Parto

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2 Comentarios
Ilustración de Ricardo Salamanca

Rompe fuente de manera líquida y sonora, sumiendo en un estado de alarma a las personas del local. Se paraliza en seco, contiene algo más que la respiración, su expresión se repite deformada en el rostro de la clientela y parece también dejarlos impávidos. Al instante de pasmo general le sigue un jaleo de sillas y pasos apresurados. Inhala y exhala precipitadamente. Suda frío, entra en pánico, los ojos crecen dos veces de tamaño. Busca asidero sin hallarlo. Se le contrae el vientre bajo, su interior se agita ante la expectativa; aunque lo huele en el aire, no quiere pensar en lo que se avecina y de hecho, siguiendo el hilo de las vicisitudes, no necesita hacerlo.
Dentro de un habitáculo de paredes pálidas, luz mortecina y ambiente cargante, su imaginación se iba consolidando de a poco en la realidad. Un fuerte tirón que volvió a atenazarle el vientre repercutiendo en su estómago y la parte inferior de su espalda, le hizo gritar y retorcerse hasta el infinito; el dolor y desespero convertían en un asunto de vida o muerte el aferrarse a algo... apretarlo, reducirlo sin contemplaciones con sus puños. En su mente no dejaban de escucharse voces que azuzaban y amenazaban a la vez su cordura: “¿está difícil?”. “Sí, muy difícil”. “¡Uno... dos... tres... inhale!”. “De repente se detuvo”. “Creo que viene atravesado o...” “¡Puje, puje!”. “¡Es tremendo cabezón!”. “¡Más fuerte, vamos!”. “Tal vez la abertura sea muy angosta”. “¡Puuuje! ¡Otra vez....!”. “Quizá requiera un poco de dilatación”. “Podemos...”
De inmediato le invadieron el pensamiento fragmentos de una anécdota relatada por su madre. No recordaba bien de qué iba, sin embargo en su mente se repetía como especie de lamento un: “doctoooor, quíteme el pitocíííín, por faavooor”. Fue suficiente para rechazar de forma tajante cualquier método de aceleración de la labor. Sudaba a mares, temblaba de pies a cabeza entre estertores y contracciones varias, las venas hinchadas a punto de explotar por debajo de su epidermis, empezaba a dormírsele una parte del cuerpo en tan ardua jornada. Se sentía desfallecer, era mucho más de lo que podía o tenía disposición de soportar. “¡No desista!”. “¡Vamos, que usted puede!”. “¡Puje más, puje más!”.
En un instante inesperado experimentó cómo se le volteaban de adentro hacia fuera las entrañas, la piel, el alma... sus paredes internas desgarrándose y expandiéndose sin límites, rompiéndose y sangrando en cada pliegue del trayecto. “¡Ya casi sale!”. “¡Ya casi sale!”. Fue un mísero consuelo oírlo, pero fue en aumento minutos después al ser consciente de que la expulsión, aunque violenta y desastrosa, había sido satisfactoria y completa. Soltó un par de lágrimas por el esfuerzo y al rato otro más al enfrentarse con su creación. ¡No se podía creer que semejante monstruosidad hubiera salido de su interior! Hizo lo propio tras desconocerla: deshacerse de tal engendro sin dilación.
Pasadas las horas negras, había llegado el momento de dar la nueva a quienes esperaban en la estancia, del lado opuesto de la puerta. Se escuchó un lacónico: “fue un parto difícil”. Quien lo había proferido se acariciaba de modo extraño un costado, abarcando con disimulo una porción de su pecho y su barriga, tal si intentara alisarse con ese gesto la vestimenta. Los presentes le dedicaron miradas incriminatorias cargadas de reprobación y desprecio a partes iguales; alguno se compadeció observándole con esa aprehensión a medio camino de la pena y la consideración. Aún así suspiró de alivio: lo peor había pasado.
“Si no fuera por el contexto...”, meditó para luego concluir en voz alta:
–Definitivamente, no es lo mismo decir aquello al salir de un quirófano que de un cuarto de baño prestado.
Una contra otra se frotó las manos y, con la seguridad de deber nada a cambio, se apresuró a abandonar el lugar con la frente en alto.

Aldo Simetra




2 comentarios:

  1. Estilo inconfundible el suyo, Aldo, para narrarnos un parto difícil. Espero que no haya sido tan difícil parir el texto, porque resulta excepcional, como siempre, esa capacidad expresiva que tienen sus letras. Después de leerlo no me queda duda del contexto en el que acontece, pero sí sobre el género o especie de aquellos a los que ha dado voz, incluida madre y criatura.

    Un abrazo

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    1. Agradecido, Isidoro! Siempre cuesta lo suyo parir un texto, mas no fue tanto en éste; estaba pensado inicialmente para ser un micro, pero se extendió más de lo planeado al plasmarlo. Je, creo que me engaña con lo de la especie, apostaría a que ni la de la criatura ni la de la madre le son en absoluto indiferentes.
      En relación al género, sí que no tenía intenciones de develarlo o limitarlo para que cada quien se hiciera su propia idea. Así que sin lugar a dudas puede elegir el que prefiera.

      Un gran abrazo desde estas latitudes.

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