De Súbito

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Se levantó temprano y me anunció que se iba.
– ¿Bromeas? –le dije.
–Sí. Mira mi sonrisa –replicó seria en medio de una mueca. A ese punto yo no sabía quién de los dos hacía más uso de ironía. La vi recoger sus cosas con una lentitud endiablada, como si no quisiera irse. ¿Acaso esperaba que la detuviese?
Tomaba una prenda del clóset, la doblaba y la colocaba en la cama junto a la maleta. Otra vez hacia el clóset, otra prenda y a acompañar en una pila a la anterior. ¿De verdad querría irse hoy?
–Ven que te ayudo  –le dije. Descolgué en un solo movimiento toda la ropa y se la amontoné sobre la cama. Abrió la boca para decir algo, pero la cerró en el acto y tras separarlas de las perchas, continuó con el ritual de plegar parsimoniosamente las prendas como si fuera a exhibirlas en una tienda.
–Esto no es necesario, siempre vuelves a plancharlas antes de ponértelas –mientras lo decía el montón de ropa fue a parar a fuerza en el interior de la maleta que obligué a cerrarse a golpes, ligeramente obstinado.
– ¡Vaya que tienes prisa porque me vaya...! –Me reprocha caminando hacia el baño. ¿Prisa? No. ¿Pero para qué darle largas? Cuando regresa trae sus cremas, sus lociones y su montaña de menjunjes entre las manos–. No te preocupes, lo dejaré todo limpio. Será como si nunca hubiese estado aquí.
“Como si nunca hubiese estado aquí”. La frase se me queda palpitando en las sienes y se me ocurre que para que pueda darla por cierta, la supuesta limpieza a la que ella se refiere debe también extenderse a mi cabeza.
La veo caminar de un lado a otro y pienso que hará falta borrar sus pisadas del suelo. Miro hacia el clóset vacío e imagino la maleta llena de caricias furtivas, trozos de desnudez perdidos entre colores y texturas. La cama, no importa las veces que la haga, su cuerpo seguirá adherido a las sábanas y sus sueños se quedarán guardados en la almohada.
La sigo hasta fuera del cuarto, recoge un par de cosas en la sala y en la cocina, desde luego no quiere que se le quede nada. Y ya le digo yo que debería también llevarse sus lecturas y sus siestas en el mueble, los aromas que puso en la cocina, las huellas de sus pies sobre la alfombra, la silueta de su sombra en cada esquina, los rastros de picardía sobre la mesa, sobre la barra del comedor o el sillón, la forma en que sus carcajadas repliegan al silencio en un rincón, la marca de su espalda en las paredes, el roce de sus dedos en cada cosa que tocó, su mirada en cada superficie, su voz dispersa por la habitación; tal vez su sabor en los cubiertos, apuesto a que hasta en ellos se grabó…
–Creo que ya me llevo todo… – ¿Un bolso sobre el hombro, una cartera colgada sobre el brazo y la maleta a su lado en el suelo? Ya. Sin duda me tocará a mí hacer el trabajo de “limpieza”, lo que se ha llevado no equivale ni a la cuarta parte de lo que aquí deja.
Se queda de pie frente a la puerta, inmóvil, esperando… Da la vuelta, me observa, vuelve a mirar a la puerta. Niego exasperado, me aproximo y la abro.
–Supongo que esto es todo –dice. Yo guardo silencio–. ¿De verdad no harás nada?
¿Algo como qué? ¿Impedir que se vaya? Trago saliva, se me seca la garganta:
– ¿Quieres que te haga una fiesta de despedida?
Sube las cejas, me mira asombrada y atraviesa el umbral. No me preocupo siquiera por seguirla con la vista, sino que empujo la puerta y dejo que al cerrarse forme una barrera entre el mundo que se aleja y la realidad que me queda.
Paseo la vista por las paredes sin ver algo en particular, repito la imagen de antes de cerrar la puerta, no recuerdo si me dijo adiós y lo dicho: todo está tan lleno de ella que me… Estoy tan lleno de ella que… ¿En verdad se marchó?
Empiezo a saborear la sensación y escucho a alguien tocar afuera. Por eso es tan difícil aceptar algo, siempre aparece un inoportuno entrometido que evita que asimiles las cosas en su momento.
– ¡Sepa que no es bienvenida su visita! –grito antes de abrir. La persona al otro lado me mira con gesto avergonzado y un tanto consternado.
– ¿Podría…?
–De ninguna manera –le corto enseguida, en lo absoluto me interesa qué querrá. Sin embargo, se cuela en la casa sin pedir permiso.
–Vengo por… –Le doy la espalda y me dirijo hacia mi habitación, tampoco me interesa saber por qué ha venido. Tomo un bolso, empaco un par de cosas, vuelvo a la sala y mientras abandono la estancia, le halo del brazo hacia la salida. Pensará que soy maleducado, pero su intrusión no merece otro trato.
Forcejea, grita, intenta zafarse. En una de esas me detengo y sin soltarle le lanzo una advertencia con la mirada...
– ¿A dónde dijiste que te ibas esta mañana? –Me observa dócil, suplicante y risueña, pero no responde. Desde luego, la respuesta también me tiene sin cuidado–. Perfecto, te vienes conmigo. Después de ésta no te quedarán ganas de irte a ningún sitio… Al menos no sin mí –murmuro.
–Pe… –Un solo sonido tosco de mi garganta bastan para acallarla. Le suelto el brazo y la sujeto de la mano mientras hago que siga mis pasos. Ni se imagina lo que le espera. No me aguanto y en un arrebato la empujo bruscamente hacia mí, impacto con fuerza sobre su boca y mis manos la estrujan sin clemencia. La apartó raudo y retomo el camino. Ella, anonada y arrebatada por mi impulsivo acto, apenas reacciona, trastabilla y me sigue con torpeza.
Me canso de sus tambaleantes pasos, la tomo por la cintura para ayudarla a caminar, aprovecho la cercanía para lanzarle otra advertencia por lo bajo:
–Más te vale que te mantengas en pie y no desfallezcas en las próximas horas.
La siento estremecerse, el rubor va asomando a sus mejillas. Quiero reírme, pero no, debo mantenerme inflexible. Me mira apesadumbrada, sus ojos suplican piedad. ¡Oh, no, no, no! Esto se lo ha buscado ella y solo acaba de empezar.


Aldo Simetra




3 comentarios:

  1. Uy, me dio miedito el narrador. El de la canción (una de mis favoritas) es bastante más pasivo. Menuda exhibición la de la chica, y menudo dominante el chico...

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    1. Jajaja. Sí, bastante pasivo, lo que me pareció el contrapunto perfecto para el texto. Y ya que lo mencionas, gracias por la canción, di con ella visitando tu blog.

      Te agradezco mucho el comentario. Saludos desde por acá.

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  2. Wow, eso me encanta saberlo, porque de verdad que esa canción me encanta. Saludos desde por aquí ;)

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