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Más de veinte años tengo en esta empresa, no contaba siquiera los 19 cuando llegué aquí. La jornada laboral terminaba después de las 18:00 horas y cada que se lo refiero a mi hijo de 17 años, no se fía de mí.
Recuerdo que aquí le celebramos las 16 primaveras a Carmencita, esa quincena hubo fiesta. Iba a ser cosa pequeña, pero los catorce pisos se las arreglaron para que fuera un gentío; pareció cosa de huelga porque nadie produjo, aunque yo me mantuviese en mis trece de que se necesitaba más personas en los puestos de trabajo que en el banquete. Fue tal el aquelarre que después de eso tuve que negarme a que hicieran celebraciones de ese tipo al menos una docena de veces. Ya no insisten, pero en silencio todos, incluyéndome, recordamos con gusto aquel 11 de Noviembre.
No sé por qué hoy precisamente el ocio ha diezmado mi entusiasmo y me ha puesto a divagar. Hay algo fuera de lugar, tendré que llamar a Dulce para que renueve el espacio y deje de inquietarme esta sensación de que algo va mal. Si se enterara mi socio, me vería con el ceño fruncido y le achacaría la culpa al trasnocho; él sí que no cree en nada desde que la muerte se llevara a sus sietemesinos, después de rogar por milagros que nunca tuvo.
En fin, tengo como seiscientos mil asuntos pendientes que debería atender en lugar de andar pensando tonterías. Me pongo a ello y al instante me interrumpe mi secretaria. No está en sus cinco, pero es eficiente. Me avisa que la tienda de instrumentos cierra temprano y debo ir a comprarle el cuatro a mi nieta Isabelita, también trae un paquete entre las manos.
– ¿Y eso? –le señalo.
–Ah, es para usted. Lo han traído hace menos de media hora y me han mandado que se lo entregue poco antes de terminar la cuenta.
–Bah, démelo de una vez.
Extiendo la mano y lo recibo. ¿Qué le habré hecho a los terrestres para que se me odie tanto?
Sudo frío, siento temblar mis manos, pierdo el dominio del cuerpo, me encojo y me retuerzo en mis adentros. La secretaria, indiferente, abandona la oficina. Repaso los últimos minutos y comprendo por qué rememoraba mi pasado, la pieza perdida empieza a encajar y sé que no haré esa llamada a Dulce, pero que ella de igual modo vendrá.
Bajo la mirada, encuentro mis dedos llenos y vacíos al mismo tiempo. Me enfrento al uno. ¡Bum!
Todo se redujo a cero.


Aldo Simetra





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