Engaño

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Dicen que para que un engaño sea efectivo no sólo se precisa de alguien que mienta sino también de alguien que lo crea. Sin embargo, es curioso como en una pareja la culpa termina siendo sólo del que tuvo la astucia de engañar y no del ingenuo que se dejó engatusar.
Llegado al punto en que “el ingenuo” ha buscado mil excusas para todas las mentiras del “astuto”, el primero trata de conseguir verdad en cada una de las frases que el último pronuncia, pone una venda en sus ojos para no ver lo que éste oculta y al final, la máscara que de por sí lleva termina combinando con el disfraz que el otro usa.
“El astuto” sigue repitiendo las mismas historias, palabras con falsedad en cada una de sus letras, el mismo cuento, el mismo engaño, y no es que en realidad “el ingenuo” lo crea, es que ya en su memoria está fijado.
Lo peor,  es que quien cree el engaño sabe que es falso porque cada vez que el que miente tan siquiera mueve los labios, aun sin decir nada intentando decir algo, se puede escuchar sus farsas como vieja melodía, sólo que ésa es amarga porque lastima y ninguno de sus versos rima.
Desde luego, no parecerá irónico oírlo preguntarse: - ¿Por qué será que todavía me resigno a oír sus inventos? ¿Por qué no le pongo límites a lo que dice y a lo que siento?
Tengo dos ciertas suposiciones: Una, que aunque se canse de todas sus patrañas, le es difícil olvidarlas; y la otra, que aún espera que los párrafos de sus textos dejen de ser falsos y al fin digan algo cierto.

“No culpes solamente al mentiroso por haberte mentido, también cúlpate a ti por haberle creído”… 




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