Crimen

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– ¿Era usted amigo íntimo de la Sra. Bastile?
Yo a ella podría bosquejarla o reconstruirla sin robarle al pintor su pincelada precisa ni al escultor su modelado perfecto.
–No en realidad.
– ¿Cómo describiría su relación con ella?
Podría inmortalizarla con el clic de un parpadeo sin pedirle prestado al fotógrafo su destreza para evaluar el mejor ángulo y capturar en un instante la magia de su existencia. Podría escribirla en un aria, hacerla melodía, tocarla a ciegas y alcanzar cada una de sus notas con una excelencia tal que el don del más dotado músico me estaría de sobra.
–Mejor de lo que cabría esperar.
– ¿Es cierto que su trato sufrió un deterioro al ella contraer matrimonio?
Ningún arquitecto encontraría un modo de proyectarla centímetro a centímetro de forma tan exacta a como yo lo hiciera y aun así, era otro quien la pintaba y modelaba, otro quien tenía el privilegio de hacerla música, de eternizar en una imagen algún momento furtivo de su paso por la tierra y con quien se proyectaba a kilómetros del ahora en algún lugar deforme del mañana.
–No es de su incumbencia.
De a poco se me fueron entumeciendo los dedos de no poder deslizarlos por la tersura de su cuerpo, me supe a oscuras al no poder encontrarme en algún deslumbrante rincón de su ser, se me secó la boca y se me ranció el gusto al no poder saborearla, se me agrió el ánimo de tanta risa ausente de ella y de tanto chiste que no alcancé a usar para provocársela. Mis actos se fueron convirtiendo en gestos mecánicos que continuaban reproduciéndose por obra de la inercia o la costumbre y yo, en un autómata de carne y huesos que eventualmente satisfacía una u otra necesidad fisiológica.
–Entiendo. ¿Puede dar cuenta de dónde se encontraba el pasado martes sobre las 7:00 pm?
–Por supuesto.
Del resto, todo era ella: su rostro de ojos despiertos al doblar la esquina, el roce de su tacto entre la multitud, la sombra de su silueta al cruzar la calle, el calor de su aliento colándose por mi cuello al atravesar un apagado y desolado callejón, su aroma persiguiéndome o guiándome hacia un encuentro con ella que jamás se dio, su voz perdida en los trozos de otras conversaciones, entre los diálogos del programa de turno en el televisor, en el coro de alguna canción olvidada o desconocida, en el llamado de mi nombre en boca de algún extraño y en cualquier recoveco del silencio en donde su memoria hiciera eco. Ella era todo y dentro de esa totalidad lo único no inmerso o sobrante era yo.
– Le escucho.
– ¿Por qué habría de decírselo?
Me fui volviendo nada en los bordes de su existencia y ella, en ese algo enigmático al otro lado de unos límites cuyo traspaso estaba vetado para mí. A menudo me sentía como un indeseado observador del desglose de sus horas, como un patético curioso de una escena del crimen que vigila atento cada movimiento desde el lado externo del terreno demarcado por la franja amarilla, preguntándose qué ocurre realmente y sin el morbo satisfecho de formar parte o poder intervenir.
–Un sujeto con su descripción fue visto en los alrededores de la residencia de los Sres. Bastile a horas cercanas a las que se cometió el crimen.
No obstante, había algo mágico en mirarla aun sabiéndome ajeno a su cotidianidad. Bastaba con que la captaran mis retinas para sentirme despojado de mi penumbra, para creerme de nuevo actor de un papel, aunque minúsculo, en el devenir de sus días; se me desentumecían las manos, recuperaba el sentido del gusto, mejoraba mi ánimo, recobraba esa vital sensación que menguaba in crescendo al acentuarse su ausencia y mi voluntad se rebelaba de los dominios de la inacción y la inercia. Pero esa misma magia se volvía en mi contra al perderla a ella de vista y descubrir que las maravillas recién obradas se evaporaban cual efectos fugaces de una ilusión trucada.
– ¿Y qué con eso? La ciudad está llena de sujetos con descripciones parecidas.
–No tan detalladas como la suya. ¿Habrá alguien que pueda corroborar dónde se encontraba el pasado martes entre las 7:00 y 9:00 pm?
Entonces, se me endurecía el cuerpo y el alma; todo mi ser se comprimía en un deseo irreprimible, en una necesidad que prevalecía sobre cualquier otra y cuya satisfacción se me hacía cada vez más acuciante a medida que amenazaba con sepultar en vida mi humanidad.
– ¿Acaso insinúa...? ¿Por qué mejor no lo averigua por sus propios medios?
– Lo hago, Sr. Yansen, pero no está siendo de mucha ayuda.
Era escasamente soportable que ella fuera a la vez todo cuanto me faltara y sobrara. Me invadía un sentimiento asfixiante cada vez que... que la encontraba en cualquier sitio y en ninguna parte. Se me trastocaban los sentidos al ver... ver-la... verla despertar al final de una cuadra, sen-sentir su toque entre la gente, repasar la silueta de su sombra sobre el pavimento, adivinarla tras mis pasos por un callejón para luego castigarme la nunca con su respiración, perderme siguiendo... siguiendo cada rastro de-su su olor y enloquecer intentando distinguir el origen de los ecos de su voz. ¡Vomitaba-bilis-de-ser-nada-dentro-de-su-totalidad! y se me... se me retorcían las entrañas por el simple hecho de de-de... ¡de tener que contemplar...! De contemplarla a ella, a la mitad de lo que ella abarcaba, el espacio que debió serme o estarme reservado, ¡a mí y solo a mí!, ocupado por alguien más.
–¡Me temo que no tengo tiempo para hacer su trabajo!
–Ya. Imagino que  prefiere dar cuenta de ello frente a un juzgado.
– ¿Intenta intimidarme?
¡Estaba harrrto!! ¡Realmente harto de ser un mísero fisgón!, un patético intruso en las periferias de su existencia; ¡no toleraba verla una y otra vez salir a escena sin que se me permitiera desempeñar un rol en el acto! Por una última ocasión, ¡una-maldita-y-única-ocasión!, quería estar en el escenario con ella, dejar de ser un extra... ¡Cederle a otro las preguntas incompletas o sin respuesta, la curiosidad insatisfecha, el puesto de espectador al que no le queda más remedio que vigilar atento cada movimiento, ya sea desde la sala del teatro, en la distancia o desde el lado externo del terreno demarcado por la franja amarilla que con igual indiferencia restringe el paso en una estación de trenes que en un espacio dónde se ha llevado a cabo un crimen!
¡Eso quería...! Y eso hice.
–En lo absoluto. No es mi trasero el que peligra, sino el suyo. Le convendrá consultar un abogado y un consejo: no se aleje más de lo normal de su residencia. Tarde o temprano recibirá noticias mías.
¿Quién sabe? Quizá no alcance a dármelas...
Sé que muchos jamás entenderán mis razones, mis motivos... Me dejo seducir por la idea de consultar un abogado, pero tras mirar el reloj y caer en la cuenta de que todavía es demasiado temprano para llevarle a ella flores, la rechazo.


Aldo Simetra





2 comentarios:

  1. Buenísimo relato Aldo. La inserción de los pensamientos del protagonista en el diálogo con el investigador es magnífica. Nos muestra la situación en la que se encuentra sin necesidad de sacarnos del interior de sus obsesiones. Las descripciones que hace sobre su amada son excelentes, con frases buenísimas y el final, con ese toque de humor, memorable. Nos hemos quedado dentro de la mente del ¿asesino?
    En fin, un gran trabajo
    Abrazos

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    1. Le agradezco enormemente, Isidoro! Un gran gusto leer su comentario, se me disipan un tanto las dudas sobre que el texto estuviera bien logrado. Me complace que haya encontrado un toque de humor en el texto y que se haya quedado en la mente del ¿asesino?, cuyo rol verdadero en el relato es también para mí una interrogante, se lo aseguro.
      Un abrazo desde estos rumbos.

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