Curiosidad Infantil

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Pintura de Danny Galieote

El sábado era día de reunión obligada en la cuadra. Doña Cleotilde, Doña Hortencia, Tati y La Bruja, asistían sin falta a esas “fiestellas” que eran de entrada unas relajadas fiestas, según decían, pero que siempre terminaban en querellas donde se presumía hasta de las cosas más inocuas y superfluas. Cada siete días a alguien le tocaba poner su casa al servicio de la comunidad y entonces los vecinos, cada cual con una encomienda precisa que no podía rechazar ni delegar, se daban cita en el lugar.
En el encuentro ya se sabía que la concurrencia se dividiría en cuatro grupos y que los dos principales se formarían cuando los hombres se refugiaran en el salón o el patio y las mujeres, en el comedor o la cocina. Los primeros para conversar del deporte o del auto de la temporada, de tecnología o mecánica, de política y de mujeres (siempre y cuando las suyas no se enteraran); beber alcohol y recrearse la vista (si se podía). Y las segundas, para conversar de las prendas, los cosméticos y accesorios de moda, de farándula o del último cuento de la temporada, de recetas y de hombres (se enteraran o no los suyos); beber alcohol y recrearse la vista (también si se podía).
Los otros dos grupos de menor importancia, lo constituirían los rezagados carentes de empatía grupal y los hijos de los dos primeros, a quienes justo ese día se les levantaba la supervisión adulta con la condición de que se mantuvieran alejados y bajo ninguna circunstancia se dejaran caer bajo la lengua de sus papás u otros parientes y allegados de mayor edad. ¡A saber qué podrían escuchar...!
Bananito, aún muy joven para conocer los estragos que causaría en su vida semejante sobrenombre, tenía la lección aprendida sobre no velarle los labios a los adultos; en cambio, paraba bien las orejas, afinaba el oído y sabía cómo pescar un mueble tras el cual esconderse, un rincón por el que nadie volteara a mirar o una mesa vestida con un mantel lo suficientemente largo bajo la cual descansar.
Para el sábado que nos concierne, fue un armario lo que cayó en sus redes. Llevaba casi media hora entretenido escuchando a ña Hortencia discutir con la Tati porque en su juventud, según explicaba, conseguía más conquistas que ella llevando más ropa de la que se usaba ahora y mostrando menos piel, mientras ña Cleotilde afirmaba que en los tiempos de antes no hacía tanto calor como en los presentes y la Bruja les callaba la boca a una y a otra alegando que la primera de milagro había logrado sacarle un suspiro al tontorrón con quien se había casado y que la última no estaba en condiciones de comparar el clima de una época con otra atravesando pleno climaterio, cuando de improviso se abrió la puerta del armario.
Bananito estuvo a punto de creer que la diversión en esas veladas, por vez primera, se le acabaría muy temprano; sin embargo, se alivió al ver que quien se asomaba era la sobrina de sus vecinos de enfrente.
– ¡Búscate otro sitio para ti, mocosa! –Le espetó, defendiendo su territorio–. Aquí no hay espacio para dos.
La niña entrecerró los ojos y luego hizo amago de emitir un grito de molestia. Bananito se apresuró a taparle la boca y halarla hacia el interior del mueble temiendo que alguien pudiese descubrir su novedoso escondite. No tuvo que pedirle a la niña que no gritara, porque se mantenía callada sonriendo con aires de suficiencia. Luego el que entrecerró los ojos fue él cuando la escuchó decir:
– ¿Ves cómo si había sitio para mí? Y por cierto, tú eres el que lleva mocos en la nariz.
–Pues si no te gusta, ¡te sales!
– ¡Ash! Solo digo que respirarías mejor con la nariz limpia.
– ¡Shh, pecosa! Respiraría mejor si estuvieses afuera.
– ¡Listo! Al cabo que será más divertido ver cómo te sacan a coscorrones de esta cosa que quedarme contigo aquí.
No alcanzó ni a abrir el armario. Bananito la haló del vestido reteniéndola y entonces le gustó oír:
–Vale, mocosa, te quedas. Pero haces chitón.
–Me llamo Clarissa, menso. Y... ¿qué es lo divertido de quedarse aquí dentro?
– ¡Me da igual cómo te llames! ¡Juro que donde no te calles te lleno de mocos el vestido!
Esa vez la niña abrió la boca sin segundas intenciones, nada más que para expresar repugnancia.
–Ahora cierra el pico y escucha...

–...Durante algún tiempo salí con uno que se la pasaba hablando maravillas de su poderío y a la hora del té... ¡Jum! Resultó que más reino y castillo tenía mi sobrino. ¡Y eso que solo tiene dos añitos! –Se escuchaba la voz de ña Cleotilde.
–Seguro que luego quiso marearte diciendo que lo importante era el movimiento del barco. –Intervino ña Hortencia.
– ¡Pues claro! Pero yo ahí le advertí que vigilara las aguas dónde se movía, porque no era lo mismo navegar en ééésste mar abierto que en una lagunita...

– ¿Entiendes algo? –Reclamó la atención de Bananito.
– ¡Ni te creas que te voy a servir de diccionario!
–Pero...
–Shh, shh –la calló displicente.

–Yo, cuando se trata de palomas, prefiero una en la mano que ciento volando –opinó ña Hortencia, sin importarle si venía o no a tema–. Por eso hace años me decidí por una y, ¡aunque a veces la caga como-no-tienes-idea!, al menos no ha salido espantada como otras que solo me dejaron las plumas...

– ¿De qué hablan? –Insistió Clarissa perdida.
–Jijijiji. De las palomas del parque no va a ser, jeje.
–Pero...
– ¡Shh! ¡Shh!

– ¡Pues siga limpiándole las cagadas a su paloma! –Le replicó la Tati ufana–. Que igual, a esa edad que se gasta, no creo que cace otra. ¡Jajaj! Yo estoy muy joven para conformarme con una sin haber siquiera probado la cuarta parte de la especie.
–Debería empezar a pescaaar, mijita, hágame caaaso... –objetó ña Hortencia en tono cantarín, sin mostrarse ofendida–. Yo sé lo que le digo. Algún día el mar se le va a quedar sin peces o uste’, sin cebo...

–Pero ¿están hablando de aves o de pescado? –Inquirió la niña, cada vez más ofuscada.
– ¡Shh! ¡shh!
– ¡Puf! –Se desinfló, cruzando caprichosa los brazos ante las reiteradas solicitudes de silencio de Bananito.

– ¡Déjela que haga su tour de polla en polla! –Terció ña Cleotilde–. Un día de estos se va a topar con el gallo o la gallina de los huevos de oro y la van a mandar a volar. ¡Ahí sí la va a ver llorar...!

– ¡Anda! ¿Y ahora qué tienen que ver los pollitos?
– ¡Jijijiji! Pos nada. ¡Sí serás tonta! Jiji. No están hablando de esa clase de pollos. ¡Jijiji!
– ¿Ah, no? Pero si...
– ¡Shh! ¡Shh!

– ¡Ay, no! –Se quejó La Bruja a vox populi–. ¡Estas mujeres se reúnen no más que para hablar de pitos y ver quién lo suena o a cuál se lo han sonado más duro!

– ¡Eso sí lo entendí! ¿A que en un rato se escuchan los pitidos?
– ¡Jijijijiji! ¡Te crees que los pitos de los que hablan son como los que usan los profes de gimnasia en el cole! ¡Jojo...!
– ¿Ah, no?
– ¡Jijijiji, juju, ji-ji...! ¡No, mensa! –El niño se carcajeaba a partes iguales de la conversación y de la ingenuidad de Clarissa. Dentro del habitáculo del armario se le hacía cada vez más complicado controlar la risa.
– ¡Ay, no! ¡Entonces, ¿de qué hablaban?!
– ¡Jijijiji, jaja! No te digo.
– ¡Me dices o abro el pico! –Lo amenazó Clarissa, hastiada de escucharlo reírse y molesta por no poder ser partícipe de lo que le causaba chiste.
– ¡Jijiji! Va-vale. Pero conste que tú lo pediste...
Bananito, dando a entender que no le bastaba el hermetismo del cubículo, se posicionó muy cerca de la oreja de Clarissa y, tal si le contara un secreto, le respondió la incógnita entre susurros. Lo primero que hizo la niña al oírlo fue abrir mucho los ojos, pillada desprevenida, y luego la boca, mientras ambos iban alcanzando al unísono mayor abertura. Su inicial impresión fue creer que Bananito le estaba jugando una broma y quiso refutarle aquello, pero cuando el muchacho la arrinconó serio con un “¿qué te apuestas?”, empezó a hacerse a la idea de que tal vez, y solo tal vez, no le mintiese.
El reto se quedó a medias cuando a Bananito volvió a hacerle gracia alguna otra ocurrencia dicha del otro lado de la puerta del armario. Clarissa volteó la mirada hacia arriba, gruñendo, y pensando que igual no se podía creer en un tontuelo que se reía intercalando en un orden irritante los sonidos de las íes con los de las demás vocales. “¡Si hasta la risa la finge el muy menso!”, se dijo. No obstante, acordó salir de dudas con alguien en quien sí confiase.
Para la hora en que se encontró de vuelta en casa, el asunto había rondado suficiente tiempo su cabeza hasta que la necesidad de aclararlo por completo se le hizo irreprimible.
Observaban la tv en la sala de estar, retornando a la normalidad del hogar luego de tener que soportar los disparates de las “fiestellas” sabatinas. La madre de Clarissa hizo un alto en esa recién recuperada armonía para ir por algo de comida y a la niña se le ocurrió de pronto que tenía la oportunidad perfecta y la persona indicada para salir de dudas. Arrastrándose gatuna sobre la alfombra se postró a los pies del sillón en donde su padre descansaba con la mirada fija en un programa deportivo, le haló tierna e insistente el dobladillo del pantalón demandando su atención. El padre, que ya tenía aprendido a qué seguía ese gesto, hizo una mueca y fingió no darse por aludido. La niña, que nunca daba su brazo a torcer y dispuesta a salirse con la suya, se levantó del suelo de un salto y se le plantó en frente con los brazos cruzados obstaculizándole con toda la intención la vista de la pantalla del televisor.
– ¿Y ahora qué pasa, Clarissa? Quite de allí que no me deja ver.
–Quiero preguntarle algo, apá.
–Ahora estoy ocupado, vaya y pregúntele a su mamá que está en la cocina.
Ella nunca había entendido esa forma de estar ocupado viendo la tv.
– ¡Jo! No, apá, quiero que me responda uste’.
El padre se inclinaba hacia lado y lado del sillón para ganar visión, pero cada que lo hacía Clarissa se movía impidiéndoselo.
– ¡Clarissa! ¡Quite, que me voy a perder el partido!
– ¡Uy, pero porque quiere, apá! Si tan solo...
– ¡Ahhh, suelte, suelte a ver! –Replicó el padre vencido, desinflándose entre los almohadones del mueble.
Ahí sí se dignó a descruzar complacida los brazos y vacilante inquirió:
– ¿Por qué le llaman “paloma” a lo que tienes entre las piernas? –El padre se desencajó con la pregunta. Apenas intentaba reaccionar cuando escuchó que su hija agregaba–: ¿Acaso vuela?
–Ehh... ehm... –balbuceaba, buscando en vano algo qué contestar–. Bueno, esto...
– ¿Y por qué le llaman “polla”? ¿Acaso pía? –Contraatacó sin dejarle oportunidad de pensar.
“¡¿De dónde carrizo se ha sacado semejantes preguntas esta niña?!”, se cuestionaba atónito el padre. Por momentos lo invadían leves deseos de reírse, pero la presión de tener que dar alguna respuesta sepultaba cualquier amago de risa.
–Y si también le dicen “pito”, es porque silba, ¿a que sí?
A estas alturas el partido había disminuido en importancia y el hombre se encontró en un apuro negando y afirmando al mismo tiempo las declaraciones que la niña le expresaba.
–Bueno no... ehh, sí. No. Eh, quiero decir que si las palomas vuelan y las pollas... este, bueno, sí, pían... Pe... pe-pe... ¡¿Pero quién te ha estado hablando de esas cosas, mija?! –El padre, obcecado, buscó una salida alternativa.
Justo en ese instante la madre retornó a la estancia y los examinó con la vista. El padre guardó silencio. La niña, que había estado evaluando el tema por su cuenta, tras subir la ceja frunciendo el ceño con afán de curiosidad insatisfecha, pareció resumirle o referirle a su madre la materia en disputa en una frase:
 –Amá, ¿y nuestra cosita qué hace?
La madre, que vaya uste’ a saber qué cuentas había sacado, increpó a uno y otro con expresión encendida para luego sentenciar:
– ¡Camine pa’l cuarto, Clarissa! –Donde se le ocurriera a la niña protestar, invalidó su reproche chasqueando los dedos al tiempo que le señalaba con el índice el camino a la habitación y repetía, inflexible: – ¡Pa´l cuarto, dije!
Entretanto su hija acataba la orden le lanzaba al marido una mirada asesina en la que parecía clamar sin decirlo: “¡te vas a enterar, desgraciado, de con quién te casaste!”. La niña, sin ápice de culpa, pero tampoco indiferente a la escena, se retiró a su alcoba sacudiendo nerviosa una mano y pensando: “¡uy, la que se va a armar!”.
Una vez en la recámara, Clarissa pegó la oreja a la puerta cerrada esperando oír algo de lo que iba aconteciendo en la sala; no obstante, solo logró percibir a un volumen mayor el ruido de la programación del televisor. Se rindió. Se dijo que de todas maneras ya era hora de dormir, aunque el asunto todavía no le terminaba de encajar en la cabeza.
Como tenía por costumbre, antes de irse a la cama fue al baño y al momento de recolocarse la ropa íntima en su sitio tuvo una idea... De pie, frente al retrete, se dobló hasta posicionar su cabeza al nivel de sus piernas separadas y observó con detenimiento la intersección entre ellas. Tras unos segundos de contemplativo estudio concluyó:
–Bueno, alas no tienes...
Desde la misma postura, sopló leve su entrepierna y soltó aburrida:
– ¡Bah! Tampoco silbas.
Luego, le llamó la atención un pequeño bultito que sobresalía en el conjunto. Usando la yema de un índice le dispensó un par de golpecitos, tal cual hiciera con el pico de un pajarillo, para después espetar dubitativa:
 – ¿Será que hay que darte maíz pa’ que píes?
Dándose por vencida por primera vez en ese día, abandonó el examen resoplando consternada y se recolocó la ropa íntima, esta vez al completo. De regreso al cuarto mientras se metía entre las sábanas de su cama, no pudo evitar mirar decepcionada hacia su entrepierna. Entonces, antes de acostarse, negó con la cabeza bufándole por encima del pijama:
– ¡No me puedo creer que tú solamente mees!





2 comentarios:

  1. Genialmente contada, Fritzy, me pregunto si en esos múltiples significantes para el mismo concepto, es donde nace eso que ahora llaman falocracia. Porque claro, la niña lleva razón, ¿cómo que lo suyo tiene tan pocas funciones? Besos.

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    1. ¡Muchísimas gracias, Javier!! No es raro que te aprenda palabras nuevas. Jaja, mira, no sé, alguna relación debe de haber. Pero está visto que avanzamos como el cangrejo. No me había percatado de que gran parte de los apelativos asignados al órgano sexual masculino parecen atribuirle alguna facultad, a diferencia de los recibidos por el órgano sexual femenino que parecen ser mayormente cualitativos. En fin, espérate que la niña crezca, que por cada funcionalidad descubierta en el otro sexo encontrará una inherente al suyo. ¡Besos y un abrazote!! ;)

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