esperarte y en los que han ido a encontrarte en otra parte. Entro en negación ante la absurdidad del hecho de que hayas sido y sigas siendo una para tantos y que tantos no hayan sabido serlo para ti. Se abren signos de interrogación: busco un por qué, un cuándo, un cómo, un quién. Me miro al espejo, todas y cada una de las respuestas toman la forma de mi reflejo.
Entonces descubro que, aunque insistan en ello, no eres tú quien se ha perdido. He revisado el mapamundi y ¡por Dios que sigues en el mismo sitio! Pero yo, nosotros, tus hijos, sí que hemos equivocado el rumbo.
Y yo te quiero, y yo te amo. Sin embargo, tiemblo al escribirlo, al pronunciarlo... pues sé que si me lees o me escuchas sonreirías irónica replicando: ¡Arreeecha manera que tienes de demostrarlo!
Supongo que estaría de más decir que me dueles y contar las veces que he llorado mientras tus estrellas se ahogan, se hunden abatidas en la profundidad del océano. Es hora de dejar de refugiarme detrás de tanta palabra vana, de esperar por un salvavidas que anda entretenido en una orilla lejana y en cambio, adentrarme a ese pozo salado para rescatarlas (y rescatarte) aunque no sepa bien nadar. Porque antes de quedarme a resguardo, indolente y de brazos cruzados viéndote naufragar penosamente a la deriva, elijo permanecer a tu lado, incluso con el agua al cuello, hasta sacarte o hasta que salgas a flote. Y entonces, contigo renovada y renaciente, vuelvan tus ocho astros luminosos a brillar con dignidad mientras bailan al ritmo del joropo o del himno nacional.

Sinceramente,
Un venezolano cualquiera


P.D.: Perdón por no saber quererte.







Lo correcto en sí no existe. Existe un modelo de lo que se cree correcto que no es más que un conjunto de reglas y preceptos aceptados y repetidos a lo largo del tiempo. Dentro de ese modelo cada figurilla creada es la copia de una figurilla anterior, de una figurilla anterior, de una figurilla anterior que vaya usted a saber cuándo se creó. Lo cierto es que el sistema que lo forma no admite cambios y si detecta algo que niegue u omita alguna norma levanta las alarmas, lo tacha de irregularidad, lo resalta como negativo porque de seguro debe ir en contra de lo establecido y lo titula “in-correcto”. ¿Y todo por qué? Porque su estructura no está diseñada para incluir diferencias y cada nuevo patrón no solo representa una alteración en el orden constituido, sino el desmoronamiento total o parcial del modelo antiguo.



Aldo Simetra





Surrealismo frente a la muerte – Gerky Art (Gerardo Rodela)

El auditorio lleno en su máxima capacidad, ocupado dos cuartas partes por estudiantes expectantes y las otras dos, casi en igual cantidad, por aprendices en apariencia apáticos al tópico que se impartiría y novatos de presencia claramente obligada. Entre este último grupo Carolina y Brando se desquitaban del mal rato que les imponían toqueteándose quedos con la venia de la oscuridad que reinaba en el recinto y de vez en cuando, solo para disimular o tal vez para aliviarse un poco del sopor de las caricias, lanzaban alguna imprudencia por lo bajo que era recibida con un par de risas silentes de algunos apáticos y con absoluta censura de algún estudiante del primer grupo que reprochaba su falta de respeto instándolos a permanecer en silencio.
Ellos, indiferentes, solo atinaban a burlarse de que se tomaran aquella conferencia de quién sabe qué cosa trivial tan en serio.
– ¡Atención! Vamos a dar comienzo con una lectura de uno de los textos de Emilë Sant-Arcanszmé antes de profundizar en su obra. Por favor, que sus voces no le quiten el protagonismo a nuestro amable interlocutor: el Sr...
–Que alguien le diga a la ilusa esta que cobramos por hacer papel forzado de extras. –Musitó Brando, mientras una de sus manos se desplazaba por una de las curvas del seno izquierdo de Carolina.
– ¡Shhh! –Le reclamó insistente alguien y alguno que otro gimió como cuando se priva una risa o se expresa una sorna muda.
Al frente y ajeno a todos, el interlocutor de quien no habían reparado en el nombre recitaba alcanzando a cada uno con su voz:
"Se presentó una noche, a su sombra iba cosido un ser extraño y de procedencia dudosa. Lo miré a él, al que se presentaba, pero le presté atención a la figura que nacía de su espalda y que de soslayo me plantaba cara en su mirada. Cuando me dijo su nombre, él, la otra cosa no hablaba, fingí escucharlo. La verdad no habría podido oírlo aunque quisiese, pero debería saber cómo llamarlo..."
 –Con esas características, con llamarle monstruo habría bastado. –Alguien se giró hacia su dirección y como si llevara por ojos cuchillos, los atravesó con intensidad.
–Esa tipa vuelve a mirarnos así y de aquí salimos desangrados, Brando. –El interpelado se rió muy cerca de su oreja derecha y aprovechó para dejarle sus incisivos centrales levemente marcados en el lóbulo.
"...En ese momento era muy temprano para hacerlo, pero ahora me arrepiento de que por el contrario él si escuchara bien el mío y ahora ya sea tarde para impedirle que me llame justo cuando el sol se pone. Hay un par de cosas más de las que me arrepiento: no haber demostrado a tiempo mi sordera y no haberle hecho caso a aquello que me decían de leerle los labios a los foráneos. A causa de ello he caído en su embrujo, él y el ente siniestro que le persigue los talones se han vuelto solo uno y la única salida a mi suplicio es invocar las palabras exactas que pronunció al presentarse para que sea él quien prevalezca sobre el innombrable..."
– ¿Pero la Emil No-sé-qué-cosa esta se tropezó con un caso de Dr Jekyll y Mr. Hyde o qué? –Bramó Brando mientras Carolina se recostaba entre su cuello riéndole la tontería a la vez que con la zurda avanzaba por la parte interna de la pierna de su acompañante.
– ¡Shhh, idiota! –se quejó otro.
"...Hoy, después de tanto, he hecho algo que no debía: le dejé tomarme; no es que él ya no lo hubiera hecho antes, pero esta vez no intenté zafarme. En contra de la repugnancia natural que me causaba..."
– ¡Ah, vamos! Seguro que le dio mucho asquillo a la señorita.
– ¡¿Puedes cerrar el pico, imbécil?!
– ¡Oh-oh!, alguien se molestó –terció Carolina–. Lo cerramos en cuanto tú te vayas a lavar esa bocota.
–O también en cuanto se las parta a trompadas, ¿eh, barbie?
– ¡Ehh!, te lo advierto, déjame tranquila a la chica. Mejor pon atención al cuentecito ese, que seguro que más tarde no te lo va a echar tu abuelito.
El interpelado, aunque un tanto mosqueado, prefirió obviar el comentario y negando con gesto reprobatorio se volvió de cara al estrado desde donde hablaba el interlocutor, este último tan distante y sumergido en la lectura como para percibir lo que pasaba en las últimas filas del auditorio.
"...le permití extasiarse a gusto con mi cuerpo, aprovecharse de mí hasta darse a basto y en su postrer estupor encontré la oportunidad que siempre se me había hecho esquiva. Nunca traía más consigo que sus prendas y las revisé creyendo que en ellas estaría oculto mi pase a la salvación. Excepto una especie de navaja que no dudé en guardarme, no encontré en ellas nada relevante y al punto de desistir me tentó la capa de calidad insondable y elegancia abrumadora que siempre le servía de abrigo. Quise hacerla añicos con mis propias manos, pero solo logré arrugarla un tanto. Empuñé el ordinario cuchillo que había tomado mientras él o ellos seguían roncando a modo repugnante en la habitación. Arremetí ridículamente contra la capa e imaginando a aquel grotesco cuerpo en su lugar, sentí una satisfacción mal curada al hacer el primer corte en la tela, así que liberé gran parte de mi frustración haciéndola jirones.
En algún punto me detuve para admirar el desastre…”
¡Oh, por favor! ¿No había mejor texto de apertura? Hasta las historias de campamento son más entretenidas.
– ¡Shhh! ¡Shhh! –escuchó al unísono desde dos puntos diferentes. A uno siquiera le hizo caso, pero el otro le sorprendió y le incomodó en cierta manera, ya que provenía justo del puesto de al lado.
–Calla, Brando, me estás haciendo perder el hilo y la cosa se está poniendo interesante. –la miró con extrañeza, si hubiese luz suficiente Carolina también se habría sorprendido de su ceño fruncido y le habría causado gracia el repliegue en que se habían convertido sus cejas. Debió haber supuesto que el cuentecillo ese la había atrapado cuando sus dedos dejaron la escalada a su entrepierna a medias.
“…si no fuera por ello nunca me habría percatado de las figuras. Del mismo color de la capa se distinguían al tacto unas letras bordadas. Las perseguí con las yemas de los dedos y antes de tener en claro qué decían me sorprendió su áspera voz llamándome de nuevo, ¡otra vez mi nombre entre sus fauces!...”
Brando iba a decir algo en este punto, pero se detuvo no más al ver que Caro (como le llamaba cariñosamente él) hacía casi propias las palabras que recitaba el Sr. X al leer el texto y dejándose llevar por el énfasis con que aquel pronunciaba la exclamación, su rostro parecía adoptar una ira repentina.
“…No quise atender de inmediato al llamado, de todas formas llegase cuando llegase, minutos después o minutos antes, iba a dañarme. Me retrasé un poco adivinando el mensaje grabado hasta que lo descifré con una interrogante entre los labios que me hizo balbucear en silencio su significado. Escuché una advertencia queda, la última. Frente a mí aparecían ahora ambos seres desvinculados de su característica unidad.
Al uno no sabía cómo llamarlo, pero al otro... a esa pútrida criatura nocturna...
– ¡...Habría que ahorcarte, cortarte de una vez por todas la cabeza, a ver si así terminas de morirte y yo dejo de morir cuando te acercas…!!
Algo sucedió de pronto en el auditorio que media sala recitó en conjunto esas palabras. A Brando lo invadió un ligero escalofrío y luego no pudo más que reírse ante el absurdo, aunque en realidad se reía de sí mismo. Carolina, antes muy solícita y atenta a su presencia, ni se inmutó con su risa, parecía de veras encandilada con la historia.
“…Fue lo primero que saltó de mi boca al ver al fin su verdadera imagen, ya no resguardada por la mirada del que le prestaba sombra. Aquella cosa indescifrable emitió un sonido de protesta. Yo, comprendiendo el todo, volví a empeñarme en cortar lo que quedaba de tela.
El ser extraño se disminuyó contorsionándose gravemente y apocándose en sus grotescas pieles. Luego de ello lo quemé. No a la cosa, tenía un mejor fin para ella, sino al montón de trozos en que se había convertido la capa...”
Caro, ¿qué te pasa? –La muchacha andaba como sumergida en un trance con la vista perdida en el hombre en el plató que en esos momentos era el centro de todas las miradas. Lo que a Brando no le gustaba era que aún cuando todos en el recinto lo veían, él solo tenía los ojos puestos en Carolina y ambos se sostenían la mirada sin siquiera pestañear. En algún momento hubo de preguntarse si acaso se sabía el relato basura ese de memoria porque siquiera apartó la vista para leer el papel.
“…Del hombre nunca supe el nombre, aunque debería; el de la criatura, todavía no se me olvida, me lo he aprendido por si regresa. No obstante, lo dudo: de aquí a que logre juntar sus cenizas dispersas en la inmensidad del océano, mi cuerpo solo responderá al llamado del descanso eterno”.
–…Agradezcamos con aplausos esta excelente interpretación.
Brando gruñó y ni por asomo movió los brazos. Los aplausos no tardaron en sonar.
– ¡Muy bien! Como muchos saben, este no es uno de los textos más reconocidos de Emilë Sant-Arcanszmé, pero sí uno de los pocos o cuando menos el único con marcadas características autobiográficas. Su avanzada sordera, el ultraje del que fue víctima a temprana edad, la dualidad de…
–Caro, Caro… ¡Caaaro!
– ¿Qué, qué? –Carolina, dentro de su lance, no se percató de que ya habían dado por concluida la lectura ni de que, durante el instante siguiente, se había mostrado casi hipnotizada viendo el mismo punto en el estrado.
– ¿Te sientes bien? –la cuestionó preocupado.
– ¿Ah? ¿Qué? Sí... –medio confundida sacudió la cabeza como obligándose a reaccionar–. Dame un momento, Brando.
Sin agregar palabra, abandonó su asiento de camino a la salida. Brando, incapaz de comprender mayor cosa, vigiló sus movimientos hasta la puerta. Sin embargo, percibió que no era el único que seguía su trayectoria con las pupilas.
Una vez fuera del embrujo de la oscura sala, Carolina intentó recomponerse. Fragmentos de la historia le relampagueaban en la cabeza y la claridad repentina después de haber estado tanto tiempo en penumbra la forzaba a entrecerrar los ojos haciéndole inevitable sumergirse en sus pensamientos, que en ese instante no eran tal cosa, sino más bien un surtido de ideas inconexas.
Cuando sus ojos al fin hubieron acostumbradose a la luz, lo primero que registraron fue la silueta de un hombre escoltado por una suerte de individuo.
“Un ser extraño y de procedencia dudosa…” –le azuzaba la memoria.
Disculpa, ¿puedo ayudarte en algo? Miró a su interlocutor o, mejor dicho, al interlocutor. Sin embargo, no sabía por qué no podía restarle atención a la figura que parecía nacer de su espalda.
“¡Aparta, tonta, aparta! Esquívale la mirada...” ­–volvió a instigarle su consciencia.
Te estuve observando en el auditorio. Soy…
“Escucha el nombre, tienes que saber el nombre…”
Sintió un pitido en los oídos, pero en lugar de escuchar el nombre del sujeto oyó el suyo.
“…no habrías podido oírlo aunque quisieses…”
– ¡Caro! ¡Caro!
– ¿¡Brando?! ­–exclamó respondiendo al llamado.
– ¿Qué haces aquí afuera?
–Estaba… ­–Carolina volteó para encarar al sujeto y señalarle su presencia a Brando, pero cuando lo hizo descubrió que su lugar era sustituido por el vacío.
– ¿Estabas…? –De nuevo Brando la increpó con el ceño fruncido, las cejas convertidas en un gracioso pliegue y el semblante preocupado.
–Ehh… nada. Nada. –soltó ligeramente mareada al tiempo que se dejaba arrastrar por Brando.
– ¿Sabes cómo se llamaba el que leyó el texto?
Brando la miró de soslayo antes de escupir:
–Un tal X. ¿Por qué?
–No, por nada, en serio. ¿Regresamos?
– ¡Ni hablar! ¡Que me aspen si vuelvo a entrar allí! No sé qué de todo aquello es lo peor. ¿Te diste cuenta que en el texto de la tal Emil No-sé-qué esa la protagonista era dizque sorda y aún así, podía escuchar el llamado del monstruo ese?
Justo terminaba Brando la observación cuando Carolina sintió un escalofrío seguido de un silbido en la oreja y luego…
 Caaro, Caaaro…
Giró de súbito, podía jurar que alguien la llamaba a sus espaldas.
– ¡Ey! ¿Estás bien? ¿Te llevo a algún sitio? –se detuvo mientras su cabeza se dirigía alternativamente hacia Brando y algún lugar perdido en el camino que ya habían recorrido. Por momentos le contagió su angustia al joven, que estudiaba a intervalos su rostro cariacontecido y el espacio que los rodeaba–. ¿Caro? Estás muy rara. ¿De veras no te pasa nada?
La chica negó con un movimiento mecánico. Un Brando resignado la estrechó contra su cuerpo y condujo sus pasos casi obligándola a retomar la marcha. Un poco más tranquila entre sus brazos se atrevió a mirar por encima de su hombro y tal vez nadie se lo creería, pero podría asegurar que alcanzó a ver el dobladillo de una capa ondeando en el aire y alejándose en la dirección contraria. 


Aldo Simetra






Si usted quisiera oír de gustos,
Yo podría hablarle de rubios…
De esos que llevan un prado o un mar entre las pestañas
O unas doradas hebras adornándoles la cara,
Cuya piel recuerda la leche recién ordeñada
Que beberías con miel al frescor de la mañana
Y de la que abusarías en la noche antes de ir a la cama.
Si usted quisiera oír de gustos,
Yo podría hablarle de chinos…
De esos que como el té tibio curan, serenan y manan
Que llevan oscuridad en su cabellera lacia
Y gracia infinita en su mirada rasgada.
Que te hacen dudar si te abarcan completa sus pupilas
O si sus suaves mechones harían resbalar tus dedos si te les arrimas.
Si usted quisiera oír de gustos,
Yo podría hablarle de negros…
De esos que cual hierro se forjan a fuego lento
Y que son metal noble cuando descubren los dientes.
Que dan tanto placer como el cacao caliente
O producen tanto vicio como el café recién hecho,
Que tomado de madrugada espanta de inmediato el sueño.
Si usted quisiera oír de gustos,
Yo podría hablarle de trigueños…
De esos que son inmutablemente un baño de sol de verano
O una pizca de canela en el postre más sagrado.
De tez tan tostada como el pan recién horneado
Que abre el apetito si solo se prueba un bocado
Y que se degustaría con deleite hasta el mismísimo hartazgo.
¡Si usted quisiera oír de gustos...!
Si usted quisiera oír de gustos tal y como lo pregunta
Y yo a rienda suelta le contara...
No se imagina, ¡la lista sería tan larga!
Y al final de ella, ¡usted me pondría una cara!
Es que usted no quiere oír de "gustos" tal y como lo pregunta
Y yo tal como pregunte es que he de contestarle.
Pronto mis risas evidenciarían su torpeza al formular la interrogante
Entonces, personalizaría, prescindiría de plurales
Escamotearía mi burla con ligero gesto y mirada tajante
Y sería su turno de reírse de mi cara,
Pero a diferencia de antes
Y mientras la respuesta de los labios me arrancase,
Yo ya no podría hablar de nada. 





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