El Juego

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Uno, se vanagloriaba de nunca haber perdido un partido,
Aspiró la última bocanada de su cigarrillo y la exhaló sin disimulo,
Burlándose de su contrincante porque lo veía vencido.
El otro se mantuvo firme cuando el humo rozó su rostro,
Permaneció sereno sin mostrar desagrado o enojo,
Nadie alcanzaba a adivinar lo que escondían sus ojos.
Se dio comienzo al juego,
Ya estaban las piezas predispuestas y los oponentes tomaron asiento,
Una moneda al aire decidiría quien de los dos sería el primero.
Inició la partida y ninguno despegó los ojos del tablero,
Minuto a minuto la tensión aumentaba
Mientras el tablero se vaciaba.
La última pieza declaró quien ganaba,
Un rostro sonriente y una cabeza gacha
Dejaban por sentado quien perdía y quien tenía la ventaja.
Y todos alabaron al triunfador,
Y al otro le palmearon la espalda como gesto de consolación.
Los jugadores se acercaron y mantuvieron una breve conversación:
- No lo entiendo, tenia la jugada perfecta.
- Tal vez no moviste las piezas correctas.
- No recuerdo haber equivocado alguna posición, debe de haber un error.
- En eso sí tienes razón, sólo que no fui yo quien lo cometió.
El ganador palmeó a su adversario en el hombro y se alejó,
No sin antes despedirse “hasta la próxima ocasión”.
El perdedor cerró el puño, la ira lo sacudió
Pero tenía que aceptarlo: le habían dado una lección.






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