De Dioses y Mortales

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–Los mortales siempre han debido pagar por la estupidez de los dioses... En su afamada perfección imperfecta y su loada e imaginada grandeza con tendencia a morar y coexistir sobre todo, confundieron la superficialidad con superioridad y crearon seres a su des-semejanza para resaltar y justificar sus virtudes. En su errática egolatría y vanidad los humillaron afincándose en su insignificancia, les obligaron a admirarles, a idolatrarles, les ofuscaron la razón y así aumentó su poder. Los hicieron esclavos de su aparente sabiduría, les imprimieron a aquellos el estigma de que la sumisión y obediencia infinitas, aún siendo unos efímeros seres, les abriría las puertas del gozo y la inmortalidad; les hicieron creer que cuestionarlos era rebelarse y les impidieron dudar. Les vetaron la libertad declarándose hacedores de su destino, les dijeron que formaban parte de un plan que en esencia jamás fue desarrollado y les ocultaron que únicamente improvisan cada punto a su conveniencia o divertimento. Queda claro sobre el tablero quiénes son los jugadores y quiénes las piezas, y durante el juego que se alarga por cientos y cientos de vidas, mortales, por supuesto, no se atreven a reír o llorar, ni decir tiene si están provistos o no de emociones, por temor a delatarse ante su oponente de turno o a que una simple arruga desluzca la tersura de su frente.  
–Estás difamando sin escrúpulos a las alturas. Lanzas demasiadas acusaciones sin base ni fundamento alguno.
– ¿Y en qué basas su inocencia o mejor, su existencia? Es curioso cómo se suele pedir pruebas de todo lo que amenace nuestras convicciones, aunque nunca parezcamos necesitar de antemano las primeras para confiar en las segundas o asegurar su certeza.
–Cuida tus palabras. Desde arriba te observan, te escuchan. Pronto se abrirán los cielos y no tardarás en desaparecer con el estruendo de un trueno.
–Has logrado intimidarme, ni te imaginas lo desnudo que me siento ahora con mi privacidad tan expuesta. Me he cansado de contemplar los cielos y nunca he visto ni un solo par de ojos sobre mi cabeza –bostezo–. Debemos de ser para ellos, lo que para nosotros las hormigas: nos resultan un asunto por demás nimio y distraídos en andar siempre con la vista en alto, procurando que nuestra cabeza se mantenga lo más alejada posible del suelo, obviamos su presencia y nos empeñamos en aplastarlas y triturarlas a cada paso, indolentes e indiferentes; podría decirse que casi sin darnos cuenta si en verdad ignoráramos su existencia. De igual forma, la mía, mi existencia, digo, es quizá tan efímera como la tuya. ¿No quieres reprocharles ni siquiera eso a los entes que tan enérgicamente defiendes? Lejos de algún resquicio de similitud entre lo que constituye nuestra creación y la de ellos, ¿no te produce un ápice de furia que te hayan hecho tan ínfimo, tan inferior, tan...?
–Lo tuyo es soberbia. Le encontrarán un castigo y también a tu lengua. No podemos aspirar ni a un átomo de la magnificencia que poseen ellos.
– ¿Qué acaso no surgieron, como nosotros, de la nada? Podemos aspirar a más, claro está; después de todo, su magnificencia es obra nuestra. Bien pensado, no pagamos por su estupidez, sino por la nuestra propia. Solo los mortales en su acérrima ingenuidad podrían ser capaces de crear seres supremos tan carentes de coherencia y sin toda lógica.
– ¡Ya cierra la boca, te lo imploro! Ves esos relámpagos en el firmamento: son advertencias.
– ¿Advertencias? ¿De quién? ¿De qué? ¡Ja! ¡Ja! Si tienes oportunidad, avísame también cuando alguno nos alcance. Es ese miedo traducido en ignorancia hacia la inmensidad inexplicable que nos rodea lo que en verdad aparenta dominarnos, es a esa indefinible omnipresencia a la que  en realidad van dirigidos cada alabanza y cada ruego...
– ¡Basta! Permaneciendo aquí contigo corro tu mismo sino si no te callas. No quiero tu condena, ni mucho menos su rabia.
–Hasta podría decirse que las oraciones van destinadas a la misma nada, emite tus súplicas en lo profundo de una cueva y verás como el eco te devuelve las plegarias. La inocencia que le atribuyes a ciegas a tus dioses es solo el reflejo de la tuya propia. La creación... llámese hombre o llámese dios, no es más que una invención dentro de otra.
– ¡Santo cielo! Escucha... ¿Ves lo que han provocado tus palabras? ¡La bóveda celeste se romperá sobre nuestras cabezas y nos devorarán las tinieblas!
–Tinieblas, ¿dices? Jamás me he encontrado más a gusto que en ellas. Tienen un encanto, para mí, mucho mayor al que hallas en esa supuesta divinidad que veneras. En cuanto a devorar...
– ¡Oscuridad! ¡No, no! ¡Oh, sagradas centellas! ¡Perdo...! 
Un fuerte viento irrumpió en la estancia, abiertas de golpe las ventanas, cuyas cortinas flotaban cual fantasmas agitándose al compás de malos presagios. La noche, que afuera se desgañitaba en truenos y refulgía a intervalos con el furor de los rayos, les asaltó el cuerpo transmitiéndoles descargas eléctricas a su vez. Siluetas deformes cobraban vida en la penumbra. Alguna sombra más astuta que otra tenía sed y la saciaba; la otra, rendida, se dejaba beber. Un gemido de terror fue apagado por un suspiro de satisfacción. Y luego... silencio. La atmósfera se presentaba envilecida, el aire viciado. Un nuevo exterior irrumpió en la estancia invadiéndola con una brisa cálida. Se oyó el chirriar de una puerta. La luz de una vela luchaba trémula por devolver a su sitio a las tinieblas.
–A... sus servicios, a-mo.
–Ah, Pier, me escandaliza tu puntualidad. Retira la mesa, por favor. Es una pena que no hayas podido acompañarme a cenar.
A contraluz, las sombras empiezan a tomar forma. Dos cuerpos se reúnen brevemente en el vano de la puerta de la sala; uno con cierta renuencia a entrar en ella, el otro, con decidido ademán de abandonarla. A uno de ambos el gesto torpe de su acompañante, llevándose un dedo cómplice de su mano libre a la barbilla, lo detiene:
–Eh, a-mo... los restos de su... comida han conseguido descansar en su... su...
–Oh –repite sobre su rostro el movimiento que vislumbra, se aclara la piel de debajo de la boca y saborea con deleite–, aborrezco que siempre busquen inmortalizarse de algún modo en mí, como si...
Dejó incompleta la frase a gusto y se recreó oteando el interior de la habitación. La luz de la vela cincelaba una parte de su rostro de forma tétrica revelando una especie de rictus satisfecho en los ceñidos labios, apenas rozando las fronteras de una sonrisa. Los ojos, un par de infiernos sólidos encendidos en llamas, destellaban malévolos.
–...fueran demasiado importantes para recordarles.
La vela comenzó a temblar tenuemente y quien la sostenía se esforzó por ocultar su turbación. En vano buscó refugio en el fondo de la sala porque su mirada solo logró toparse con el horror. El impacto de varias gotas de cera sobre su piel le advirtió que estaba cediendo al espanto y casi creyó rendirse por completo cuando una inesperada ráfaga renovó la negrura de la habitación. Se encontró solitario en el umbral y a nada de un pasmo mientras, a la vez, escuchaba...
–Faltaría que usted también le tuviese miedo a los relámpagos, Pier. –Y ya a lo lejos–: Recuerde tachar a los crédulos del menú, empiezan a causarme cierta... indigestión.



Aldo Simetra




2 comentarios:

  1. No deja de ser paradójico, ser engullido por los dioses en los que uno no cree junto al crédulo que experimenta cómo sus dioses preferirían no tenerlo en su menú. Gran relato que, como ya es habitual en sus producciones, muestra una dosis perfecta de fina ironía, impecable uso del lenguaje y unos diálogos soberbios. Qué más puedo decir. A mí, particularmente, me ha encantado su visión de ese momento apocalíptico y ese símil, mortales-dioses, hormigas-humanos.
    Un abrazo Aldo

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    1. Es un gran gusto que le haya encantado el relato, Isidoro. Cierto que no deja de ser paradójico, aunque le confieso que esa visión del texto no la tuve hasta leer su comentario. Le estuve dando vueltas varias veces hasta percatarme de que había dado con una interpretación en el mismo de la que yo, en primera instancia, no fui consciente. ¿Qué cree? Me hizo leerme el relato de nuevo y entenderlo de un modo distinto al que inicialmente ideé. Así que le quedo doblemente agradecido ésta vez.
      Un gran abrazo de por estos lares.

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