¡Se me revienta la testa!

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Ilustración de Ricardo Salamanca

¡Estoy a un paso de que me dé una cefalea! Es que intentar explicarle algo a una mujer cuando está molesta (tradúzcase en rendirle cuentas de x, y o z) es un verdadero dolor de cabeza; por no decir una pérdida monumental de tiempo y esfuerzo, máxime cuando ella está convencidísima de tener la razón.
Llevamos casi una hora discutiendo o mejor dicho, ella lleva casi una hora obligándome a escuchar sus sinsentidos mientras yo poco a poco agoto mi capacidad cognitiva y en ese ínterin, 49 minutos y 18 segundos para ser exactos (no sé por qué se me ocurrió cronometrarlo), lo único productivo que he hecho aparte de mirar el reloj es interesarme cada vez menos por la "conversación".
– ¿Me estás escuchando? –Asiento por toda respuesta. En el minuto 31, luego de darle involuntariamente dos nuevos temas de debate, me di cuenta de que mover la cabeza antes de agregar palabra era más efectivo.
– ¿¡Ah, es que no vas a decir nada?!
¿Qué rayos quiere que le diga? Me encojo de hombros con las palmas abiertas cuidando de no abrir demasiado los ojos para no poner en evidencia mi hastío y evitar que eso le dé motivos para empezar la pelea otra vez. Porque después, ¿quién se cala 50 minutos más de martirio?
– ¡Siempre es lo mismo contigo!
¡Y por qué iba a ser distinto! Aprieto los labios para no soltarle que si espera en mí algo diferente de lo que le he mostrado hasta ahora, mejor que cambie de tipo.
Francamente, no entiendo a qué clase de fe o esperanza ciega se aferran todas y cada una de las mujeres que creen poder "mejorarlo" a uno como si padeciera de defectos de fabricación. Yo ya les iré dejando en claro a las que con por fortuna o desgracia me líe que la única mujer que logró aquello con un rango de éxito considerable fue mi madre y porque en este caso fue la fábrica en sí misma.
– ¡Eso del silencio no te va a funcionar por mucho tiempo, te lo voy avisando!
¿Ah, no? ¿Y entonces qué funciona? Donde no lo descubra en los próximos segundos salgo de aquí pitando...
–Dale, vuelve a ponerme en segundo plano, igual que anoche. ¡A saber qué estarías haciendo y con quién...!
Vuelve la burra al trigo... y yo simulo que la cosa no va conmigo.
– ¡...Faltaría que te dieras la espalda, encendieras el tv y lo pusieras a todo volumen para que ahí sí no me quepan dudas de que te importo tanto como un pichache mueble!
Niego exasperado, pero guardo silencio. Me palpitan las sienes y justo se me ocurre que estaría muy agradecido si pudiera usar el control del televisor para ponerla en mute. A falta de, atravieso la sala hasta la cocina...
–Estoy que... ¡Ahh, ni sé para que le seguimos!
Ni yo... Me sirvo un vaso de agua, busco unos analgésicos, me los bebo de un trago en su cara, que por cierto luce desencajada...
– ¿Así que te doy dolor de cabeza?
¡Qué perceptiva!, pienso y mi boca traicionera va y suelta:
– ¡No tienes idea!
Se le va a caer el rostro de tanto que contorsionó el gesto y ahí es cuando aprovecho para repetirle manso mi soliloquio, a ver si se presta a escucharme esta vez:
–Mira, ya te dije que ayer... –Me detengo al verla colocar la misma expresión de incredulidad con que me obsequió las veces anteriores antes siquiera de oírme la primera letra de la explicación que le iba a dar. Entonces, obstinado y temiendo no poder ponerle nunca pausa al cronómetro, espeto no sin cierto tono de ironía–: Después de trabajar… sí, salí con mis amigos y no te llamé porque no tengo ningún acuerdo de exclusividad contigo. Me bebí media tasca. Me enredé con una tal Susy, justo como te imaginas, que odiaba que la llamaran Susana y "acabé" (en el sentido literal y figurativo de la palabra) con su amiga Roxy en el estacionamiento, quedando agradecido con ella al doble. Sí, principalmente por lo que crees y luego, por no necesitar parar en un hotel. Y sí, ignorar el móvil fue cosa intencional, tal cual supones, ya que uno como propietario puede darse el lujo de atenderlo cuando le venga en gana, además de que tenía las manos ¡muuuy ocupadas! Aunque de tanto que insististe con las llamadas y si no estuviese ya entretenida conmigo, la chica se hubiera planteando darle al celular otro uso...
Ahora sí me presta atención y ¡vaya!, al fin hay algo parecido al silencio en la habitación. Estoico la observo con fijeza, saboreando la ausencia de gritos y reproches zumbándome el oído y sin esperar su reacción, me bebo el sobrante de agua del vaso.
– ¿Así que no saliste ayer? –Ante su réplica pienso en que de veras cada quien escucha y cree lo que quiere. Me mantengo impávido aún sosteniéndole la mirada, con el vaso vacío en la mano. De pronto su actitud cambia, se relaja, baja la guardia...
– ¿Conque Susy y Roxy, ehh? –Me recrimina, pero esta vez en tono cómplice. Sonríe contrita, se excusa–. Parecen nombres de chicas de revista Playboy.
Me pregunto si alguna vez habrá ojeado una. La sonrisa se expande en su cara, burlona, y capto raudo lo que insinúa. Yo, fingiendo una pizca de vergüenza, desde luego que también sonrío.
–Me quedo a hacerte la cena. No vaya a ser que más tarde te salgan callos en los dedos.
–Ya era hora –bufo, entre aliviado y molesto por su comentario. Ella todavía divertida se me aproxima y proponiendo una especie de capitulación me susurra queda:
–Vale, te creo.
Sin ánimos de presumir mi victoria resoplo resignado y compungido, y allá van sus manos diestras a resarcirme con caricias. Entretanto, pienso que hace bien en creerme… o tal vez no.
Todavía me duele levemente la cabeza y no sé si atribuírselo del todo a la reciente discusión o al hecho de haberme ido de juerga la noche anterior. De tanto pase que le di al alcohol a mi organismo no recuerdo casi nada, pero por aquello de la memoria selectiva aún no me olvido de Roxy ni de Susana.
Ah, por si quería saberlo, el cronómetro terminó el conteo a la hora, con 7 min y 29 s, ni más ni menos.


Aldo Simetra






2 comentarios:

  1. Parece que no hay nada mejor que ser sincero, o repetir hasta el hartazgo, para que así lleguen las capitulaciones. Otra vez me quedo con el qué pasaría a los dos minutos, cuando las palabras de él no fuesen escuchadas, sino asimiladas, ¿o necesitará otra hora, siete minutos y veintinueve segundos para reaccionar??

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    1. Jaja, buena pregunta. No me imagino (o tal vez sí) lo que podría pasar al minuto o la hora de que ella lo asimile. De lo que sí estoy seguro es de que no podrá volverlo a cronometrar.
      Abrazos desde por acá.

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