Una Para 30.000.000

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Caracas, 23 de Febrero de 2015


Venezuela:
Aunque te quiero, no comenzaré esta carta con el típico saludo trillado y a veces hipócrita usado por la mayoría. Diría que te amo, pero la palabrita la han desgastado y subvalorado tanto que parecería una burla el emitirla; prefiero guardármela, me rehúso a incurrir en cursilerías. Luego pienso que mi próximo enunciado iba a ser algo por el estilo: "yo me enamoré de ti desde la primera vez que vi bailar majestuosamente tus estrellas entre las oleadas de un revuelto e impávido mar", y me percato de que casi incurro en una.
Es increíble, de tus cuatro costados solo me conozco uno a medias y basta para que tu esencia corra con ardor por mis venas. ¡Y no sabes cuánto quema!
Es solo imaginarte vívida, próspera, prometedora, resplandeciente y después echar una mirada esquiva a tus heridas, a tus cicatrices (las de ahora, las de siempre), y la sangre hierve.
El tiempo ha pasado como caballo salvaje al trote: sin riendas, desbocado, llevándonos consigo en su andar veleidoso. Han sido tantas las horas de galope desenfrenado que nos extraviamos en el camino y ahora marchamos errantes sin destino definido.
Y no es una marcha ni de lejos placentera. Dando continuidad a la metáfora, tú viajas dolorosamente entre los cascos incansables del equino, a ras del suelo; mientras yo, tambaleándome con mi peso más abajo de su lomo, me sostengo con vértigo por sus crines.
¿Sabes? Tengo miedo. Miedo de que te me escurras entre los dedos, de que te me desvanezcas en las narices, de que se te emborronen los contornos, de que poco a poco te abandones entre escombros y cenizas, que tanta cicatriz y herida abierta terminen por hundirte sin remedio en la miseria.
Al despertar te siento cada vez más distante y mi lengua se impregna del sabor acre de eso en lo que te has convertido. Pienso en los que se han quedado a esperarte y en los que han ido a encontrarte en otra parte. Entro en negación ante la absurdidad del hecho de que hayas sido y sigas siendo una para tantos y que tantos no hayan sabido serlo para ti. Se abren signos de interrogación: busco un por qué, un cuándo, un cómo, un quién. Me miro al espejo, todas y cada una de las respuestas toman la forma de mi reflejo.
Entonces descubro que, aunque insistan en ello, no eres tú quien se ha perdido. He revisado el mapamundi y ¡por Dios que sigues en el mismo sitio! Pero yo, nosotros, tus hijos, sí que hemos equivocado el rumbo.
Y yo te quiero, y yo te amo. Sin embargo, tiemblo al escribirlo, al pronunciarlo... pues sé que si me lees o me escuchas sonreirías irónica replicando: ¡Arreeecha manera que tienes de demostrarlo!
Supongo que estaría de más decir que me dueles y contar las veces que he llorado mientras tus estrellas se ahogan, se hunden abatidas en la profundidad del océano. Es hora de dejar de refugiarme detrás de tanta palabra vana, de esperar por un salvavidas que anda entretenido en una orilla lejana y en cambio, adentrarme a ese pozo salado para rescatarlas (y rescatarte) aunque no sepa bien nadar. Porque antes de quedarme a resguardo, indolente y de brazos cruzados viéndote naufragar penosamente a la deriva, elijo permanecer a tu lado, incluso con el agua al cuello, hasta sacarte o hasta que salgas a flote. Y entonces, contigo renovada y renaciente, vuelvan tus ocho astros luminosos a brillar con dignidad mientras bailan al ritmo del joropo o del himno nacional.

Sinceramente,
Un venezolano cualquiera


P.D.: Perdón por no saber quererte.








2 comentarios:

  1. Cómo me gusta que quieran así, cómo me gusta que nos "des-quieran" así, esperando a ser salvados para que entonces, "contigo renovada y renaciente, vuelvan tus..."Nada que añadir. Simplemente perfecto.

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