Hasta Donde El Tren Nos Lleve

/
0 Comentarios


–Señor, debe firmar esto también. –La lapicera baila entre mis dedos, el abogado me mira anhelante, impaciente por cerrar un extenuante proceso; ella, la que pronto he de llamar mi ex esposa, no aparta la vista de la mesa. Me pregunto qué verá. Las líneas de la madera no son ni de lejos tan interesantes. Es solo su forma de dejar claro que está, que existe, pero que yo le soy indiferente e insignificante. Odio eso, cuándo pasó a tal punto de mí. Cuándo dejó de necesitarme, cuándo se volvió tan independiente como para preferir la soledad y prescindirme. Seguro que tiene otro. La muy ingrata se buscó a otro. Si no, cómo se explica su indolencia, esa frialdad con la que reduce años de matrimonio a un simple trámite. Bueno, simple no ha sido. Por mí podría quedarse con todo, pero cada vez que veía que se aferraba a algo le plantaba pelea a sabiendas que así sería mucho más difícil deshacerme de ella. Y ella mordía presta el anzuelo, cosa que me cabreaba sobremanera. Increíble que hasta ahora saliera a relucir su don materialista, su empeño por adueñarse hasta de la cosa más mínima. Jamás habría creído que el tiempo que vivimos juntos podría caber en un inventario de bienes. Si tan solo se hubiera aferrado una décima a mí como a esas puñeteras cosas...
–Sr. Su firma, por favor. –El abogado insiste. ¡Que le den! No archivará el caso hasta que a mí se me antoje garabatear el papel.
– ¿Quieres firmar de una buena vez? –Ahora es ella quien insiste. Pues parece que no me da la gana, tendrá que aguantarse... Minutos… Horas, tal vez. ¿Cuánto más podré ponerle largas? Suelto la lapicera y rueda sobre la mesa. El abogado se cruza de brazos obstinado, ella resopla y se apoya en el respaldo de su asiento haciendo un gesto cansino.
– ¿Alguna vez durante todo este jodido proceso te pusiste a pensar en lo que yo quería?
–No estoy para tus juegos, acaba ya y estampa tu maldita firma en esa estúpida hoja.
–Mira al fin hay algo en lo que te doy la razón, es una estúpida hoja. –Tras decirlo rompo la hoja en dos y le alcanzo un trozo–. Pensé que quizá querías repartir eso también, te he dejado la parte más grande como ves.
– ¿Qué crees que haces?
–Da gracias que no tuvimos un hijo, porque no imagino qué pedazo hubieses decidido llevarte contigo.
– ¡Ya para, esto no tiene sentido alguno!
– ¡Vaya! Otra cosa en la que estamos de acuerdo. Creí que jamás volveríamos a tener algo en común. ¿Me explicas? Aun no lo entiendo. –La miro, la observo en serio, ella me sostiene la mirada. El abogado pasa a segundo plano, casi lo escucho decir: “Otro proceso en vano”. Ella aparta la vista, ahora me esquiva. Otra vez me esquiva. Todavía no me acostumbro a que lo haga.
–Para mí también ha sido duro.
–¿En serio? Porque parecía que te la estabas pasando en grande. –Niega imperceptiblemente con la cabeza y me atraviesa con los ojos, como diciéndome en silencio “No te enteras de nada”.
–Yo tampoco quise esto  –susurra.
–Qué raro, nunca te vi luchar así por algo en tu vida.
–Ni yo a ti.
–Yo no luchaba por las cosas, lo hacía por, por... Sabe debería traernos otra hoja de estas –me dirijo al abogado.
–Yo lo hacía porque te importaban, incluso más que yo. –Me dice mientras el abogado se ausenta.
–Pues qué equivocada que estabas. –El abogado vuelve, coloca la hoja en la mesa. Esta vez la firmo sin dudar. Después de todo es lo que ella quiere, siempre ha sido lo que ha querido ella. Dejo la lapicera en la mesa, le tiendo el papel con mi "maldita firma"–. De hecho, qué equivocada que estás.
Es lo último que digo. Me levanto de la mesa para salir de la sala pensando que, por lo general, la gente cree que el divorcio termina cuando se imprime la última acta y se estampa la última firma, pero es todo lo contrario, es realmente ahí cuando inicia.
Abro la puerta y antes de atravesarla escucho el sonido de un papel al rasgarse. Volteo, ella me observa culpable sosteniendo ambos trozos de la hoja que acabo de firmar mientras asoma nerviosa una sonrisa a sus labios. Sonrío y por el mismo hilo de pensamientos que acudían a mi cabeza concluyo: Es una suerte que no haya iniciado el mío.


Aldo Simetra




No hay comentarios:

¡Coméntenos! Claro que mordemos, pero desde aquí no podemos hacerlo.

El mundo ya tiene demasiadas imitaciones. Defienda la originalidad. Con la tecnología de Blogger.