Negativos

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“Hay gente que sale a buscar la muerte”. Dijo mi madre de paso, como si determinara que el emigrar es un designio fúnebre. Habría que empezar entonces a contar los días hacia atrás desde que se llega a la otra orilla, a la otra frontera, al otro puerto que te recibe, colocar un signo negativo por delante de todo el tiempo que sumas en el sitio que te verá morir y contarlos entonces del mismo modo que se cuentan los números negativos antes del cero, resignándote a la larga a que a partir de ahí cada día va a valer menos.
Habríamos tomádonos ese agorero dictamen con la justa ironía que se merece. Hubiéramos replicado quizá que todos los días hay gente que, a sabiendas o no, sale a encontrarse con la guillotina.
— ¡Noo, mamaaaá, uno hace cita con la parca desde que nace! ¡Jajajaja! ¡Lo que pasa es que nunca le confirman fecha!
Nos habríamos burlado. Con aprensión y descaro. Como si las verdades a media risa fueran más fáciles de digerir.
Me falta esta vez el toque jocoso que condimente el anuncio de tu ida, una frase irónica que nos rompa a carcajadas y supere el sinsentido de que ayer cesó tu cuenta regresiva en tierra de nadie, a ver si acudes a relativizarlo todo como de costumbre y dejas un toque neutro entre tantos puntos negros.
Sé que decías que el humano como especie sobraba, pero no creo que aun así quisieras faltar...
Ni en las madrugadas frías, las charlas con amigos, en las cervezas de salidas espontáneas o en el ron con coca-cola de las planificadas, en los debates filosóficos a las tres de la madrugada, en las aventuras de las páginas de tus libros favoritos, en el trabajo negrero de turno, en la buena música con o sin audífonos, en las series de Netflix, en el café a cualquier hora, en las bromas pasajeras o pesadas, en las rutinas de ejercicio, en los amaneceres, en los ratos sagrados con tu familia, en un buen plato de comida, en la playa más tranquila... 
El cielo estrellado, la arena bajo nuestros pies y entre nuestros dedos, la oscuridad, una piedra de almohada, el espacio tan cerquita de las manos, las carpas simulando montañitas en la orilla, el resplandor de un velero a lo lejos, el sonido de las olas del mar, una botella a medio tomar, el horizonte que se pierde allá por donde no alcanzamos a mirar y se difunde entre la profundidad del anochecer y la línea abisal del océano…
“¡Qué arrecho! Uno no es nada. De aquí uno se ve tan pequeño”
Aún recuerdo...
“Tiritan, azules, los astros, a lo lejos”.
Y tú con ellos.
Otro destello.
De todas las cosas que dijimos de la vida, nunca nos gustó constatar que es más efímera que el instante que pasó.
El último chiste racista que te cuento (aunque entre nosotros el prejuicio se anula): ¿dónde se ha visto un negro alumbrando el cielo?

¡Qué va, menor! Más fino es arder en el infierno por oscurecer, aunque sea un bendito día, la mitad del universo.
J.A. 14/07/2020








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