«Musas» en singular

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2 Comentarios

“Afuera, a su alrededor, se hacía más honda la herida: la calle con sus idas y venidas, sus llegadas, sus esperas, el puesto de dulces caseros que le gustaban a ella, el semáforo con sus cambios de luz desacertados, el cruzado que en lugar de rayas tenía cuadros y ese cartel anunciando permanentemente el nombre de la esquina de modo errado; el muro recién pintado sin rastros del grafiti que una vez le dedicó, la plaza que aún renovada conservaba los mismos bancos en los que, a falta de excusas mejores, la noche los pillaba desprevenidos; el aire con sus aromas rancios de tanto que se le acostumbró el olfato y...”
— ¿Y?
—Ahí termina.
— ¿Cómo que ahí termina?
—Es todo lo que tengo. 
— ¿Nada más? 
—Estoy bloqueado.
—No va tan mal.
— ¡Ja! ¡¿Tan?!
—Continúalo. 
—Eso quisiera... 
—Pero...
— ¿Pero? ¿Pero? ¡El pero es ella! No me concentro, anida mi cabeza con cada idea nueva o vieja. Todo cuánto escribo la invoca. Parece montar guardia a la vuelta de cualquier frase, prestarle sombra a cada palabra, recelar en el más nimio signo de puntuación. A veces la veo sonreírme al inicio de un párrafo y antes de acabarlo me abandona, subrayando su ausencia y dejándome el texto siempre a medias. 
— ¿Ella?
—Sí. Ni veas lo que joroba tener así de enajenado el pensamiento, que tus sentires se plieguen y desdoblen a la simple manifestación de una persona cuyo nombre, además, te fascina pronunciar; que sea causa y consecuencia de tu más alto grado de euforia y tu más exacerbada inapetencia, que sea cruz y cara a la vez, tu mayor dilema, un pozo de dudas y una gota de sosiego. Va tu imaginación y te atormenta, te hace la misma pregunta cincuenta veces al día y tú te esfuerzas por obviar la respuesta: dentro de ti la sabes nula. Te frustras, te hartas de vivir liado en una montaña rusa de emociones y quieres odiarla, molestarte con ella y su recuerdo porque ya lo estás contigo, pero no puedes más que encontrarla inocente de cuánto te hace o sin hacerte, te hizo.
— ¿Sin hacerte?
—En esto del querer el dos por uno no es tan asequible como en una promoción. 
— ¡Ja, ja! Y el uno por dos le sale caro al corazón...
— ¡Bah! El corazón es un músculo al que se le atribuyen cualidades que no posee. Los sentimientos habitan en la cabeza. Si la mayoría lo supiera...
— ¿No habría tantos poetas?
—Tontos fingiendo serlo, querrás decir.
—Y mientras... tus escritos siguen inacabados. Quizá deberías dejarte de remilgos: tendrías menos hojas en blanco.
— ¿Quién dice que el estar llenas las dotaría de contenido? De igual modo, serían un compendio de ella. No ceso de citarla y reclamarla en cada oración; desdibujada en mi presente, acabo esbozándola en la ficción.
—Estás jodido...
— ¡Buff! No creo que haga falta decirlo. 



Aldo Simetra






2 comentarios:

  1. Yo ya no creo en las musas. Desde aquí parecen buenas, pero cuando te acercas y las tratas en singular, te deslumbran con su resplandor y si quieres aprehenderlas, te dejan sumido en la más completa oscuridad. El asunto se lo dejo a los poetas, que a tientas discurren mejor; yo prefiero ver para creer.

    Me parece un texto muy inspirado Aldo. Cuando te abandona, no te deja concentrarte o está en todos tus pensamientos, al final, lo único que puedes hacer es hablar de ella.

    Un abrazo

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    1. Aunque no se quiera. Te agradezco, Isidoro.
      Sobre las musas, visto lo visto, es mejor ser incrédulo aún cuando ciertamente no sean más que lo que motiva a escribir o lo que se tiene por contar, después están (o estamos) los que, a sabiendas, mitifican y fantasean acerca de su existencia y quienes, prefiriendo no darse por entendidos, viven a la espera de que algún tipo de influjo dirija sus manos sobre el papel o el teclado.

      Un gran abrazo desde por acá.

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