"Hicimos Todo Lo Posible"

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“Hicimos todo lo posible”, esas fueron las monótonas, quedas y vacías palabras que pronunciaron los doctores al salir del quirófano para anunciar tu pérdida. Deberían surtir un efecto consolador en mis adentros, pero creo que solo los reconforta a ellos; les hace pensar que, aunque no funcionara, hicieron suficiente por impedir que visitaras permanentemente el país de los muertos.
Esas cuatro palabras se me han clavado como agujas en la piel hiriéndome sin piedad, y aun así resultan tan vanas, tan incompresibles, tan incompletas que ya no sé si puedo sentir algo después de escucharlas.
Todavía trato de entenderlo. Un mecánico lo dice cuando repara un auto y el dueño adquiere otro, un estudiante lo dice al reprobar un examen de admisión y se prepara para el siguiente, los deportistas lo repiten a menudo cuando pierden un partido o una competencia, pero tienen la oportunidad de ganar la próxima; en esas situaciones la frase es aceptable y hasta tolerable, pero cómo la justifican cuando es así de inminente e irreparable.
Sea lo que sea a lo que se refiera, creo que no deberían utilizarla. Me conduce a preguntarme por qué no hicieron lo imposible para salvarte, me lleva a pensar que hacer lo posible es quedarse a medias, me impide aceptar por completo el hecho de tu inevitable ausencia porque me obliga a abrigar la diminuta esperanza de que si hubiesen dado un paso más allá, si lo hubiésemos dado, aún continuarías viviendo.
¡Cielos! No los estoy culpando, en verdad que no, solo intento encontrar otra frase para el final de nuestro cuento. Pero mientras me aferro con los ojos en blanco al frío metálico de las hostiles sillas de la sala de emergencias del hospital, con los médicos observándome con aprehensión, las enfermeras rodeándome y sosteniéndome para que me calme, rostros que me lanzan sus miradas de lástima; lo único que se repite en mi cabeza son imágenes de los doctores reviviéndote en vano con las manos, luego colocándote una inyección de epinefrina, intentando revivir tu corazón con cargas de electroshock, los cirujanos a esas alturas ya habrían alejádose y soltado los instrumentos. Ellos “haciendo todo lo posible” antes de retirar las manos de tu cuerpo y anunciar la hora del deceso, para luego cruzarse de brazos y dar la espalda porque en un mundo de posibilidades lo imposible no está a su alcance.
Tal vez pueda entender eso, más tarde. Ahora solo veo como caigo inevitablemente en medio de paredes pálidas y marmóreas, mientras las pocas luces que me alumbran se opacan, y aquí y allá hay un torbellino de manchas blancas. Mi mente me habla amargamente en voz baja: -Ojalá lo hubiesen hecho todo, ojalá hubiesen hecho nada; esos son límites que puedo comprender porque no darían lugar a dudas ni a esperanzas, ni me lo tomaría como una excusa para disculpar o absolver culpas.
Mientras me quedo en la oscuridad, preferiría que me hubiesen dicho: “Nada hay por hacer” o “todo se ha hecho ya”.
Y de verdad que no los culpo, dentro de la negación me resulta inútil sentir algo.
En este vacío mortal mi alma se debate de forma agónica: continuar haciendo lo posible no honrará tu partida, sin embargo, se me escapa de las manos hacer lo imposible incluso para atrasar la mía.


Cerré los ojos o se me están cerrando solos, no lo sé. No te vayas lejos, te seguiré hasta donde estés.




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