Insensibles

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A veces pensamos que nos falta mucho y que nada tenemos. A veces sonreímos solo porque es demasiado fastidioso andar dando explicaciones de nuestra mala cara y porque en el fondo creemos que nadie va a entendernos si nos dignamos a decir qué pasa. A veces callamos simplemente porque las palabras hieren y preferimos castigarnos con el silencio. A veces no aceptamos nada, pero nos resignamos y fingimos que lo olvidamos para no malgastar energías luchando en vano.
Así vamos creando murallas y corazas, nos vamos encerrando dentro de nosotros mismos y nos refugiamos en un lugar que nos parece más cómodo y menos letal que el resto del mundo. Entonces, damos la impresión de ser soldados valientes que después de haber ido a la guerra regresan fríos, huraños y herméticos, capaces de muchas cosas excepto de tener sentimientos.
Y aunque no nos sentimos (porque sí que los tenemos) agradecidos ni contentos de la percepción que damos no la contradecimos, pues es mejor a que echen un vistazo en nuestro interior y lo encuentren hueco. Y no a causa de que lo hayamos vaciado de todo, sino porque muchas veces, entre la superficialidad de la gente, solo conseguimos llenarlo de nada.

El corazón es un órgano que funciona a toda marcha. Así que en lugar de desgastarlo en cosas vanas y tratarlo como un objeto chatarra, muchos preferimos no encenderlo hasta encontrar una razón importante para hacerlo; pero corriendo el riesgo de que cada uno de los engranajes que le dan vida a su motor, se vayan oxidando con el tiempo.


No hay corazones de piedra, sino piedras cubriendo corazones.






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