Ironías de la Modernidad

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Guillermina Pérez, mujer pasada los 40, ama de casa, esposa y madre, se encontraba en su casa preparando la cena. Ya estaba casi lista y decidió pasar una escoba por su humilde morada mientras en la olla, montada sobre la hornilla, se terminaba el proceso de cocción. El primer lugar que eligió para librar al suelo de impurezas fue la sala y allí se encontró a su hijo con la mayor compañía que hasta ahora le había conocido.
– ¡Sal de ese bendito aparato, muchachito, pa' que conozcas mundo! –Le dijo mientras la escoba iniciaba su trabajo–. Dentro de poco voy a poder planchar sobre tus nalgas que ya casi están planas de tanto que te la pasas sentado frente a esa máquina. A mí que después ninguna nuera se me venga a quejar de que saliste achatado por mi culpa o por los genes. Que una los pare sanos, bien formados, y ustedes siempre encuentran la manera de atrofiarse con los años.
–Yaaa mamá... –replicó este en tono obstinado– No te pongas cansona ahora, ¿sí? ¿Pa' qué salir a perder el tiempo cuando tengo el mundo al alcance de mis dedos desde el PC? ¿O prefieres que ande de mala conducta en la calle buscando problemas? Mira que hasta soy considerado y no te doy dolores de cabeza.
– ¿Cansona? –La escoba se había detenido entre ambos puños de quien la esgrimía y esperaba paciente– Respeta muchacho'el carrizo. Si no, te doy unas cuantas y recibo las quejas de cualquier nuera con gusto. Sinceramente, preferiría que estuvieses afuera metiéndote en líos como los chicos normales –la escoba continuó su curso– antes de andar como lelo, así como retrasado aquí en la casa. ¿Es que no tienes amigos?
– ¡Uff! Cientos y cientos en la red. –El muchacho parecía indiferente y le respondía a su madre sin apartar la vista del computador.
– ¡Muchacho pendejo! –Otra vez la escoba hizo un paro en su labor– Fuera de esa cosa. En la vida real, quiero decir.
– ¡Bueno, mamá! Que es lo mismo. Existen las redes sociales, ¿sabes? Y eso no es más que la vida social llevada al mundo virtual. Es como la cotidianidad moderna. Ya sé que no me entiendes mucho porque eso en tus tiempos no existía pero...
–De paso que me quieres hacer pasar por bruta dándome lecciones, me dices vieja. ¡Ay Juan Esteban Fuentes Pérez...! Sigue así y te voy hacer necesitar a esos supuestos cientos de amigos antes de tiempo. –Se acercó al hijo con escoba en mano–. Ya quisiera ver yo cómo te ayudan desde esa pantallita o cómo te hacen el entierro desde el ordenador.
– ¡Amááá! –Dijo éste fingiendo exagerada sorpresa– ¿Vas a acabar con tu propia sangre? –Adoptó un tono descarado–. Piensa en tus futuros nietos. Además soy hijo único y a papá no le va a gustar nada que se pierda su apellido.
– ¡Me importa un pepino lo que tu padre diga! ¡Y es que en mis nietos es que estoy pensando! A ver si querré yo una parranda de mongólicos mentecatos. Mejor cortar el mal de raíz. Y hablando de eso, chico...
¡Oh, oh! Algo se veía venir.
Juan Esteban lo supo cuando la Sra. Guillermina dejó de hablar y soltó la escoba sin más, adoptando una actitud decidida y amenazadora.
La madre, harta del numerito que se repetía todos los días gracias a la insensatez de su hijo y su imposibilidad creciente para apartarse de ese maldito artilugio, quiso tomar definitivamente cartas en el asunto. "Cortar el mal de raíz" Eso fue justo lo que hizo.
Desconectó de un tirón todos los cables que fungían de fuente de energía del computador, y este en un santiamén se apagó.
–Pero ¿qué estás haciendo, vieja? ¿Te has vuelto loca?
– ¿Vieja? ¿Loca? Ah, pues mira, a mis años la locura no es novedad. –Dicho esto, sacó el monitor de su sitio con fuerza y le encontró un nuevo lugar afuera junto a la basura. Luego regresó por el CPU y más tarde, por el mouse y el teclado.
Juan Esteban había entrado en shock, se halaba los pelos con las manos con la mirada extraviada y la rabia atravesándole la cara. La madre entró sacudiéndose las palmas de las manos entre sí como diciendo: "Listo, se acabó lo que se daba". Y dirigiéndose satisfecha hacia su hijo le dijo:
–La gente mayor se altera por nada, ya ves. –Luego, señalándolo con el dedo, le lanzó una advertencia–: Y ni se te ocurra coger de nuevo esos trastos, que mañana se los cargo al camión de desechos. ¡A ver si ahora que no tienes el mundo al alcance de tus dedos aprendes a mover un poco los pies!
Dejó a su hijo asimilando sus palabras y resuelta, como si hubiese al fin terminado un asunto que tenía pendiente, recogió la escoba con la que apenas barrió nada y se fue a la cocina para prepararse a servir la cena. Mientras la veía alejarse, un Juan Esteban a medias escarmentado, lanzó por lo bajo:
–Ni modo, a papá le tocará comprarme una laptop.


Aldo Simetra




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