Agujeros

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Regard et metal - Jacques Resch

El vaso sobre la mesa, en el vaso dos dedos de ginebra, su mano aferrando el vaso, su mirada trascendiendo el cristal como queriendo adivinar a través de la contemplación la fórmula química del líquido mortecino que se estaba por tomar. Un sonido burlesco e insistente haciendo eco de paredes hacia dentro, de paredes hacia fuera... un indescifrable concierto. El sonido se dejó oír tres... cuatro... cinco veces antes de que su receptor se decidiera a contestar.  
“Un poco más y hago un pacto con el diablo. ¡¿Cuándo se cansarán de exprimirme los bolsillos?!”
Se quejó antes de levantar a desgana el auricular:
– ¡Si llama para cobrar algo, el que paga no está! –soltó de mala gana.
– ¿Papá?
– ¿Niña?
– ¿Y quién más? –Sonrisa queda del otro lado del auricular–. A propósito de cobrar… –el hombre retiene un suspiro– me debes un recuento de los dos últimos meses con un reporte minucioso de tu salud y encima me explicas por qué no me has contestado las llamadas hasta hoy.
Silbó sorprendido.
– ¡En mis tiempos los que debían rendir cuentas eran otros! ¿Tú cómo la llevas?
–Mejor, ahora que te escucho. ¿Vas a decirme cómo estás o seguirás dándome rodeos?
– ¡Si tenías con preguntar! Estoy… bien.
– ¿Por qué no me atendías las llamadas?
– Voy y vengo, pequeña. Casi no estoy en casa. ¿La deuda incluye un itinerario de mi paradero?
Se acumulaba el vacío a través de las líneas…
– ¿Papá?
– ¿Ah?
– ¿En verdad estás bien? Quiero decir... ¿vives bien?
– ¡Ja, ja, ja! –Fingió carcajearse– Pero, niña, todavía te queda padre para rato, si es a lo que te refieres. –Del otro lado un silencio vacilante–. Se está muy bien acá, te lo aseguro. El lugar es modesto, el balcón principal da a un jardín primoroso con una fuente en medio cuyo manar de agua fresca acompaña a intervalos a los aspersores que lo riegan. Se está tan bien respirando siempre el olor a tierra mojada y oyendo las óperas de Vivaldi de quien es fanático uno de mis vecinos y que se filtra melodiosamente por las paredes. Yo por las noches, entre el sonido del agua y la música tan magistralmente entonada, duermo igual que lo hicieras tú desde tu cuna hace un par de décadas. Estoy bien, en serio, es una lástima que no puedas venir a comprobarlo por ti misma –un alivio, pensó– y así quedarte más tranquila.
–Mmm...
– ¿Necesitas que jure sobre una biblia para dar mi testimonio por cierto o quieres creerle así no más a tu viejo?
– ¡Vamos, papá! –se quejó ofendida y luego replicó–: ¡Que todavía no ejerzo!
Ambos rieron cómplices o simularon hacerlo.
Minutos después… El teléfono de vuelta a su puesto, encima del teléfono una mano descansando, sobre la mano la mirada absorta de ella parecía querer traspasar con rayos X su piel. Alguien instándola a ocupar no solo en cuerpo su lugar en la realidad, la hizo reaccionar.
– ¿Y?
–Ni porque estoy mayor deja de echarme cuentos –respondió ensimismada–.
– ¿Pero está bien?
–Él dice que sí...
– ¿Y qué pasa? ¿No le crees?
Levantándose rauda de la silla que ocupaba, negó colmada de frustración y se alejó sin mediar palabra.
Cruzando una barrera de tiempo de casi siete horas de diferencia, el hombre se liberaba pausadamente del suspiro contenido antes de finalizar la llamada bebiendo de un trago los dos dedos de ginebra que se había preparado en el único vaso sobre la mesa. Se acercó al balcón que en ese momento no era más que una pequeña ventana y la cerró de tajo para no tener que respirar efluvios úricos y al mismo tiempo para otorgarle algo de privacidad al mendigo que aflojaba sus esfínteres regando los pies del único poste que iluminaba la calleja. Su vecino del piso de arriba empezaba a entonar por milésima vez el repertorio de su inspiración que siempre se renovaba según los grados de alcohol en su organismo y al unísono su vecino del cuarto próximo le hacía los redobles moliendo a palos a su mujer. Dentro de poco se sumarían a la orquesta los gritos gatunos de la fulana de enfrente, que maullaba con mayor o menor vehemencia de acuerdo a la disponibilidad monetaria de su cliente.
Se recostó para descansar el cuerpo extendiendo la reciente conversación en sus pensamientos. Entre el olor a humedad que le corroía las fosas nasales y la cacofonía de sonidos que se filtraba por las paredes no esperaba pegar un ojo, así que aprovechó la presencia del insomnio que se mantenía a su lado como buen y fiel compañero.
–Me ha dicho que está “mejor”, ¿lo has oído?
¡Ahhh!, ¡sí… síí…! ¡Ah-ahh…! ¡Ohh-sí! ¡Sííí! –le respondió desde enfrente.
Ante tanta efusividad, se recreó imaginando que la gata tendría esa noche para más que un vaso de leche.
¿Sabes qué estoy pensando? –continuó.
¡¿Ah, sí, tú piensas, puuuta?! –Un sonido seco retumbó en la pared del cuarto próximo replicándole, junto con un alboroto de muebles que se arrastraban y cacharros que se quebraban, si es que ya no estaban rotos…– ¡Así que tú piensas, eh…! –Hicieron eco otros dos enérgicos y alarmantes golpes contra el tabique, seguidos de lloriqueos y desgarradores alaridos–. ¡¿Qué te pensaste, pobre mujerzuela?!
Se entristeció un poco más, si cabe, mezclando su pena con la ajena antes de contestar:
Que si hay algo que realmente goza de bienestar son las mentiras.
Viiiva’l día i jus mentiras… Viiiva’l tempo i jus tormeeento –le replicó en un gutural alarido desde el piso de arriba–. Viiivo aldiendo e’injuticias… Viiivo a rato y lego mueeero…
– ¡Ah, somne, cuánta razón tiene ese Viva’ldi! exclamó refiriéndose primero a su mal llamada ausencia de sueño y después, al borracho que se alojaba arriba, a quien había apodado de esa forma por el enunciado invariable que daba comienzo a su desafinado lamento–. Por lo menos no le he mentido en algo a la niña: a mí sus recitales me gustan.
Suspiró y bostezó de buen grado mientras oía:
Viiiva’l diaaablo ca’-quí vive… Viiiva’l diooos a quem no rezo… Viiivan mi’ meeeserias toas, que so lo úúúnico que tego…


Aldo Simetra






2 comentarios:

  1. Me quedé con ganas de más: del porqué de ese "exilio", o del descubrimiento por parte de la hija, pero supongo que el relato estaba hecho sólo para delatar el bienestar de la mentira. Una descripción única que lleva sello "IZARY", pues pocos como ustedes dos sois capaces de describir el dolor y la miseria con ese grado de alejamiento que le da quizás, un tono más dañino. Abrazos.

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    1. A ver cómo suplimos luego esa demanda, jaja. Supones bien. Te agradezco, Javier. A mí, sin mentir, me parecía que el relato estaba un poco flojo, pero quedo contento con que te haya agradado. Gracias por el reconocimiento, aunque aún no sabemos si ese alejamiento al que te refieres lo perseguimos voluntariamente o queda naturalmente impreso en algunos escritos. Abrazos desde por acá.

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