Sin Respuesta

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¿Cómo se aprende a no decirle "no" a la persona correcta por antes haberle dicho "sí" a la equivocada? Se preguntaba, viendo caer la tarde del domingo relegada a la soledad de una banca en medio de una poco concurrida plaza, mientras el treintantón de su piso, que estaba más que entusiasmado con ella, la saludaba.
Tenía toda razón de ser su inquietud. No era para menos. Venía de haber invertido tres años en la espera de que su ex le diera un papel principal en su vida y no uno secundario, anhelando convertirse en el plato de entrada y dejar de ser el postre.
Siempre le hacía lo mismo: irrumpía a su casa, empezaba a deshacerse de sus prendas antes incluso de pisar la sala, ella siempre debía estar dispuesta, lista, preparada; lo mismo daba si se quedaba unos minutos o unas horas, no se aceptaban quejas, no se hacían preguntas, no se pedían explicaciones. El hecho es que llegaba y con las mismas se iba, y si la llenaba un tanto al rato siguiente volvía a dejarla vacía.
Ella no preguntaba ni se quejaba, sabía cómo eran las cosas. Tenía que aceptarlas de ese modo, era la norma.
– ¿Hasta cuándo seguiremos así? –Se atrevió una vez a preguntar.
–Tienes que darme algo de tiempo.
–Ya estoy cansada de esperar. –Se quejó.
–Esto ya lo hemos hablado antes.
– ¿Por qué no lo haces de una buena vez? –Pidió explicaciones.
–Ya sabes cuál es tu lugar. –La reprendió él, mirándola fijamente al tiempo que levantaba el dedo índice en señal de advertencia. Ella se replegó en sí misma, contrita y lo dejó estar. Pero fue ese repetitivo último gesto, ese que hacía antes de abandonarla y marcharse, lo que la hizo romper esa estúpida regla.
–Sí. Lejos de ti.
– ¿Qué dices? –Él había dejado su gesto a medias.
– ¡Termina de ponerte tu maldito anillo, imbécil! Lárgate a vivir con la insulsa e ingenua esposa que tienes hasta que la muerte se los lleve.
No hay mucho más que contar después de eso, solo que ese día le firmó la carta de despido a aquél que había querido por error. Y ahora, mientras se esforzaba en darle la bienvenida a alguien nuevo, no lograba desinstalar el miedo de que resultara semejante al anterior. De manera que la inquietaba cómo apagar esa inútil sensación disparada cual alarma cada vez que se le acercaba alguien como el treintantón, que entretanto tomaba asiento a su lado.
Nada tenía en claro, ni siquiera la respuesta que iba a darle a él en definitiva. ¿Y si no era la persona correcta? ¿Y si volvía a decirle "sí" a la persona equivocada?
–Oye, tómatelo con calma ¿quieres? –Le escuchó decir. Le arregló un mechón de cabello rebelde que salía corriendo tras el viento y le recorrió el borde del rostro antes de apartar la mano por completo. Sonreía, como intentando transmitir esa tranquilidad que proclamaba y que a ella le faltaba. Extrañamente se sintió reconfortada.
Concluyó que no tenía respuesta a su más grande interrogante, ni al montón de pequeñas incógnitas que atenazaban su cabeza. Le devolvió la sonrisa a su acompañante y dejó que la paz que impregnaba esa tarde la invadiera.





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