Vidrios Rotos

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–Ya conoces mi tendencia a encontrarme en las miradas y asirme a ellas como si el mundo sobre el cual se sostienen mis pies desapareciera. –Empezó vacilante, ganando seguridad con cada palabra que hilvanaba–. Él no tenía un prado o un mar ni la noche en la suya, sino el espacio entero en sus pupilas. Pareciera que el universo en toda su extensión hubiese en sus ojos encontrado dueño y el sol y la luna pidieran permiso para reflejarse en ellos.
“Había algo en la forma en que enfocaba en ti la vista que te despojaba al instante de las prendas y cuidado si no también de la piel –sonrío queda al recordarlo–, pero a la vez te dejaba la certeza de haber encontrado un refugio dentro de sus párpados o debajo de sus mullidas cejas. Yo, de su mirada, en donde fueron a parar las mil y una constelaciones perdidas o jamás descubiertas, podría hablar el mismo tiempo que se tardara el cosmos en recontar las estrellas. Pestañear o verle pestañear a él significaba privarme por escasos segundos del punto de equilibrio que me mantenía en pie”.
Se detuvo unos segundos observando algún punto distante en el suelo mientras fruncía los labios. Cuando volvió los ojos hacia él pestañeó repetidamente como si intentara esquivar una lágrima o algún pensamiento.
“A causa de ello hube de caerme muchas veces, claro. E igual que el astro rey y la esfera plateada que el hombre osó pisar alguna vez, hube de pedirle permiso para reflejarme en sus pupilas. Así fue como logré verme en el límpido cristal de su mirada, para después darme cuenta de que no eran más que una colección de trozos de vidrio con la que con frecuencia me cortaba”.
Negó incrédula, parecía rechazar algo dentro de sí.
“Tal vez, lo habría descubierto en un principio si supiera que la luz proyectada por los farolillos de entre sus pestañas eran solo un destello de aquello que se anclaba a los míos cuando lo veía y que en cambio, los rayos que debían emitir naturalmente habían partido o se los habían arrancado hace ya tiempo de las retinas”.
Y de repente...
“¡Pero tú ya conoces mi tendencia a encontrarme en las miradas y asirme a ellas como si el mundo sobre el cual se sostienen mis pies desapareciera! –...Explotó–. ¡Podrías terminar la historia sin mi ayuda, haberme librado de revivirla en mi memoria...!”
Los ojos desorbitados; los cabellos, que habían saltado del peinado ante los intempestivos movimientos de su cabeza, invadiéndole el rostro; un ademán de hastío inusitado con la mano que, apesadumbrada, se apresuraba a colocar en su sitio cada hebra; un meneo innecesario sobre el asiento para sosegarse a medias y al final regresar a la posición inicial.
“Sí, me perdí en sus ojos. Hube de desasirme de ellos a la fuerza. Y, aunque tuve que hacer aparecer mil mundos bajo mis pies, volvería inequívocamente a flotar en ese en el que me prendí a él”.
–Lo siento, yo... yo solo –tartamudeó impresionado su interlocutor al terminar de escucharla–... En verdad no qui... Toma –ofreció–, sécate co...
– ¿No soportas ver las lágrimas correr? –Le cortó– ¡Guárdate el pañuelo! ¡¿Qué vas a sentir?! ¡¿Qué vas a sentir...?! ¿Sabes?, algún día serás tú quien tenga que contar su historia y... nada, ¡te vas a acordar de mí!
Se la quedó viendo fijo mientras el cristal derretido que se le escapaba a ella de las comisuras de los párpados se acumulaba como hiel en su garganta.
Quiso decirle que no iba a necesitar recordarla como sentenciaba porque hacía tiempo que no dejaba de pensarla, que él también tenía una tendencia a quedar suspendido en el espacio ingrávido al que lo sometía su mirar, que no necesitaba contar su historia porque había transcurrido entretanto ella relataba la suya, que moría y moriría por fabricar un mosaico con los vidrios con que ahora lo cortaba al observarlo; y que si quería, si le dejaba, podía fijar un arcoíris en sus retinas para que se viera cada día con la luz que más le gustara y no tuviese que encontrarse en nadie más que en ella misma. Quiso decirle que sí: que sentía, que sabía... Pero en lugar de ello guardó silencio y, tal cual ella lo ordenó, devolvió a su bolsillo el pañuelo. 




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4 comentarios:

  1. Impresionante: tanta cercanía, y tan poca visión más allá de sí misma. Tantas cosas que decir, y tanto silencio (justificado). Yo habría hecho lo mismo, no era el momento de sincerarse.

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    1. ¡GRACIAS!! Es que después de perder los ojos en tantas miradas no era de extrañar que padeciera de ceguera.. Pero bueno, ya se sincerará él cuando ella recupere la vista o, como suele suceder, puede que ella nunca lo note si él no se sincera. ¡Un abrazote, Javier!! ;)

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  2. Precioso, Fritzy! Y todas esas expresiones que inundan el texto "encontrarse en las miradas y asirse a ellas", el refugio tras los párpados, constelaciones perdidas o jamás descubiertas, la hiel en la garganta, el mosaico de vidrio... Fenomenal :)

    Besote!

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    1. ¡Andoni!! Qué chévere que encontraras tiempo para pasarte por aquí! :) Muchísimas gracias.. ¡Un abrazote!! ;)

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