Desencuentro II

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¡Dios! Cuánto ha pasado y está...
—Increíble...
— ¿Dices?
—Nada, nada.
Al verla la impresión me ha hecho hablar en voz alta, me quedo de piedra. Mi mano busca soltar la mano que la aferra y percibo que mi insistencia ha alarmado a quien me acompaña, que ahora se me ha guindado del brazo. Con todo y eso no me contengo, mis pies movidos por yo no sé qué impulsos me arrastran hasta... Caro. Se me revuelven algo más que los recuerdos. Caro...
Nunca pude responderme por qué terminamos y ahora está justo frente a mí. Me adelanto hacia ella, desvía la vista a mi izquierda. Me pesa el antebrazo y caigo en la cuenta de que voy acompañado.
No quiero herir a Graciela y las presento. Pero me pregunto si con ese gesto hiero a Caro. Siempre fui muy malo para distinguir si la afectaba cuando ya ella me afectaba a mí.
Tantos años, tanto tiempo... No me puedo creer que esté justo allí. Días y noches conformándome con evocarla y ahora que la tengo en frente...  Reprimo el deseo de tocarla, de tener su rostro a un palmo de mi cara, ya no recuerdo el sabor de su piel, sus besos y se me antoja probarlos de nuevo, demostrarle cuánto la eché de menos estrechándola hasta dejarla sin habla o sin aliento.
Me cierno demasiado sobre Caro y decido retroceder un paso, cualquiera diría que invado su espacio personal. ¡Y cuántas ganas de hacerlo...! Cuántas ganas de invadirla a ella y... Aprieto los puños, no quiero imaginar de lo que soy capaz si voy solo.
Graciela, quien sabe sumar, se torna excesivamente cariñosa. Dudo de estarle correspondiendo como de costumbre. La verdad, justo ahora, no tengo cabeza para ella y me frustra conseguir ver solo a través de los ojos de Caro.
¿En qué estará pensando? ¡Diablos, Caro...! El presente elige las formas más indecorosas para hacerte coincidir con quienes has querido... O quieres.
La escucho toser o estornudar, Graciela se apresura a tenderle un pañuelo. Al distinguir el mío entiendo el motivo de tanta amabilidad. Las mujeres tienen un modo tan fino y peculiar de marcar terreno. No contenta con que Caro lo rechace, añade con malicia:
—Debe de ser el clima, está cargado este día —con ganas de librarme de ella intervengo raudo.
— ¿Vas muy lejos?  —Me encantaría acompañar a Caro a donde fuera, aunque sé que es demasiado pedir. Graciela teme, con razón, que la abandone. Me observa suplicante, entre susurros me advierte de nuestra cita, que ni en broma me libraré de ella. No me queda claro si se refiere a sí misma o a la cita... Resignado, cual reo aceptando su condena, finjo sonreír. Me besa sonreída, ella sí sin fingir. Le acarició un hombro para que se detenga. No sé por qué no puedo soportar me bese con Caro allí, tal si tuviera aún que respetarla. Es ilógico que después de tanto su sola presencia me afecte de ese modo.
Algo ha debido de afectarla también a ella, su mirada se ha prendido a un punto fijo y aun cuando ve hacia nosotros no entramos en su campo de visión.
¿En dónde está? Me carcome no saber en qué piensa... ¿También me extraña? ¿Siente todavía algo por mí? ¿Ya me olvidó y logró pasar página? ¿Cuánto le habrá costado deshacerse de mi recuerdo, lo que vivimos...? ¿Tendrá a alguien más? ¡Tiene a alguien más! Le detallo el cuerpo... El atuendo... Esa blusa deja a la vista más de lo que yo quisiera... Está lo bastante buena como para estar sola... ¡Rayos! Seguro no le importa encontrarme con otra ni que siga adelante sin ella. De seguro ya muere por alguien distinto a mí. Menos mal no está ahora aquí porque si no... Si no... Me indispone la mera idea de imaginarla con otro.
—Caro —Reclamo su atención para preguntarle si viene con alguien, pero anda en un mundo en donde con seguridad no hay cabida para mí. Eso me hace enloquecer.
— ¡Caro! ¿Estás bien? — ¡Claro que lo está, solo está pensando en él!—. ¿Qué te pasa? De repente te has quedado en blanco.
—Ah, no es nada. Estaba recordando dónde estacioné el auto.
¡Lo sabía! La están esperando. Ya ni siquiera tiene sentido la eternidad que llevo esperándola yo. ¿Quién me manda a mí a creer que a estas alturas va a sentir un carajo por mí? ¡Y yo queriendo zafarme de Graciela para ir tras ella!
¡Estúpido! ¡Estúpido! ¡Estúpido!
¡Qué imbécil, maldita sea! Tengo que sacármela de una vez por todas de la cabeza. Me río de mí mismo e intento regresar a la realidad.
— ¡Cuándo no tú tan distraída! Apuesto a que lo has dejado a una cuadra. ¡Ja, ja, no has cambiado nada!
Lucho por no pensar en que también a una cuadra está aquel.
— ¡Y tú menos! Sigues teniendo una memoria selectiva excelente. ¿A que todavía es capaz de recordar al detalle el calendario de un evento deportivo y jamás un cumpleaños ni cuándo tiene cita con el dentista?
 ¡Mierda, Caro! Si supieras que aun me sé todas las tuyas...
—Jajaj, eso no es justo. Aún no me olvido del tuyo — ¡Demonios! Eso último no planeaba decirlo, de hecho estuvo de sobra. Me lo confirma el silencio incómodo de después.
Me sonríe y me pierdo, debo de tener una cara de idiota impagable. Disimulo desviando la mirada hacia Graciela. Yerro de nuevo, sé que desde el segundo plano al cual la he relegado se da cuenta de lo que hago y lo peor es que no me importa.
Estoy al lado de la chica equivocada...
Paso de todo, de la gente a nuestro alrededor que nos golpea con los hombros “sin querer” para recalcar que la acera no es un lugar apropiado para reunirse, del sol inclemente que da de lleno contra nuestras frentes y quema tanto como la distancia entre Caro y yo; de las muecas y reclamos silentes de Graciela, del tiempo que permanecemos en la calle así como si nada... Como si todo... Y Caro lleva prisa. Lo sé porque está nerviosa y trata de evadirme. ¡Menudo tipo impaciente y celoso se habrá conseguido! Aunque mirando lo hermosa que está... ¡Vaya Dios ¿cómo la dejé escapar?! Lo entiendo.
Me empeño en acompañarla al auto, me puede la curiosidad. Y ay de Graciela si se opone...
—No vaya a ser te pierdas en el camino —Bromeo solo para enmascarar mis verdaderas intenciones.
— ¡Ni hablar! —Me muestro sorprendido y ofendido. Ella suaviza lo dicho—. Gracias, pero no hay necesidad. Está al cruzar la calle.
Me rechinan los dientes, casi se me escapa un gruñido. Tengo ganas de cruzar hasta donde dice y sacar a los golpes a cualquiera dentro del vehículo. No hay duda de que está con alguien y no quiere explicarle que soy su ex. Ex... La palabrita me pone por sí sola en mi lugar.
Se despide de mí displicente, como quien rabia por quitarse un peso insoportable de encima. Resbala hasta el suelo, junto con mi autoestima, mi arsenal de contención. No atino ni la fecha ni el sitio en que estamos, no sé qué carrizo hago con Graciela, cuándo terminamos Caro y yo y por qué... ¡¿Y por qué ha tenido que aparecerse después de tanto?! ¿Por qué además se detuvo a saludar si tenía con seguir de largo y fingir que no me había reconocido? ¿Cómo se atreve esa mujer a dejarme así? ¡Otra vez!!
Camino furioso y exaltado. Graciela se me enrolla en el brazo, me la sacudo haciéndola a un lado. No estoy para arrumacos, o sí, mas no deseo precisamente los de ella. Quiero romper algo, no me basta con machacar el suelo bajo mis pies. Me devuelvo, sé con exactitud dónde y a quién quiero hacer pedazos... sacarlo del auto, estamparlo contra el parabrisas, aporrear la puerta del coche con su cabeza, no detenerme hasta destrozarle un hueso o verlo sangrar, escuchar a Caro gritar mi nombre por cualquier motivo ya que nunca más tendré la dicha de oírla gemir, estremecida, sobre mí y que intente volver a olvidarme si se atreve, si puede, si todavía es capaz...
En mitad de la avenida escucho un chirrido de llantas, un gran estropicio interrumpe el curso de mi pensar y mi sentir. Entro es un estado de dubitación, de frustración, voy a arrancarme los cabellos con las manos. Regreso sobre mis pasos dos veces hasta dar un giro en el mismo punto. ¡¿Qué demonios estoy haciendo?! Debo dejarla ir. No puedo hacerle esto a Graciela. Caro se merece ser feliz con quien escoja, con a quien quiera. Y yo debo dejar de moverme en torno a ella. Entender que tomamos rumbos distintos y nada cambiará por una mera casualidad. Alcanzar a Graciela, pedirle perdón por ser tan idiota y no cometer de nuevo el error de perder a alguien que...
Vuelvo la vista calle arriba, aunque mis pies ya retoman el camino contrario. Varias personas corren alarmadas y unas tantas permanecen impávidas. Distingo un choque en la distancia, la parte delantera de uno de los vehículos queda completamente destruida. Tardo, más por el desconcierto que por cualquier otra cosa, en reconocer la carrocería del auto en que tantas veces la veía llegar antes de sonreírme, correr a despertarme y embriagarme con su tacto y su cercanía, el mismo en que hace nada la vi subir... No quepo en mí y los fonemas, la voz, me suenan y me saben ajenas, ha de ser otro quien los profiere y no los estragos de lo que de mí queda cuando corro hacia ella con el terror atravesado en el pescuezo:
— ¡¡¡Caaaaaaaaaaaaaarooooooo!!!
Desde algún punto equidistante que no logro identificar escucho una voz aguda y desgarrada llamarme:
— ¡¡¡Braaaaaaaaaaaandooooooo!!!
Juraría que es de Graciela, pero, otra vez, no tengo cabeza para ella.




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2 comentarios:

  1. ¡Qué bueno, Fritzy! Magnífico. Dime una cosa, ¿ya lo tenías planeado cuando escribiste el primero?... No, no lo creo, tienes dotes más que suficientes para coger un texto redondo y darle la vuelta como a un calcetín, ja ja, haciendo girar en los goznes del diálogo, el excelente soliloquio de él y de ella. Aunque he de decir que me ha gustado más el de ella(lo he vuelto a leer, por supuesto), más avispado y menos reiterativo, lo cual no deja de ser natural, el del chico es el complemento perfecto y el mensaje claro: las palabras son la punta del iceberg, ja ja... Más nos valdría aprender un poco de comunicación no verbal.
    Muy buen rato de buena lectura, sí señora
    Un fuerte abrazo

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    1. ¡Gracias enormes, Isidoro!! Me contenta que hayas pasado un buen rato leyendo el texto. Y no, hombre, no lo tenía planeado ni pensaba escribirlo. Para mí en aquel entonces la historia estaba finiquitada. El chico ya había continuado su vida y la chica debía cambiar de libro. Pero unas amigas me insistieron tanto con que querían la versión del chico que... heme aquí. Aunque también a mí me sigue gustando más la primera.
      Sí que sería útil aprender de comunicación no verbal, aunque viendo cómo somos los humanos, seguro sabiendo un poco más de aquello comenzamos a padecer de mudez o sordera.
      (P.D.: "señorita" pa' la próxima, jaja).
      Un fuerte abrazo también para ti!

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