Ni Prosa Ni Poesía

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“Manual Trauma” by Pekthong

—Los poetas, amantes de la estética y lo bello,
hablan de ficción y obvian al mundo.
Olvidan que no solo hay ángeles de hebras doradas
ni son siempre los demonios oscuros.
Inmersos en ensoñaciones y fantasías
hacen oda a la pulcritud y a la pureza;
es cierto que recuerdan los suburbios,
pero solo si hay bar en que agriar sus penas.
Todos son versos al alba o a la plateada luna,
muchachas de ojos claros y piel de aceituna,
diosas o adonis, varones gallardos,
aunque de los últimos no se hable tanto.
Todo es vender el amor como enfermedad,
vitorear a la soledad como veneno y cura
y entre más honda parezca la herida,
no es secreto,
más puede prescindir el poema de rima.
—Hay poesía en prosa...
—Y prosa en poesía,
¡qué congoja!
— ¿Defender la música y menospreciar la belleza?
—Defender la musicalidad y la armonía.
¿Ignora que es melodía sin acordes la poesía?
—Entre sus disertaciones se me pierde su queja.
—Pues es simple, caballero: la forma, el tema...
La maravilla opacando lo ordinario,
la hermosura vapuleando la fealdad,
ese existir por encima de las nubes
sin narrar que bajo las uñas hay tierra sin labrar.
Aunque a veces trágicos,
simulan ser todos cuentos de hadas
que, se coma o no perdices, encandilan sin parar.
Mucha ficción y poca realidad, ya le digo.
Es eso lo que me causa pesar.
— ¿Y por qué habrían de privarse estas gentes
de lo mágico y lo bello y lo sutil?
¿Qué importa a qué hagan oda
o a qué dediquen versos
si su sentir logran transmitir?
—Se engaña:
es lo despertado en otros su paga.
Son ágiles en moldear palabras
sin que por ello tenga que sufrir su alma.
Se engaña
si cree que el sentimiento plasmado en sus textos
es justamente el mismo que les da origen;
bien es sabido, por ejemplo,
que para escribir una tragedia
no es requisito estar triste.
— ¿Y qué peso tiene de qué emoción dispongan
si hacen arte por igual con la alegría o la congoja?
Enfrente usted si gusta a la sinceridad y al dramatismo
que nunca acabará vencido éste último.
— ¡Adiós a la autenticidad de emociones!
¡Qué perfidia!
—En la invención, como en el mundo real,
sentir y actuar según qué papel,
es una necesidad.
— ¿Así osa usted hablar de realismo? ¿De qué tipo?
¿Ese que pregona la pureza en tiempos de corrupción?
—Todavía hay almas impolutas entre la multitud.
— ¿Que usa la beldad falsa o fabricada de protagonista
y a la fealdad y simpleza da un papel de segundón?
—Los horrores y lo simple
no son tema interesante de conversación.
— ¿Que lapida lo vulgar y lo corriente
aun siendo el pan y vino de las masas?
—Es ley encontrar más deleite
en los platos exóticos que en la dieta diaria.
— ¡¿Que rinde homenaje y pleitesía a la virtud y a las doncellas
y a la perversión y a las putas,
aunque gocen de sus gracias,
las desprecian?!
— ¡No siga! ¡Exponer lo grotesco es obsceno!
— ¡Obsceno es esconderlo!
Con todas las palabras que los necios
han dotado de oro y plata para engalanar sus textos
se podría erigir un templo.
—¿Y qué propone entonces?
—Profanarlo.
La funcionalidad del lenguaje se pierde cuando
solo sus mejores vocablos son utilizados.
¿Ha visto cada vez cuántos eufemismos han creado
para rehuir usar un mero término zafio?
— ¡Por Dios bendito!
¡Ojalá no esté aludiendo a las metáforas!
Va usted perdido...
¿No se da cuenta de que son los dotes de aquellos a quienes desdeña
lo que hace que cada cosa escrita suene dulce y placentera?
— ¿Acaso lee usted con las orejas?
—Tanto como posiblemente escuche usted con la vista.
Recuperemos la educación y la rima, si gusta,
¿No será el exceso de romanticismo lo que denuncia?
— ¡Ah, el romance...!
Desde que la estupidez y el melodrama lo apadrinan
ha dejado de ser arte.
—Discrepo.
Tales atributos...
no hacen más que resaltar su intensidad y sentimiento.
Sin duda ha de considerarlo extraño,
no obstante, siempre he tenido a bien pensar
que todo el que escribe es romántico,
aunque no necesariamente cualquiera sea poeta.
—Parece usted uno.
Y no suponga que es un cumplido.
Su observación, por apasionada que se ofrezca,
sin remedio me empuja
a juzgar estúpido y melodramático a cualquiera
dedicado a la escritura.
— ¡Bah! ¿Un prosista naturalista?
—Alguien que aborrece convertirse en su propia crítica.
— ¡Vaya! No lo hubiera imaginado.
Al final, ¿cuál era, caballero, su reclamo?
— ¿Se fija usted? Eso nunca queda claro.



Aldo Simetra




2 comentarios:

  1. Muy buena disertación en forma de diálogo sobre el arte de escribir. Me ha llamado especialmente la atención la parte en la que habla sobre la implicación directa de las emociones del escritor en su producción. Los que escribimos sabemos, aunque muchas veces no quede otra que ser mercenarios en nuestra propia condición, que tarde o temprano, nuestras letras acabarán por recoger aquello que nos atemoriza, que nos excita, que nos acongoja, que nos enciende o nos apaga, de lo que gozamos o lo que nos ensombrece, lo que nos ilumina el alma o lo que nos duele hasta la médula. Por suerte para el lector, nunca dejará de ser ficción

    Un gusto disfrutar de la suya (su escritura, claro está)

    Un abrazo

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    Respuestas
    1. Si le digo que no buscaba generar una especie de debate con el texto, le miento. Gracias por mencionar su discrepancia en ese punto, gran cantidad de autores tiende a señalar que no hay relación mayor entre sus textos y ellos mismos. Me discutía también cierta personita que eso es casi imposible, que voluntaria o involuntariamente uno va quedando plasmado entre líneas y de una u otra forma, sea la emoción prestada o no, acaba por sentir lo que escribe. De hecho, compartimos la idea de que cuando esto último no sucede, lo escrito es fácilmente desechable.
      Como bien dice, quien ha estado de ambos lados (lector - escritor) sabe cuán de cierto hay en ello; si se quiere comprobarlo basta con leer con asiduidad a un autor para hacerse una idea de en qué tintero moja la pluma, y con leer las propias creaciones para evaluar cuánto de sí mismo se ha dejado en lo escrito.
      Otra cosa que sostengo es que el lector está de continuo descubriendo algo que nos pone en evidencia en las historias que ofrecemos, pero, a falta de certezas, siempre le queda esa incógnita de si lo narrado es realidad o mero cuento.
      Aún así, o justo por ello, me creo a pies juntillas aquello que decía Oscar Wilde en uno de sus libros, que una obra, por mucho que exponga a o de su creador, es con seguridad lo que mejor lo esconde.

      Le agradezco enormemente, Isidoro. Es también un gusto leerle, y no me refiero solamente al comentario.

      Un gran abrazo.

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