No Son Solo Marcas

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Hoy no iré a casa. No dejaré la llave de la puerta debajo del matero, no me quedaré vigilando tu lado de la cama por si apareces, ni pelearé con el insomnio para que te olvide.
Hoy, si regresas, te quedas fuera; si la cama espera que alguien la caliente permanecerá fría y mi insomnio, tendrá que ceder tu recuerdo a la inconsciencia.
Un mozo me sirve otro trago mientras me hace compañía del otro lado de la barra. No hay nada peor que beber solo.
-¿Realmente crees que el alcohol lo mata todo? –Le oigo decir. Me encojo de hombros en respuesta porque no tengo ganas de hablar y porque secretamente espero que cada sorbo aniquile algo dentro de mí.
Parece que mi silencio lo motiva y sigue diciendo cosas a las que no presto atención porque no me interesa saber de su vida ni de sus supuestas experiencias.
-Es cosa de reconocer las verdaderas marcas.
-¿Qué? –Pregunto, sorprendiéndome incluso de que haya separado los labios del vaso para pronunciar algo.
-Las marcas. Sus manos por ejemplo. –Lo miro extrañado y me repite: -Sus manos sobre tu piel, apuesto a que recuerdas qué las hacía tan sedosas.
-Una loción supongo –digo a desgana.
-¿Cuál?
-... –Lo pienso, pero no se lo digo. Él se da cuenta y sonríe.
-Sus pasos al caminar, apuesto a que recuerdas qué zapatos usaba.
-Unos... –Empiezo, pero me callo en el acto. No porque desconozca cuáles son, es imposible olvidarme de sus zapatos favoritos, sino porque me desconcierta el cuestionario del mozo.
-Su atrayente aroma… –Me insiste con la mirada y yo respondo rememorando en la distancia su fragancia.
-Trésor –digo abstraído.
-Su cuerpo que te enloquecía, antes de dormir, ¿con qué lo cubría?
-Victoria Secret –respondí hechizado viéndola vestir su o mi conjunto preferido, evocándola completa, mientras cada una de las preguntas hechas me remitía a una imagen de ella.
Un momento, la idea era alejarla de mi conciencia, qué cree que hace este idiota trayéndola de vuelta. Intento hacérselo notar y me interrumpe.
-Son solo marcas, ¿no lo ves? La ropa, los zapatos, el perfume. Pones esas cosas en otra chica y la tienes de regreso.
-Creí que se refería a otro tipo de "marcas".
-No qué va, me va mejor con estas.
-A propósito de ello, ha batido usted el récord de la superficialidad. –Lo felicito irónico.
Él no parece comprenderlo, pero cree que es un halago y finge modestia. Niego con la cabeza. Hay cosas peores que beber solo y el idiota que tengo al frente lo comprueba.
Me levanto, pongo la paga sobre la barra y lo palmeó en el hombro.
-Es una suerte que no le hayan marcado el alma sino únicamente la billetera. –Me despido.
Son como las 4:00 de la madrugada, llego a casa, me acuesto a conciliar el sueño y mientras tanto pienso: Debí haber dejado la llave en el matero, quizá mi cama estaría cálida y yo aún estaría despierto desvelándome con su naturalidad y su desnudez, entretenido con sus besos, sus caricias y dejando que hicieran mella hasta dentro de mi ser, llenándolo de sus huellas, esas marcas reales que luchan por permanecer vivas y que no podría reproducir o crear ningún publicista. "Son solo marcas, ¿no lo ves?" Oh, sí, claro que lo veo. Esas cicatrices que ahora me condenan y que tras ella, son lo único que me queda. Debo buscar otra forma de que esto muera porque el alcohol es de efecto lento o nada sabe del tema.
Después de todo, sigue ganando el insomnio. Y entonces un poco más lúcido, o tal vez menos cuerdo, anuncio el cronograma de lo que seguramente haré cuando me canse de esperar a que me abata el sueño: Hoy me quedaré en casa, aguardaré en la sala sin cerrar la puerta y en definitiva, no dormiré hasta que vuelva a verla. ¿Y si no regresa? Las cicatrices, sus huellas, las marcas, su mella, toda ella en mí, no será más que una herida abierta.


Aldo Simetra




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