Disparar Con Palabras

/
0 Comentarios


Érase una vez había más libros que pistolas. Había más hojas que leer que balas para disparar. La gente no estaba familiarizada con el sonido de los tiros o las balaceras, sino con el susurro del paso de las páginas desplegadas o el silencio que envuelve una lectura relajada. No era necesario defenderse de nada porque lo único que se ponía a prueba eran las ideas. Las personas debatían con argumentos y se lastimaban con palabras. Las causas de muerte eran por accidente o enfermedad y nadie era asesinado, para variar.
Lo único realmente peligroso era alzar la voz frente a una multitud: Nada causaba más pavor que un montón de personas pensando igual y persiguiendo un mismo ideal.
Los hombres se retaban con pensamientos, se violentaban con insultos; y la única pena que libraban, la sola condena que pagaban, era su falta de culto.
¿Y las armas? ¡Ja! Las armas solo eran objeto de decoración, quedaban replegadas y relegadas a la pared solo para exhibición; muchas veces se olvidaban tanto que terminaban acumulando polvo y óxido en algún rincón.
Érase una vez el conocimiento tenía más valor que la fuerza, los impulsos eran domados por la conciencia, la mayor acción que propiciaba la rabia era mostrar los dientes y claro que existía la maldad, pero el nivel intelectual estaba tan sobrevalorado que nadie querría poner en evidencia su carencia de capacidad para razonar.
Érase una vez existieron esos días que ahora hemos de extrañar. O tal vez, nunca han existido y los acabo de inventar.





No hay comentarios:

¡Coméntenos! Claro que mordemos, pero desde aquí no podemos hacerlo.

El mundo ya tiene demasiadas imitaciones. Defienda la originalidad. Con la tecnología de Blogger.