Desencuentro

/
7 Comentarios

Esta vez no tuve que recurrir a artificios que me plantaran de golpe en la realidad para descubrir si lo vivido era parte de una mala pasada de mi mente perversa: la imaginación no suele ser así de despiadada. Quizá pude o debí valerme de ella y engañarme un tanto, no obstante hace menos daño una verdad hueca que una ilusión rota. Me dolió lo suyo tu cercanía y que la brisa me llevara tu aliento viciado de otros besos. Se me extravió tu esencia salpicada con las notas de otro aroma y mi olfato rechazó respirarte de otra forma.
 ¿Estornudas?
¿Es lo que parece? Por supuesto que no, solo es una reacción adversa a la idea de ti vertida en otras pieles o a la idea de otras pieles vertidas en ti. Te me contaminas tú y tu recuerdo. Y por extensión, me contamino yo que todavía colecciono tus secuelas en mí.
— ¿Un pañuelo?
¿Tuyo o de ella? Dile que se lo guarde justo al lado de su... a-ma-bi-li-dad. No lo quiero. Puede que su simple tacto me saque llagas en las manos al reconocer el tejido que en otros tiempos me alivió alergias más sinceras y reales que la que entre comillas me afecta.
Debe de ser el clima, está cargado este día.
¡Ni te imaginas! Ni te cuento lo que pesa, lo que asfixia. Me sofoca, se me empaña la vista, te me metes como polvo y humo en los ojos y la sola presencia de aquella me suda de rabia la camisa.
 ¿Vas muy lejos?
No contigo atravesado en mi camino. No debiste quebrantar la distancia que dejaba al presente y al pasado en dos esquinas casi opuestas, diferentes. Verte después de tanto... tan ajeno, tan cambiado, con tanta fragancia a nuevo... ¿cuánto tiempo llevan? Despierta del olvido un vaho a usado, a rancio, a viejo, impregnado en lo que fuimos. ¿Cuánto hace ya que no...?  Me en-feerrrrma. El aire que respiras junto a ella, que compartan más que el aire, que te mire como si, como si... ¡A ver, niña, ¿se te cayó un dios del cielo?! ¡No te enseñaron que la idolatría está prohibida! Que se refleje en tus pupilas, que le dediques sonrisas... ¡hey, respétame la cara, desgraciado, esa era una de mis favoritas! ¿Era? Que la roces, que la mimes, que tus manos se acostumbren a su tacto... ¡Suéltala! ¡Suéltala te digo! ¡No se va a perder si no la agarras de la mano! Que tonteen, que le digas cosas al oído, que ya no compartas secretos conmigo... ¡qué carrizo le has contado que se ha reído! ¡Cielos!! ¡¿Por qué no cae un rayo de allá arriba y la pulveriza para acabar así con mi martirio?!
Va y te besa. ¡Aja-jaaa-jaja! La condenada ¡va y te besa! Por tu bien deberías impedírselo, si es que de veras la quieres en tu futuro. Sé perfectamente lo que intenta la muy... Con lo que me encantaría agriarle el ánimo y frustrarle los malos propósitos al decirle que no se esfuerce, que primero fue sábado que domingo... aunque me deprime pensar que ella sí termine yendo a la iglesia contigo.
He perdido los estribos...
Caro...
No puedo, no quiero, no-no...
 ¿Caro?
¿Aún me llama Caro?
 ¡Caro!
¡Aún me llama Caro!
 ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? De repente te has quedado en blanco.
Suele suceder al descubrir que de un modo u otro te han vaciado. De todo, de ti... ¡Pero con qué plenitud y fatalidad invoco tu nombre y lo que has dejado en o te has llevado de mí! ¿Que qué me pasa? Mira, yo qué sé. Es el sol que quema horrores. El calor, ¡uff! Me siento barquilla derritiéndose ante la indiferencia del chiquillo que justo ha dejado de lamerla cuando le han pasado por el frente un copo de helado mucho más provocativo. ¿Qué me pasa? Empegostada, se me adhiere la ropa a la piel, me pesa la blusa, me aprieta el brassiere. Pero, ¡por Dios! ¿Qué cargo en la cartera? ¿Piedras? Se me calienta la cabeza, creo que a ratos me explota. Se me acalambran las plantas de los pies, ya me están avisando que busque algún punto de soporte: en breve no me van a sostener. ¿Qué me pasa? El sol, el calor, ¿ya te dije? Quizá también sea el frío... ¡estos climas de locos! Se me eriza la piel así tal cosa, me estremezco tampoco sé por qué...
¡¿Qué me pasa?! ¡¿En serio?! ¡Me maravilla tu estrechez de miras! Tan reducida que no repara ni en la tristeza que me traes, la agonía que me causas, la ira contenida, el nudo que me colapsa la garganta, la sensación de desamparo que me inunda, el grito reprimido por el asombro de que estés ¡con otra! Mi pensamiento calculador y maquiavélico trabajando en paralelo imaginado formas de mata... de acab... de aplas... No, no, no son instintos asesinos, cariño, sino un samaritano deseo porque ella disfrute de unas vacaciones indefinidas fuera de este mundo. ¿Quién no estaría mejor, por ejemplo, en el paraíso? Y si le tenían deparado el infierno, ¡ni veas de lo que te libro! ¡¡¿Que qué me pasa?!!
Ah, no es nada. Estaba recordando dónde estacioné el auto.
 ¡Cuándo no tú tan distraída! Apuesto a que lo has dejado a una cuadra. ¡Ja, ja, no has cambiado nada!
 ¡Y tú menos! Salvo por, ¿cómo se llama...? Esa que te cuelga del brazo... Sigues teniendo una memoria selectiva excelente. ¿A que todavía es capaz de recordar al detalle el calendario de un evento deportivo y nunca un cumpleaños ni cuándo tiene cita con el dentista?
La otra observa de soslayo; aunque a ella va dirigida la pregunta, no responde. Se ha percatado de cierto aire de complicidad que la excluye.
Jajaj, eso no es justo. Aún no me olvido del tuyo.
Se hace el silencio. Un silencio incómodo a tres partes en el que mis labios pugnan por distenderse y entre su vacilación, acaban por sonreírle extasiadas mis pupilas. Él luce encantador punzándome a muerte con las suyas, me hiere dos veces su mirada: primero porque reconozco que aún me tiene afecto, y luego, porque sé que es nada más eso: sus ojos han cambiado de dueño. Se desviven por ella como otrora me daba el lujo de que lo hicieran por mí. ¡Ahhh! ¡Cómo me lastima verlo! Más así. Se ve... ¿feliz?
Ella es... preciosa. Me produce envidia de la más cara y dañina, me hierve la sangre admitirlo. Después de todo, tiene a su lado lo que todavía anhelo en el mío. Si tan solo fueran igual de míos su rostro o su cuerpo o su cabello, si acaso mi voz tuviese su mismo cariz... sería mi mano la que él aferraría justo ahora, sería mi boca la que hace nada se deslizó rendida por su tez. No sería jamás ella, sino yo, de nuevo y una y otra vez.
“Doña amabilidad” no ha puesto reparos en que me acompañen al auto. “Por si me pierdo en el camino”, ha bromeado él. Me he negado en banda. He dado con el vehículo justo en la otra acera y además me siento “bien”, sea lo que sea a lo que eso se refiera. Nos despedimos sin rencores (¡es para subrayarlo!) y los abandono con una idea clara e imperturbable bullendo en mi cabeza.
Entro al carro y me incorporo al volante, lo aferro con furia inusitada, los veo alejarse a través del parabrisas. Es extraño el modo en que de repente un único pensamiento te renueva, te colma de un asombroso entendimiento y todo se ve más nítido bajo otro lente. Es curioso cómo luego tus neuronas van despertando hasta tus más precarios impulsos, cómo va tomando forma la intencionalidad hasta adueñarse por completo de tu voluntad y entonces la acción más deleznable se torna tan atrayente, tan racional, tan... ineludible.
Eso explicaría la determinación con que colocara la llave en el contacto, encendiera el motor del auto, maniobrara la reversa, me posicionara en la vía; aunque a mayor distancia, la misma vista frente al parabrisas. Un panorama de posibilidades, la calle desierta, las malas intenciones... ¿de verdad son malas?, colmadas a rebosar. El acelerador toma protagonismo, lo piso a fondo, dirijo el auto hacia mi objetivo, pierdo conciencia de a cuántos kilómetros por hora lo conduzco y, mientras hago cálculos, el impacto de dos cuerpos contra el parachoques descoloca mis sentidos.
Salen disparados por el aire en opuestas direcciones, la literalidad de “sacar a alguien del camino” representada al mejor estilo en una escena impresionista matutina. Mis ojos se desviven por inmortalizar cada detalle: dos manos separadas de golpe, dos masas de diferentes pesos y constituciones deformándose de manera grotesca, un baile mórbido de extremidades buscando en vano a dónde asirse o un nuevo conjunto al que pertenecer, la fuerza inimaginable con que son sacudidos a la vez en distintas partes de su anatomía, el crujir desquiciante provocado por el choque... “choque”, de pronto encuentro cierto placer culpable en esa palabra, de su corpórea existencia contra las más inverosímiles materias, su integridad rota en cientos de porciones ante la contundencia de un solo envite, los destrozos secundarios que carece de importancia mencionar. Sí, puede que de rebote se haya hecho polvo la vitrina de alguna tienda o el parabrisas de otro auto cercano, mas no quiero entretenerme en esos pormenores. En cambio, sí quiero deleitarme en lo mandado en un santiamén al garete, en la adrenalina condimentada de alivio que me invade, hay tanto rojo esparcido por doquier y dos marionetas despojadas de los hilos que las ataban a la vida vueltas nada sin representar algún papel.
Alguien toca la ventanilla, me habla a través de ella, me cuesta un mundo y cerca de más de tres llamados de atención a mi psique entenderle. ¿La bajo? No le escucho. Pienso en daños colaterales involuntariamente autoinfligidos. Se me abren y cierran los párpados con insoportable lentitud un par de veces sin siquiera verle.
 ¿Está bien?
Alguien grita: ¡Llamen a emergencias!
 ¿Está bien? Responda, ¿se encuentra bien?
¡Dios, hasta cuándo esa pregunta!
 ¿Está sangrando? ¡Está sangrando! ¡Emergencias! ¡¡Llamen a emergencias!!
¿Sangrando? ¿Dónde? Intento moverme, pero todo me duele. No puedo bajar la cabeza ni para observar mi regazo: pesa... demasiado. A duras penas consigo llevarme una mano a la cara, rozo torpe mi nariz, mis dedos se embadurnan con algo viscoso. Afuera hay excesivo ruido de fondo: bocinas, ladridos... “¿dónde... tán?”, “vie... amino”. Sonidos de ambulancia... “resista, ¿sí? ¡Re...!”. Murmullos, pitidos... “¡por... cielos, juro... venir!”, “se atravesó en...”. Patrullas, más gritos... “¡hey, no... los ojos! ¿Me...s... cha?”. ¿Campanas...?
¡Ah, aturrrden! Es curioso... cómo la imaginación suele traicionarnos. Me río de mi sueño despierto frustrado. Todavía puedo verlos doblar la esquina. Tremendo pecado pedirle al cielo que, de morir, me haga reencarnar en ella para volver a tenerte. Un sacrilegio mayor o más despreciable desearlo. Algo me quema las mejillas. El mismo ¿hombre? grita desde la ventanilla palabras que no llego a oír. Quiero pensar que es una lágrima que ha corrido a despedirse de tus labios y ha malgastado la sal en el camino al no encontrarlos. Me pregunto cuánto tarda perder la noción de todo en esta antesala donde no hay luz ni negros ni blancos ni...




Relacionada con: Desencuentro II


7 comentarios:

  1. te he descubierto y me maravilla lo largo que escribis Saludos y suerte

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias!! Espero que haya encontrado a gusto los textos y gracias también por leernos. ¡Bienvenida al Trébol! ¡Saludos!! ;)

      Eliminar
  2. Magnífico. Un juego entre el deseo, la frustración, y la ¿realidad? Besotes

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡GRACIAS!! Jaja, la realidad es mera ficción, ¿o no? ¡Besotes y un abrazote pa' ti!! ;)

      Eliminar
  3. Sí, no podías decirlo mejor y con mayor brevedad. Gracias otra vez!

    ResponderEliminar
  4. No sólo narras. Como te digo siempre (y no deja de sorprenderme), juegas con las palabras a tu antojo delante de nuestras propias narices. Los pensamientos de ella fluyen en nuestra cabeza como si estuvieran dentro. Ahora que, tienes que leer el texto deprisa para no perderte en el limbo de su irrealidad y perder así la noción de la realidad… ¿o es eso lo que pretendías? Bueno, lo cierto es que se sigue muy bien la escena, incluso en ese, aparentemente, confuso momento en que arranca el auto, atropella-se estrella, en mezcla perfecta de mente y física. Me gusta mucho, ya te digo, y no me canso de leer esa forma tan espectacular en la que hilas frases tan elaboradas que, sin embargo, parecen salir de tu cabeza en torrente, de la forma más natural. Me estoy imaginando al actor que, en una representación, tuviese que declamar tu texto de memoria… se lo pones difícil, je, je.
    Por cierto que, la ficción no deja de ser una realidad disfrazada.
    Un placer leerte, ya sabes. Y un fuerte abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Qué quedaría por contar si le quitásemos el disfraz, ah? Puede que lo pretendiese, aunque a decir verdad solo buscaba hacer una representación lo más cercana posible de lo que cruzaba por la cabeza del personaje en ese instante, reflejando esa incongruencia en que sus labios nunca llegan a hacerle justicia a sus pensamientos. El resto es lujo o... resultados "colaterales", jaja.
      Fíjate que me he imaginado al actor, pero no he logrado sentir un ápice de pena por él... y no, no es crueldad; en todo caso, alguna cualidad escondida tendrá y el texto seguro no le entrañará mayor dificultad, sino siempre puede improvisar: es lo que mejor se les da. ¡¡Gracias a montones, Isidoro!! ¡Y un abrazote!! ;)

      Eliminar

¡Coméntenos! Claro que mordemos, pero desde aquí no podemos hacerlo.

El mundo ya tiene demasiadas imitaciones. Defienda la originalidad. Con la tecnología de Blogger.