Tomás

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2 Comentarios

– Ver para creer.
–Y si te quito los ojos, ¿qué?
Por mucho que se lo contara no daba crédito a la historia ni a lo que había develado la venda que llevaba en el rostro. Cuando se la quitó estuvo a punto de delirar con lo que vio. La imagen se le quedó grabada en la cabeza y en las pupilas, y se reflejaba en todo cuanto mirara, aún mientras dormía. Cada cosa empezó a colorearse con una tonalidad idéntica a lo que había presenciado sin el inmundo vendaje y también a adquirir su mismo espectro de locura.
Su pensamiento, antes un manojo de ideas y recuerdos, se hallaba inmortalizado en una reproducción fija y en pausa a la que no antecedía ni sucedía nada. La visión lo abrumaba hasta en el sueño, salvo que allí lo hacía esclavo de los peores tormentos. Pronto se sumió en una eterna vigilia. En principio, motivada al miedo que le producía sumergirse en un mundo onírico tan abyecto e incontrolable hasta que, después, la degradación contaminó su realidad tornándose palpable. Inició con una ligera molestia en la vista que dio paso a un desagradable escozor, que a su vez agravó en un indefinible y enloquecedor malestar al cual no encontraba alivio y cuya causa no se evidenciaba en los repetitivos análisis médicos que solo le diagnosticaban una óptima salud visual.
Con frecuencia sentía y se imaginaba cientos de granos de arroz pegados a sus globos oculares, la impresión empeoraba cuando los creía moverse y le martirizaba la noción de tener las cuencas llenas de gusanos. Le daba asco mantener los párpados abiertos o cerrados y le dolían y molestaban los ojos como si miles de minúsculos verdugos hubiesen instalado en sus adentros diminutas y múltiples cámaras de tortura. Si lloraba, las lágrimas, cual hirientes alfileres, se convertían en un cúmulo sangrante al formarse y dejaban un rastro de carne al rojo vivo al resbalar por su mejilla. Luego los gusanos simulaban perseguirlas o ir en su busca amontonándose y cayendo de sus lagrimales.
Sin poder distinguir algo en la catástrofe que asomaba a su mirar, concluía que estaba asistiendo en vida a la descomposición de su sentido. Entró en un estado de pasmo perenne en que sus ojos, desorbitados, simulaban sobresalir de sus cuencas, forzando los párpados hasta reducirlos a una línea carcomida de tejido tal si fueran un par de ligas viejas que, cediendo finalmente al desgaste de sus fibras, acabarían permitiendo la expulsión violenta de su contenido.
En más de una ocasión quiso arrancárselos, pero justo a escasos centímetros de que sus manos hicieran contacto con la infamia en que se había transformado su vista, los dedos y las articulaciones se le entumecían, torpes y desobedientes hasta el temblor. Frustrado, se valió de otros objetos para lograr su cometido, mas tampoco tuvo éxito. En la menos fallida de sus tentativas, el filo de un cuchillo de carnicero acabó por rebanarle de tajo gran parte de una de las aletas de la nariz.
La venda fue el último recurso que le quedó después de que terceros se rehusaran, de manera irrevocable y absoluta, a vaciarle la cavidad ocular y despojarlo así de su sufrimiento. Una vez puesta, negado a ser testigo de su propia degradación, la hizo uno con su rostro y jamás se atrevió a desprenderse de ella, aunque el trozo de tela absorbiera, sin siquiera poderla contener, toda la inmundicia que cubría. Quizás llevaba más de la mitad de la cara mutada en colgajos de carne pútrida, que servía de hospedaje y alimento a una colonia de anélidos, cuando alguien posó su atención e interés en él como en mucho tiempo nadie lo había hecho. Le sorprendieron la sinceridad y preocupación con las que le hablaba. Por momentos le recordó a alguien muy cercano y a pesar de percibir en aquel su propia cadencia al modular y su mismo timbre de voz, no consiguió identificarle. Tenía tiempo de sobra, le había dicho, dispuesto a prestarle oídos y ávido de conocer su historia.
Minutos u horas más tarde su interlocutor lo observaba atónito, mudo de escepticismo y espanto. Sin embargo, no pudiendo contener más su curiosidad lo incitó:
–Entonces, ¿te quitarás o te dejarás la venda?
–Depende de ti –fue su respuesta.
De inmediato, y por primera vez desde el incidente, pudo contemplar una imagen distinta a la que había nublado su juicio, de a poco recuperó la visibilidad y claridad de lo que lo rodeaba; no obstante, todo cuanto tenía al frente parecía una jugada del recuerdo. Ante él se exhibía una versión de sí mismo de un episodio ya vivido, pero tan real como su presente y tan tangible como su ser.
En un arrebato la mugrienta banda de tela fue arrancada y luego no logró discernir si profería o escuchaba:
– Ver para creer.
Aún así se supo ciego e incrédulo y tampoco fue capaz de reconocer si era el emisor o receptor de la frase que siguió:
–Y si te quito los ojos, ¿qué?



Aldo Simetra





2 comentarios:

  1. Sus escritos son un culto a la palabra Aldo. Pura literatura. He de reconocer que, en este caso, me resulta su texto excesivamente criptográfico (por decirlo de alguna manera probablemente no muy exacta), pero tengo que darle el mérito de haber conseguido crear un cúmulo de sensaciones con su lectura que van de la angustia a la repugnancia (entiéndase por su maestría a la hora de recrearnos la situación) pasando por muchas otras que no soy capaz de describir (hasta me han rechinado los dientes). Creo que muchas veces lo visible no es certeza y lo invisible nos hace soñar. Crédulo, puede ser quien mira con los ojos del cuerpo y creyente quien lo hace con los ojos de la mente.
    Cómo se suele decir, no he entendido nada, pero me ha gustado mucho, ja, ja, ja. Arte puro, vamos. En serio Aldo, aplaudo su genio, que no le quepa duda.
    Un fuerte abrazo

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    1. Ja, ja! No sabe cuánto aprecio y cuánto me contenta que haya disfrutado el texto, a pesar de su ambigüedad. ¡Menudo halago el que me hace, Isidoro! Muy atinado aquello que dice de los crédulos y creyentes, pienso que constantemente estamos siendo ambos sin advertirlo. Le saludo con una leve inclinación de cabeza en señal de gratitud y, por supuesto, presentándole también con ese gesto mis respetos.
      Un gran abrazo desde por acá.

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