Balada Baladí

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By Agnes Cecile (Silvia Pelissero)

Hace algún tiempo era feliz. O al menos así lo sentí. Había cierta melodía flotando entre la brisa que siempre terminaba acompasada con el clima y me rimaba los sentidos y la razón. Eran épocas muy alegres, la risa se me escapaba así sin más de los labios; los ojos, si tenía oportunidad de mirarme, reflejaban ese brillo pueril y candoroso que suele atribuirse a la inocencia o a la juventud en su época más temprana, cuando cada cosa se reduce a un despertar calmo e ingenuo, a un roce tierno y cálido al alma. Pero ahora... ah, todo se me va entre dos suspiros leves y desazonados que bordean el punto más álgido del desespero. Vuelve, te pido. O no, ¿para qué? No soy la misma, ya no podría. Y si vieras el desastre en que me he convertido... Tropiezo con mis propios pasos, ya no atino a combinar un color con otro al vestir, me he engalanado con la torpeza y fíate de mí en que no hay nada elegante en andar luciendo una estela de pequeñas catástrofes. El agua se me quema, cuanto preparo se me sala de más. Es culpa de las lágrimas, ya te digo. Lo que te habrías reído a mis expensas el otro día cuando, intentando freír un filete, dos gotas furtivas resbalaron de las comisuras de la vista hasta la barbilla y fueron a aterrizar a deshora en la sartén. Ya sabes lo poco que soporto que el aceite caliente me salpique las manos... solté sin pensar el mango y el contenido de la paila se vació en mis pies. Ay, cómo duelen las quemaduras, lo que supura de las heridas. Esas y  también todas las que me he hecho en tu ausencia. Comprenderás que no me refiero nada más que a la piel. Vuelve, ¿quieres? O no... no sé. Debería haberme marchado en tu lugar para ver quién se quedaba aquí en el mío, en éste que no deseo ocupar. Me sobra espacio. Demasiado. Nuria no cesa de insistir en que es normal cuando falta algo. Desisto de evitar cuestionarme qué hay de normal en que me faltes tú y en que, a veces, me sobre yo. Así que rechazo su clarividencia, la luz del entendimiento no doblega las sombras que se ciernen sobre mi corazón y mi cabeza. Vuelve... vuelve o iré a buscarte. Aunque me horroriza, lo confieso, que al encontrarte seas tú quien pregunte “¿para qué?” y me repliques que no eres el mismo al que extraño hoy. Que de tanto practicar el echarte de menos acabes por transformarte, bajo idéntico término, primero en adjetivo y luego, en sustantivo de lo que practico. Que me propine una bofetada con todo el peso del pasado la certeza de que no somos, de que ya jamás podremos y que solo nos quede conjugarnos en los verbos del ayer. Porque entonces, dime: ¿para qué se sala y se quema una el alma no más que para dejar de ser? ¿Para convertirse en carne amarga y desabrida que nadie osará morder? –Ni el cachorro, pobrecillo, se come mis platillos–. ¿Para que la lluvia en ningún momento sea oportuna en brindarme excusas que justifiquen el sorber a deshoras por la nariz y para que el pensamiento nunca toque una melodía que me recomponga ni me afine en el diapasón de la penúltima nota la locura? Mejor no vuelvas... tampoco iré yo a buscarte. Que la realidad salde con intereses nuestras cuentas. De igual modo has de quedarte, aquí cerca o allá lejos, con o sin mí, pero quedarte al fin. En ésta balada que se acentúa baladí a una distancia de un par de líneas del punto muerto y a miles de kilómetros de la “h” muda en que se aburre y sangra el tiempo en que fui feliz.
– ¡Herminia! ¿No escuchas?
Respingó del susto que le produjo el intempestivo llamado de atención. Soltó de inmediato la pluma sobre el escritorio y el mismo impulso la hizo mover desacertadamente la mano empujando, sin quererlo, el tintero. Éste último se volcó de golpe diseminando errático su contenido y manchando todo con cuanto se topase mientras rodaba hasta caer con estrépito al suelo, no sin antes hacer una pequeña y desastrosa parada en el regazo de su propietaria, quien inmóvil y pasmada miraba hacia la puerta sin enterarse de nada.
– ¡Ahhh...! –Coge aliento y se detiene en el umbral–. Voy a palidecer del maratón. ¿No tendrás algo que encomendar al cartero o sí? –Se toma unos segundos para respirar entretanto echa una ojeada rápida hacia el interior de la habitación–. ¡Pero, Herminia! ¡¿Qué le ha pasado a tu vestido?!
La interpelada reacciona con lentitud, parpadea, sacude ligeramente la cabeza para terminar de situarse en tiempo y espacio, vuelve la vista al frente, se reencuentra sentada al escritorio, contempla su superficie y lo que hay sobre ella, dirige sus ojos hacia sí misma, a las faldas de su atuendo le crecen flores deformes y negras, otra vez observa el escritorio, una lágrima se precipita en ofrecer ayuda, mas desfallece en su intento de devolverle la pureza a su prenda.
– ¡Ahh, Herminia, querida...! –Suspira de nuevo, pero no de cansancio, lo infiere la dulzura de su tono. En sus pupilas hay trazas de aprehensión y quizá de empatía.
Herminia permanece quieta examinando la nada, se le aguan los ojos, siente temblar las aletas de la nariz, la boca seca, la garganta rancia, presiona con su lengua el paladar, traga a fondo y con dificultad, lucha contra el cosquilleo que amenaza algún punto ínfimo dentro de sus fosas nasales y la sensación arenosa que aflige sus globos oculares. Inspira y el aire que la invade, de algún modo, está impregnado de humedad.
Fija toda su atención e interés en el pliego sobre el escritorio, los grafemas recién escritos de su puño y letra en él ahora desapareciendo como por arte de magia con el avance de la tinta desparramada. Pese a toda su determinación otra lágrima termina por  surcarle la mejilla y sin enjugársela, voltea al umbral, se saca de la manga una ensayada y lánguida sonrisa, y niega sin mencionar palabra. Tampoco esa mañana sería enviada su carta.








4 comentarios:

  1. ¡Ay! ¡Qué ganas de abrazar a la pobre Herminia! Como podrás imaginar, me encantó su carta, sus contradicciones y sus desastres cotidianos, y en cuanto a su mala suerte para ser leída, te diré que lo mejor de ella seguro lo lleva dentro, que vuelvan si tienen que volver para leerle el alma. Besotes.

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    1. ¡Gracias a montones, Javier!! Eso de que te lean el alma asusta, así que no prometo nada. Pero me cuenta Herminia que a ella no le importa, que ya ha olvidado qué número de intento de enviar la carta es éste de tanto que la ha reescrito y te agradece mucho el abrazo, aunque no haya podido deshacerse al recibirlo. ¡Besotes pa' ti también!! ;)

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  2. Una carta de un solo párrafo donde Herminia da rienda suelta a sus sentimientos, a sus anhelos y desgracias. De corrido, como esa lágrima que resbala por su rostro, hasta su barbilla y termina precipitándose y precipitándolo todo. Un texto que sale de dentro y se hace lento, en una sólo línea, como el lamento de quien lo escribe, esa balada baladí, para luego mostrarnos la escena desde fuera y presenciar como ese fatal borrón de tinta negra se encarga de ejercer la fatalidad. Creo que Herminia debe saberse de memoria el texto de su carta… Quizás no sea más que un sustitutivo y, en el hecho mismo de escribir la carta, una y otra vez, alcanza ella su medio y su fin.
    De verdad que me impresiona cómo manejas el lenguaje, Fritzy. Eres grande.
    Un fuerte abrazo

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    1. ¡Muchísimas gracias, Isidoro!! Me seduce la idea que propone de que la carta sea un sustitutivo, aunque no puedo dejar de encontrar el hecho mucho más lúgubre y algo deprimente, más si Herminia se la supiera de memoria... Vería en cada accidente y cada desgracia visos de intencionalidad y no podría más que encontrar autodestructivo que se propiciara a voluntad su propio mal; aunque, claro, ¿qué lejos quedaría ello de la imagen que en primera instancia ofrece? De verdad que esa perspectiva me gusta, pero ¡qué depravada y masoquista sería Herminia! Y bueno, de tamaño... menos mal no se está refiriendo a mi estatura, jaja. ¡Un abrazote!! ;)

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