Trapecistas

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La versión del cuento aquí.



—[Los buenos trapecistas pueden hacer cualquier tipo de malabares suspendidos en el aire, ofrecen un gran espectáculo sujetos únicamente por cuerdas que obedecen a ciegas sus movimientos en el espacio. Sin sentir vértigo representan con precisión su majestuosa obra en las alturas y cuando el show termina, gráciles y con determinación aterrizan sobre el suelo, pero nadie olvida que minutos antes se movían como aves en el viento]. 
Intentémoslo.



—Los buenos trapecistas, dices; no un par de idiotas intentando manipular unas cuantas cuerdas, que colgando su amor en una de ellas empezaran a columpiarse a su propia conveniencia. Ofrecerían una actuación mediocre, uno halaría indeciso de una soga mientras el otro tomase con miedo la otra, se perderían en el interminable vaivén de las cuerdas hasta que sólo una lograra sostenerlos.
Y como novatos en un arte que no manejan, pronto se verían envueltos en las consecuencias de su arrogancia y la soga, que ya no soportaría el peso de ambos, los obligaría a precipitarse súbitamente contra el suelo.
Ahora pendemos de un hilo, no pretendamos ser algo que no podemos.


—¿Y qué esperas, que corte la soga y nos deje caer? No lo haré.


—Lo haré yo. Soltaré la soga de una vez. Y puede que después sienta como si cayera a cámara lenta en un interminable vacío, porque aunque me estrellara ruidosamente contra el suelo nada me podría sostener; aún logrando levantarme y caminar como si todo mi ser estuviese intacto, sabría que mi alma no me acompañaría. Ambos lo sabríamos porque: o se quedará contigo allá arriba, o se desmoronará incluso antes de que el cuerpo reaccione a la caída...


El problema no se presenta cuando no queda algo de lo cual sostenerte sino cuando es precisamente la nada lo que te sostiene.

Cuando sabes que todo se acaba esperar el final no tiene gracia...




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