Las 24 Horas

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2 Comentarios


Las puertas del ascensor se cierran y con ellas se liberan mis emociones como en ascendente espiral. Hacen de mí un torbellino las ganas, el deseo contenido, la desesperación por tenerla cerca, la ansiedad de que mi lengua se adentre en su boca sin tregua. Más allá de la mía hay un nudo inmenso, un obstáculo creciente que no me permite hablar ni tragar saliva y se extiende hasta llegar a la base del estómago causándome náuseas y vértigo. ¡Arg! Esta maldita sensación, un inmundo viaje al interior del vacío.
Ella permanece a mi lado un paso por delante de mí. Nos miramos de reojo, la tensión crece, ambos sudamos y preferimos culpar de ello al hecho de que el ascensor no tenga aire acondicionado. Uno de los dos rompe el pesado y agobiante silencio que nos oprime, nos frustra:
– ¿Me has echado algo de menos?
Mi respuesta no sale de forma automática, más bien se queda atrapada sin salir de mis labios y yo me encuentro casi sin percibirlo haciendo un reconteo de la inversión de mis horas diarias. ¿Echarla de menos? De pronto me pierdo dentro del discurso de un monólogo no articulado:
"Duermo ocho horas, al levantarme invierto otra más antes de enfilar hacia el trabajo que me queda a una hora de carretera. Paso ocho horas más en la oficina resolviendo líos que ni me importan ni son míos. Luego otra hora de regreso a casa; ceno, me doy una ducha y gasto otra más. Un par de horas frente al tv, otro par entretenido con un libro hasta caer dormido y vuelta a empezar. Así que no me queda tiempo para pensar en ella ni lo quiero". Eso, dile justo eso –me aúpa la consciencia. A lo que yo replico reiniciando el soliloquio:
"O tal vez debería decirle que de ocho horas con suerte duermo la mitad y la otra, los ojos abiertos se pelean con el desvelo... el desvelo de su piel, de su cuerpo bajo su ropa, bajo mis dedos. La jornada laboral por mí podría reducirse al tercio, después de todo, preocupado por los otros casi dos tercios de mi vida que ella adorna hasta en la sombra, solo trabajo un treinta por ciento. El camino de regreso siempre me desvía a otro lado en donde me quedo más de lo necesario, me salto el intervalo de la cena, nunca sé a qué hora llego a casa para encender una tv que nadie mira o abrir un libro que siempre abandono en el prólogo mientras el insomnio me entretiene para no bajar los párpados e imaginarla con otro”.
¡Rayos! ¿Cómo demonios le digo todo eso? Después de tanto venimos a toparnos por capricho y maldad de la vida en un bendito elevador que ni siquiera cumple correctamente su función; chirría cargando nuestro peso, se desliza con una lentitud endiablada, si avanzara más a prisa hace rato que podría haber evitado su pregunta.
Mi mente me traiciona gritándome la verdad por encima de mis otros pensamientos: Lo cierto es que vives buscando más horas para pensar en ella, como si con todas las que posee el día no fuera más que suficiente. Por el contrario, y en consonancia con la primera parte de mi no verbalizado parlamento, contesto finalmente:
–Lo siento, no tengo tiempo para pensar en ti.
Ella titubeó apenas por un segundo y colocándose unos lentes oscuros, que no tengo idea de dónde sacó, me dio presta la espalda ocultando quién sabe qué en su rostro, y entonces la oí decir:
–Yo sí, pero no lo desperdicio.
Casi vi posarse mi mano sobre su hombro para luego girarla velozmente, tomarla de los brazos hasta ubicarla justo frente a mí, sostener su cintura, estrecharla, disculparme por lo dicho y aclararle que sí, que la extrañaba de más, que la echaba mucho de menos. Pero justo en ese instante se abrieron por fin las puertas y lo único que fui capaz de ver fue a ella saliendo con determinación a su piso, dejándome frustrado con la intención a medio camino a la vez que el ascensor volvía a encerrarme dentro de sus paredes grises y asfixiantes.
Se pone de nuevo en marcha el viaje al interior del vacío y nada impide que yo me reconcoma en el mío.


Aldo Simetra





2 comentarios:

  1. Qué delicia de relato. Son muchas las expresiones que me encantan: los líos que ni me importan ni son míos, mi no verbalizado pensamiento, ojos abiertos que se pelean con el desvelo, todas preciosas, y muy explícitas. Deberíamos tener una maquinita en la cabeza, elegir la persona que queremos lea nuestros pensamientos, darle al on y así declararnos. Nos evitaría frustraciones como ésta. FELICIDADES.

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    1. Gracias, Javier. Apoyo al cien por cien lo de la maquinita, serviría de mucho en estos casos. En cuanto a lo de la "ensidad"... hombre no sé, no me puedo auto-juzgar.

      Saludos desde por acá.

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