Chupasangre

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Me encanta la humanidad. Claro que, teniendo en cuenta que la integra un puñado de individuos descarrilados, serviles, monótonos y de reflejos lentos; debo poner a resguardo mi reputación y especificar que lo que realmente me seduce es su sabor, su olor, su temperatura, su mecánica respiración… Degustarlos, drenarlos, despilfarrarlos, deleitarme con el aroma del líquido que hierve bajo su piel, clavar mis colmillos en su carne y abstraerme en el fluir del metal rojo que abandona raudo su sistema para inflar ardientemente mi organismo, despertando hasta el éxtasis cada fibra para embriagarme del poder absoluto.
A veces los escucho llamar a Dios en ese momento tan glorioso para que haga algo por ellos, entonces alzo la cabeza al cielo en el culmen del más enajenado placer y espero. Nunca se ha manifestado, por supuesto, y siempre me queda insatisfecho el deseo de agradecerle por tan suculento alimento.
Es fascinante lo que una gota de ellos puede hacer, pero ni vaciar por completo al último mortal bastaría para aplacar mi sed.
Me encanta la humanidad, ya lo sabéis. A mi manera. Del mismo modo en que ellos dicen amar sus trabajos para ocultar que lo que en realidad aman es el dinero.
Huelo… Huelo… ¡Oh, sí! ¡Sangre fresca! Mis sentidos han detectado dos envoltorios de mi comida predilecta. La oscuridad, fiel cómplice que desde siglos me acompaña, me avisa que ya es hora de la cena.
A ver, ¿qué especialidad será? Los estudio, los evalúo como ellos observarían la etiqueta de un producto antes de adquirirlo. ¡Bah! Al final todo es una cuestión de apariencias y en su caso, una cuestión de publicidad. Decido que me gustan el color de sus cuerpos y sus cabellos, y la forma en que se desdibujan sus músculos. Escucho lo que se dicen: “Me tienes alucinando como idiota”, “Lo quiero todo contigo”, “Por ti mando al carrizo a lo efímero”. Hum... ¡Vaya, vaya! Parece que voy a cenarme a un par de románticos que cree que el amor les durará hasta la muerte. Les haré el favor de no sacarles de su error y convertir en  realidad su patético anhelo; después de todo, ¿quién soy para contradecirles?
Ahora solo pienso en morder, morder, morder... Siguiendo mis impulsos atravieso el aire en milésimas de segundo y muerdo primero al humano de cabellos más largos, justo en la protuberancia tan apetecible que se le hincha por encima de su órgano vital. Le oigo gritar, a pesar de no haberle dado el ataque definitivo. ¡Por las tinieblas! ¡Cuánta cobardía va impresa en su alarido! Me maravilla inspirarle miedo, pero aborrezco las vibraciones en mi oído. 
Su acompañante se alarma, me da un manotazo, quiere ahuyentar el peligro. ¡Yo soy el peligro! Podría doblegarlo sin una pizca de esfuerzo antes de que le dé tiempo a parpadear.  Quiero jugar, les daré algo de tiempo. Al fin y al cabo me sobra eternidad.
El hombre intenta asirme en la oscuridad, hace malabares para atraparme. ¡Argh! ¡Qué actuación más mediocre! Me hace perder de inmediato el interés. No, no me malinterpretéis: ya no me resulta entretenido, pero todavía me lo quiero comer. A este sí lo despacharé sin dilación por hacerme retrasar mi placer.
Ubico la zona perfecta donde plasmar una profunda mordida y antes de dejarle reaccionar mis colmillos han atravesado su carne. Siento el manar de ese elaborado fluido trastocar violentamente mis sentidos, me estremezco explayándome en la excelsa sensación de catar y atiborrarme de vida, de lo que realmente es vida y no la definición absurda e intangible de lo que ellos creen que es.
¡Oh, aromas…! Una ráfaga de viento me empapa el olfato del delicioso néctar que estoy ingiriendo y me trae el olor impávido del recipiente cercano del que estoy a punto también de consumir. Alzo la cabeza al cielo como de costumbre y…
¡Paf!
– ¡Ay!, cariño, ¿quieres matarme a mí también?
–La próxima dejo que esa criatura maldita te desangre. Casi nos vacía las venas.
–Tampoco exageres, como mucho logró atravesar la piel.
– ¡El chupasangre ese me succiona el cuerpo y yo exagero!
–Ya, amor. ¿Por dónde íbamos?
–A ver si mañana traes un insecticida decente.
–Listo. Ahora ven aquí. Ese endiablado bicho no se podrá dar un banquete, pero te aseguro que nosotros sí. 
– ¿Ah, sí…? ¿Cuánta hambre tienes?
–Acércate no más pa´ que te enteres. Ahora solo pienso en morder, morder, morderte...
Dominado por mis impulsos atravieso el aire y muerdo uno de sus turgentes pechos. La oigo gemir contoneándose a pesar de que apenas he rozado su pezón con mis dientes. ¡Por los cielos! ¡Cuánto deseo va impreso en ese sonido! Me maravilla inspirarle un ansia tan vehemente, adoro que su cuerpo vibre al contacto del mío...


Aldo Simetra




2 comentarios:

  1. Vaya aires de grandeza se gasta el bicho. De ilusiones también se vive (aparte de sangre) Qué bueno.

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    1. No me había percatado de que había hecho al bicho tan arrogante, pero bueno, espero que su fin haya estado a su altura. Gracias por pasarte.

      Saludos desde por acá.

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