¡En la parada!

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Viajar en transporte público siempre me ha parecido una odisea, salvo cuando apenas va lleno y al conductor no le da por colocar música de su preferencia. Al ritmo del “entren que caben cien” impuesto por el colector me subo a una unidad y me introduzco hasta el final del pasillo. ¡Bingo! Me toca con los cincuenta de pie y forzosamente hay lugar para uno más. Pero el chofer ni se entera, que va en primera y, aparte de contar con suficiente ventilación, allá no llega el aroma celestial del que cabecea en su asiento con vete tú a saber cuántos tragos (o botellas) de alcohol de más, ni la interesantísima conversación de las comadres que hablan de las amantes del compadre a viva voz, ni los sutiles codazos de quienes buscan mejor acomodación, ni los berrinches del niño malcriado que se granjea cualquier cosa a punta de llanto, ni el cóctel de perfumes que amenaza con provocarte estornudos... ¡Mmm! Alguien se ha traído un perrito caliente, full cebolla, bajo el brazo y otro se lo ha desayunado. ¡Y vaya! No hay una sola ventana abierta cerca, para variar...
El hombre conduce indiferente, no cabe un alma en el transporte, aún así hace parada confiado en poder comprimir personas tal como se comprimen archivos en el disco duro de la PC.
— ¡Pero bueno, papá, ¿dónde los vas a montar?! —Se queja un pasajero.
— ¡Córranse para atrás! ­—Replica el conductor.
— ¡Pa’trás, pa’trás, que está vacío! —Lo secunda a gritos el colector parapetado en las puertas del autobús.
Alguien me pisa un pie y agradezco no llevar sandalias, con tanta gente apretujada la cosa parece un sauna en donde, lejos de estar a un paso de la relajación, se está a nada de la muerte por asfixia. La señora apoyada a mi costado me encaja sin querer o a propósito una de las esquinas de su cartera y, mientras ruego por llegar pronto a destino, ignoro si me quedo sin aire o acaso me lo están robando... Si así es gratis, va a tocar pagarlo.
El conductor frena de forma intempestiva y la mitad de pasajeros, uno junto o sobre el otro, se inclina peligrosamente hacia el parabrisas. A una tercera parte le falla el equilibrio, yo entre ellos termino balanceándome sobre el asiento frente a mí y aterrizo, también de manera inesperada, contra otro pasajero. Mi pecho da de lleno en su cara, la cual arruga tal si le hubiera estampado en la cabeza los melones de Lolo Ferrari y no un par de limones (quizá justo por eso); por cómo entrecierra un párpado presumo que ha debido de salpicarle alguna gota ácida en el ojo. Amago una disculpa en tanto me recompongo y él pronuncia algo a medio camino del “tranquila” y el “descuida”.
Pero ni lo uno ni lo otro, con el frenazo nadie en la unidad pierde cuidado y los pasajeros se alebrestan. A la chica sentada unos puestos más allá retocándose el maquillaje un rayón negro le divide en dos partes asimétricas la frente, se voltea hacia su compañero y éste exclama:
— ¡Chaaacha, si todavía no es Halloween!
Más acá a la señora que alimentaba al hijo sobre sus piernas se le derrama el jugo sobre la blusa y se le vuelca el tupperware. Ajena a la prohibición de comer en el medio de transporte impresa en el respaldar de los asientos, sin ápice de vergüenza y sin temor de ponerse en evidencia reclama:
— ¡Cooño vale!! ¡¿Me le vas a montar otra arepa al carajito?!
Justo al lado un enano berrinchudo se dedica a golpear con saña el asiento del frente. El señor quien lo ocupa ni se inmuta. Yo en su lugar hubiera girado la cabeza como la niña del Exorcista y, también como Medusa, hubiese petrificado en el acto a madre e hijo con la vista. Otra chica que asiste la pataleta de pie pone los ojos en blanco, una señora lanza por lo bajo:
—¡Ay! Mis hijos me hacen algo así ¡y los muelo a palos...!
—A los niños no se les pega —discrepa algún otro.
—Nooo, ¡pero de vez en cuando no está de menos mostrarles para qué sirve la correa!
Una vocecilla inocente e impertinente pregunta sin pelos en la lengua:
— ¿Pá, a las viejas cacatúas quién les pega cuando se portan mal?
La señora se sabe aludida, se enseña ofendida y carraspea. Se contiene también de propinarle un pescozón a la criatura.
El borrachín reacciona lo justo para canturrear con voz grave y rancia:
— ¡Ero sigo sieeen-do’l reyyyyyyyyy! —Tras de lo cual cae de nuevo como mendigo, lo destrona un buen golpe en la coronilla.
Los eventos transcurren al unísono al tiempo que la cuarta parte de los pasajeros se deshace en quejas e insultos hacia el chofer y luego hacia el colector, quien sale siempre en defensa del primero. Sin siquiera calmar a la concurrencia, en la próxima parada se desviven por llenar hasta los tequeteques la unidad:
 — ¡Suban, suban! Que hay segundo piso.
—¡Na’guará! ¡Lo tendrás en construcción...! —Salta alguien indignado.
— ¡Hasta el techo si te da la gana, pana...! —Ironiza otra voz.
A todas estas el hombre del asiento frente al que estoy de pie refiere:
—A ese par lo van a linchar y me voy a perder el funeral.
Rio por dentro, luego la risa brota como un graznido. Él ríe entre labios, despierta, tarde, su lado amable o recuerda alguna clase de caballerosidad y, tras decidir renunciar a la escasa comodidad de su puesto, me lo ofrece. Lo rechazo cortés, ya estoy cerca de mi destino. Además, la mujer apoyada en uno de mis costados afinca con mayor ímpetu la esquina de su cartera en mis costillas tal si empuñara un arma en mitad de un asalto. Capto la amenaza latente, se lo cedo de buen grado.
Entretanto, el hombre no sabe de qué forma colocarse en el pasillo, su estatura le impide erguirse por completo dentro del vehículo y se ve obligado a flexionar el cuello en demasía.
— ¿Qué? ¿Esperabas poder ver el funeral de pie? —Me burlo, por supuesto, al tiempo que recuerdo al jorobado de Notre Dame. No obstante, a diferencia, éste ni gaguea, ni titubea ni cosa igual. Azorado, cambia de tema y me busca conversa. Suspiro. A ver a dónde mando la apatía...
Y el niño llora que llora, el borracho sigue casi inconsciente alterando el aire a cabezazos con su tufo rancio, entre la gente y las pocas ventanas abiertas hace un calor demencial; la chica intenta maquillarse por tercera vez, el rostro se le derrite, aún se le nota el rayón y aprovecha de pasarse una servilleta por la frente para deshacerse del sudor; las cotorras, digo, las comadres que no ahorran ni cuentos ni saliva dale que dale a la lengua, al marido de no sé cuál (cuidado y no los de ambas) le deben picar horrible los oídos; y continúan las quejas y los gritos de los pasajeros, del colector y del chofer...
— ¡Mano, que no llevas puercos!
— ¡Hagan el favor de correrse hasta el final del pasillo! ¡Ahí sobra espacio, gente!
— ¡Éstos sí son arrechos!
Después de vadear un oleaje de personas de un extremo a otro del pasillo, me hallo por fin fuera del autobús, en la acera. Baja también quien me cedió el puesto, por lo visto coincidimos en destino. Al fin nos miramos y reconocemos sin tanto impedimento alrededor o de por medio. No voy a decir hacia dónde se dirige mi vista, aunque por la dirección de la suya... Ah, qué curioso, va a ser que no le importa el tamaño del fruto sino su jugo... Intuyo que desea limonada. Las malas intenciones me impelen a sacudir algo más que los hombros al ritmo del “¡azúúúúúcar!” de Celia, tal si imitara a Mel Gibson hacer lo “suyo” con lo “suyo” frente a Helen Hunt en una escena de Lo que ellas quieren, sin embargo mi malicia podría ser malinterpretada y me contengo.
Pronto descubro que mi intuición no me traiciona. Lo confirma la frase que, con guiño incluido, expelen sus labios:
— ¿Y si me das tu número?
Sonrío entre irónica y divertida. La camioneta es puesta de nuevo en funcionamiento y continúa su recorrido ahora al son del “Esto es lo que hay” de Los Amigos Invisibles, a todo volumen. Seguro que un par intenta acallar de algún modo las quejas de los usuarios...
El colector, que nos tiene a ambos en la mira, se monea en la puerta del transporte y, mientras éste se aleja, nos despide con un:
— ¡Dedícasela, chaaaamo!!






8 comentarios:

  1. ¡Pero bueno Fritzy... por fin te leemos!, y qué historia hilarante nos traes, con toda esa mezcladera de gente en la guagua (por acá decimos guaguas a los autobuses)... parece que escuchaba las conversas incluido la borrachito con su sigo siendo el reyyyyy

    Bienvenida compañera

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    1. Jaja, la guagua? Me suena a Juan Luis Guerra. Gracias por la bienvenida Tara y muchas más por seguir por aquí. Me alegra que te haya gustado. Ya me pongo las pilas en blogger... A ver si también, ¡al fin!, te leo yo a ti! Un abrazote! ;)

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  2. ¡Qué chévere! (Se escribe así, ¿No?) Verte por aquí de nuevo, Fritzy. Se echaban de menos tus escritos. Esa frescura de lo cotidiano escrito con la maestría de lo excepcional. Sabes, últimamente, me he preguntado a dónde me lleva el esfuerzo de mantener la continuidad en el blog... Y todavía no he hallado una respuesta del todo convincente. Pero es verdad que también me he hecho la pregunta de por qué sigo pasando penurias en el transporte público a diario, cuando podría comprarme un pequeño auto, o una motillo. Y creo que la respuesta va a ser la misma: para poder contarlo. Y es que, los humanos, por mucho que reneguemos (que lo hacemos), estamos hechos para compartir. Incluso nuestro espacio más íntimo.
    Un placer leerte de nuevo, amiga. Espero seguir compartiendo estos buenos momentos. Un abrazo muy fuerte

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    1. ¡Tal cual, jaja! Qué chévere que se te esté pegando algo, y si encima se extrañan mis textos... Me siento realizada.
      Vieras que yo también me pregunto constantemente a dónde me lleva, pero las mismas veces concluyo que no me importa llegar a algún sitio, sino más bien a alguien para darme por satisfecha, imagino que por ese mismo afán (aún a regañadientes) de compartir y compartirnos. Igual, publique o no en el blog, no acabo de conseguir mejor refugio que las letras ni nada que pueda entenderme o explicarme mejor que ellas.
      En cuanto lo del autobús... Jaja, el masoquismo tiene su morbo, ¿no? Aunque en mi caso no es del todo opcional, me toca. Y a decir verdad, prefiero que me lleven (a ver si no termino atropellando a alguien por descuido).
      Un gusto estar de nuevo por aquí y leerte. ¡Gracias a montones!
      ¡Un abrazo muy fuerte también para ti, Isidoro! ;)

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  3. ¡Me encanta! Ese desfile de gente (sentada??) hasta el final, en que no debería la narradora haberse contenido en el movimiento que pensó hacer. Me alegro de tu vuelta (efímera??)

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    1. ¡Y mí me encanta que estés! Jajaj, conque querías azúúúcar, ¿eh? Hombre, tampoco es que quiera hacerme eterna, pero a ver cuánto nos dura... ¡Muchísimas gracias, Javier! ¡Un abrazote!! ;)

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  4. Fritzy... ¡vaya atracón te has pegado de Tara!...mira que te va a dolor la tripa jajaja
    Mil gracias, de corazón, compañera generosa.

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    1. Jajaja, me ponía al día. No hay de qué. Ha sido un gusto, Tara! ¡Abrazotes! ;)

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