De Hadas y Ratones

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“Si le lanzas un diente viejo al Ratón Pérez, te traerá uno nuevo más fuerte y reluciente”, escuchaba atenta e ilusionada a su padre mientras veían desde la ventana la quebrada tras de su casa.
¿Por qué no iba a creerle si se lo decía con ese tono que usaba para contar secretos, como cuando lo pillaba conversando entre susurros con su madre, y con la misma seriedad con la que solo se atrevía a hablar de asuntos importantes? Además, si era mentira, tenía cómo comprobarlo. La cosa pintaba fácil, solo tenía que esperar a que el dichoso Ratón Pérez o alguno de sus ayudantes apareciesen y hacerle entrega de su sangriento y –no entendía por qué, a pesar de hacer buen uso del cepillo y el dentífrico– maloliente dientito de leche. Bastó con que escuchara exclamar a su papá “¡mira, ahí está!” para dar por cierta la historia. Dirigiendo la vista a donde le señalaba, logró divisar a un gran roedor olisqueando el terreno, tal si buscase algo entre los escombros desperdigados en la maleza del contaminado riachuelo.
–No dejes que se marche sin tu diente.
Asintió. Se preparó para hacer el ritual de entrega: alzar el brazo por encima de su cabeza y llevarlo atrás para ganar impulso, flexionar hacia fuera la muñeca con el presente fuertemente asido entre el pulgar y el índice, en un rápido movimiento tirar del brazo hacia al frente y a la vez lanzar el diente por los aires en dirección al distinguido ratoncito, recitando como una letanía que le trajese en su lugar uno más bonito. Luego quedaba esperar que el Ratón Pérez lo quisiera y se lo llevara a su guarida.
Escuchó un sonido seco y lejano, se preguntó con qué habría chocado su diente al caer. Por instantes pensó que su obsequio había sido rechazado al ver alejarse al roedor, pero entonces regresó, examinó con avidez el sitio, se detuvo por segundos en el punto justo, se alzó sobre sus patas traseras y... desapareció. Se alegró brevemente: primero, por el gusto de la misión cumplida y luego, por el alivio de que las entregas se pudieran hacer de ese modo porque, de lo contrario, le habría dado tantísimo asco y terror estar a menos distancia de tamaño animal, por muy señor o Pérez que fuese.
Al día siguiente, contando entusiasmada la anécdota en el recreo y dando testimonio de que el famoso ratón sí que existía porque ella lo había visto, cito: “nada más y nada menos que con sus propios y lindos ojitos”, entró en conflicto con un compañero de clases que daba por falso el hecho solo porque para él la entrega de dientes sucedía de otra manera:
–Si una asquerosa rata me trajera un diente, no lo querría. Por eso es que lo traen las haditas.
–Qué hadas ni que nada, menso. Las hadas nunca salen de los cuentos.
–No hace falta. Se cuelan de los sueños mientras duermes, traspasan la almohada y se llevan el diente que le dejes.
– ¡Ahh... va! Luego me lo prestas.
– ¿Qué cosa?
–El libro de dónde te sacaste el embuste ese.  –Lo acusó–: Ni tú te lo crees.
–Ningún embuste, ¿eh? Tengo pruebas. Mira lo que me han dejado como recompensa.
Al decirlo hurgó en sus bolsillos y extrajo un paquetico de billetes preciosamente enrollados. La niña miró el fajo sorprendida, sintiéndose un tanto estafada; sin embargo, se cruzó de brazos en el acto, refunfuñó e hizo una mueca de disgusto con los labios.
– ¡Buf! Si fueras de madera, no sé a dónde te llegaría la nariz.
–Me da igual si me crees o no, so zopenca –y añadió en un gracioso tono cantarín–: Lo que pasa es que estás cè-looosa porque a mí miisss haaadas me han traído plaaaata y a ti: ¡naaaay! Tu ratón no te ha dejado ni-las-gra-cias.
– ¡¿Que estoy qué?!
–Es como lo que dice mi mamá... ¿Qué van a saber de hadas los pobres?
Entrecerró los ojos rechinando los dientes y lo retó con aspereza:
–Repite eso que dijiste.
– ¿Acaso tienes mugre en los oídos?
En lugar de contestarle se enfureció, frunció el ceño, tensó la mandíbula, se le expandieron las fosas nasales, resopló en medio de un gruñido y se imaginó toro arrastrando sobre la arena y con alevosía una de sus patas delanteras al distinguir al niño hacerle una mueca despectiva. Se puso roja y al instante lo embistió impelida por la ira. Cual si fuera un proyectil se abalanzó sobre su impertinente compañerito de estudio, quien retrocedió aturdido por el impacto hasta toparse bruscamente con un banco de descanso. Ambos cayeron con estrépito sobre el mueble de cemento, pero el chiquillo, quizá con más mala suerte, continuó su caída resbalando entre malabares hasta que su boca y su mandíbula, chocando con dureza contra el suelo, consiguieron frenarle.
La niña fue la primera en incorporarse y ciega de furia ni se inmutó al verlo sollozando, adolorido y sangrante, medio oculto debajo del banco. Tampoco se turbó cuando se agachó a recoger una piedrita blanca que capturó su atención y aquel le lanzó una mirada asesina y envenenada.
– ¿Pero qué tenemos aquí? –Exclamó con sorna y un leve deje de malicia.
– ¡Devuélvemelo, hija del demonio! –Las pupilas le destellaban heridas e hirientes de rabia.
–Ay –imitó el mismo tono burlón que antes había usado él–, ¿mi pobre an-gè-liiiiito ha perdido ss-suu dientiiiiiito? –Lo sostenía entre el pulgar y el índice, mostrándolo y presumiéndolo cual premio de batalla.
– ¡Yo no soy ningún p...! –Se interrumpió de pronto, compungido y abatido en el suelo, y se pasó el dorso de la mano por la boca en un vano intento de limpiarse que terminó por pintarrajearle el resto de la cara con sangre.
–Aaaalguien va a despertar mà-ñaaana sin que le trai-gan naaada lasss... –De repente se le iluminó la mirada ante una especie de revelador pensamiento–. ¿Cuánto quieres tu diente?
– ¿Y eso a ti qué te importa? ¡Dámelo! Es mío.
–No, no. ¿Sabes qué también dice mi mamá? Que lo que está en el suelo no tiene dueño.
– ¡Pero si me lo acabas de tumbar, demonia!
–Seguro que tus haditas me darían por él más de lo que llevas ahí.
– ¡Devuélvemelo o eres niña muerta!
– ¡Atrévete y el próximo que te salga te lo llevará una rata!
–No podrías...
– ¡Ja! Sería tan fácil como meter una en tu mochila.
Se retaron ardorosamente con la vista tal si tomaran parte en un duelo y las armas fuesen sus pupilas.
– ¿Quieres tu diente o no, llorón?
El niño bufó obstinado. Se levantó fúrico y le tendió la palma abierta para recibir el incisivo que había perdido.
–Ah-ah –negó ufana–, primero tienes que darme algo a cambio, listo. –Extendió también su brazo, mostrándole la mano en la misma posición y jugueteando airada con los dedos.
–Ni te p... –comenzó a quejarse el hombrecito.
– ¿A que te saco otro diente? –Replicó amenazante su contrincante sin ocultar un ligero gesto de cansancio.
Aturdido y resignado, se despidió de su fajo de billetes depositándolo en la palma de la pequeña diablilla al tiempo que ella dejaba caer en la suya el objeto en disputa.
Cantó victoria para sus adentros, no se podía creer que su compañero fuera así de zoquete. De inmediato se distrajo imaginando el atracón de golosinas que se daría a costa de su bolsillo hasta que un grito la sacó de sus fantasías.
– ¡Claariiiiissaaa, Joooorgee, vengan a formaaar! ¡¿Qué no escucharon el tiiimbreeee?!
– ¡Maeeeestraa! ¡Veeengaa! ¡Jorgito se ha caído! ¡Jorgito se ha caído! –Respondió con urgencia al llamado. Antes de que la docente apareciera se volteó hacia el niño, que la observaba con ojos desorbitados, casi paralizado, y le advirtió entre susurros:
–Mosca con abrir la boca, menso. O una manada de ratones se colará de tus pesadillas y te arrancará la lengua. 






8 comentarios:

  1. Vaya con la niña. La culpa es del padre por hacer que el Ratoncito Pérez fuera tan real. La niña no necesita hadas ni fantasía, como dicen por aquí, con una buena hostia. Súper bien contado :)

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    1. Jajaj. Yo no creo que necesite la hostia, pero me temo que en ese caso no eximiría al pequeño de recibirla. Al fin y al cabo, ambos estaban defendiendo su ideología, solo que la niña pecó de impulsiva y quizá no se hubiera atrevido a tanto si Jorgito no la ofende. Además que lo de los dientes no fue premeditado, aunque sacara provecho de sobra del incidente. ¡Gracias enormes y un abrazote!! ;)

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  2. Mejor imposible Fritzy. Dejar plasmado esa «inocente» maldad de los niños en un altercado poco más que usual en los recreos de la escuela. Como siempre me ha encantado. Aunque he de admitir que he quedado acongojado por el pobre chico; ¿O quizá es la niña la que me da más pena..? Aún no lo decido...

    ¡Un abrazo enoooorme Fritzy!!! A por el próximo escrito.

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    1. ¡Gracias a montones, Franco!! Jaja, sobre todo "inocente" (con o sin comillas). A decir verdad, con aquello de que ambos están igual de pobrecitos, aunque no en el mismo sentido, tampoco sé quién de los dos me apena más. ¡Un abrazo gigante pa' ti!! ¡Y gracias también por compartir! ;)

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  3. Te soy sincero Fritzy, me ha encantado. Tu poesía me gusta mucho, pero cuando escribes esta prosa te ganas mi más absoluta admiración. No sólo por esa historia tan elocuente que refleja, en el cotidiano e “inocente”, como dice Franco, mundo escolar, una contundente crítica social (quizás por el contraste tenga aún más fuerza), sino por ese fantástico diálogo. Se tiene que ser en parte niño para reproducir con tal exactitud esa conversación y situación y creo que tú, por lo que leo, conservas esa magia, a la que has añadido un don natural y un bagaje cultural que te permiten regalarnos estas excepcionales creaciones. Ya sabes que no es adulación gratuita, te aseguro que he leído con la boca abierta (casi se me cae la baba sobre la mesa) tu relato. Y, por cierto, yo creo que el mamporro, así como la pérdida de su peculio, se los tenía bien merecidos el niñito y, en cuanto a la niña, como decimos por aquí, ¡Óle tu salero, chiquilla!
    Siempre es un placer leerte Fritzy
    Un fuerte abrazo

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    1. Jajaja, te estás ganando el resentimiento de Jorge. ¡Y ahora quién se aguanta a Clarissa encantada con la frasecita! No deberías celebrarle así la travesura. Qué mejor retribución por escribir que un comentario como éste, te cuento que leerlo me ha hecho la mañana de hoy y me ha alegrado gran parte del día. ¡¡GRACIAS!!! Así en mayúsculas y muy sentidas. Un abrazote, Isidoro!! ;)

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  4. Gracias las tuyas, y no sabes la satisfaccion que me produce haber sido yo, con mis palabras, quien ha alegrado parte de tu dia (lo siento, faltan las tildes porque escribo con el movil y no se si tiene)
    Besos

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    1. Disculpado. Las tildes creo que aparecen si mantienes presionada la vocal en el teclado. Gracias otra vez.. ¡Abrazote!! ;)

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