Malas Cuentas

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“Word” by Andrey Bobir

¿Cuántas almas y deseos incumplidos guardarán las estrellas?
Carmina extravía su mirada por el techo mustio y sombrío de una habitación en penumbra. Hace meses la vela un cielo de color ocre mortecino y los únicos astros que lo iluminan tienen la forma de los nudos y acebolladuras de los tablones de madera podrida que descansan a escasos palmos de distancia sobre su cabeza.
¿Cuántas lágrimas habrá camuflado la lluvia?
Al lado, muy cerca de su oreja derecha, nunca deja de escampar una gotera. Su flujo exiguo e intermitente le causa sordera. Supone que afuera las tempestades no cesan. Adentro tampoco. Se lo susurra una voz en su oreja izquierda, por dónde cree que en las malas horas se le cuelan los demonios a persuadirla con pensamientos malditos. Le atormenta la idea de que todos, mojados o no, en el interior llevan un diluvio.
¿Cuántos suspiros y anhelos arrastrará el viento? ¿Cuántas ganas habrá recogido el mar en su orilla?
Coge aliento con cuidado, temiendo que una inspiración suya baste para hacer desaparecer su mundo inmediato junto con quienes lo habitan. El olor a salitre desprendido de la tierra y las cuatro paredes que la contienen se lo impide. Tose en un intento vano de devolver la pestilencia que involuntariamente se ha tragado. Es inevitable no pensar que de algún modo su cuerpo le hace casa al vicio. Expira con dificultad sabedora de por qué percibe tan cargado el aire: todavía anhela poder arrasar todo de un soplo sin sentirse culpable.
¿Cuántos secretos se han escondido en la noche y cuántos más pasan desapercibidos a la luz del día? ¿De cuántos insomnios habrá sido testigo la luna?
Un bostezo inesperado le impone calma, pero sabe de sobra que a pesar del cansancio no podrá obedecer: sus párpados enemistados, lejos de ofrecer rendición, hacen guardia permanente para no plegarse, y el campo de batalla en el que se ha convertido su estómago, en falso sosegado con el agua y pan escasos recibidos, presenta apoyo para que la paz nunca la visite.
¿A cuánto asciende la lista de personas extraviadas en las nubes? ¿Con cuántas canciones se llenará la ausencia?
“Pa-a-az”, tararea mientras un escalofrío le recorre el centro de la espalda. Esa palabra siempre le cae cual balde de agua helada. La relaciona con la muerte, de todas las veces en que ha debido desearle descanso a los restos de alguien que quiso y ahora habita terrenos desconocidos. Los rememora en silencio. Se autocastiga preguntando inútilmente su paradero. La única certeza que le queda es el  convencimiento de estar tan perdida como ellos y de que la tranquilidad completa solo la alcanzará cuando también se descompongan sus huesos. 
¿Cuántos fantasmas se alojan en el vacío? ¿De cuántos amores no expresos habrá sido testigo el silencio y de cuántos otros prohibidos habrá sido cómplice?
Una sombra informe surge de un rincón y baila sin decoro frente a ella. No puede transferir su silueta a algo o nadie conocido, pero aun así le pone nombre. La llama sigilosa con una mano y presume acompañarla en sus movimientos haciéndola resbalar entre sus dedos... cada gesto sutil a la nada esconde una caricia a alguien que está lejos.
¿Cuánto polvo acumula el recuerdo? ¿Cuánta esperanza hay puesta en el horizonte?
Estornuda, no sabe si por la suciedad o el frío; con seguridad por ambos. Toda su pena se evidencia de golpe en un hondo suspiro a la par que su alma grita por auxilio. La socorrería dejándole emprender el vuelo, sin embargo no hay ventanas desde donde desplegar las alas y teme que termine tan prisionera como ella en esa pocilga que le hace las veces de morada. Dibuja una línea imaginaria más allá de donde alcanza su visión sin distinguir un punto definido. Sus pupilas le sirven de enlace hacia otra dimensión cada vez que necesita inaugurarse otro universo. “Aún no estoy allí”, se dice. “Pero un día...”
¿Cuántos parpadeos separan al despertar del sueño...?
— ¡Ah, niña!
El timbre de una voz la interna en sus pesadillas.
¿A los cuántos malos tragos cogen mejor sabor las penas?”
Se le hace un nudo en la garganta y la saliva se le acumula momentáneamente en la boca. La náusea hace presencia para anunciarle que no tiene estómago para un infortunio más.
— ¡Ya deja la contadera!
¿Cuántos errores puntúan para presumir de experiencia?”
—Mejor prueba con ovejas...
¿Cuántas capas de fragilidad oculta la dureza?”
—...me deprimes a la mitad de tus compañeras y la otra, se queda en vela no más por oírte.
Se desmorona de repente, apenas sin dar muestras de ello. Las lágrimas le bañan las pupilas, pero, como resultado de la práctica obligada de la contención, ninguna resbala por sus mejillas.
— ¡Así no me van a rendir mañana con la clientela!
“¿Cuánta inocencia lleva a cuestas el verano? ¿Cuántas cosquillas ha recibido el cielo a causa de los orgasmos?”
Ríe sacudida por tenues espasmos tal si alguien le hurgara el vientre de improviso, mas sus carcajadas desentonan en la estancia y esbozan trazas de locura en una docena de miradas.
— ¿Con cuántos zapatos se ha encariñado esa piedra del camino? ¿Cuántos árboles llevan en su corteza un tatuaje no elegido...?
Mientras lo dice se repasa una y otra vez una cicatriz reciente en el antebrazo, vestigio mudo de cuándo dejó de pertenecerse y empezó a convertirse en propiedad... de alguien más.
— ¿Cuánto cansancio abarca un bostezo? ¿Y cuánta hambre? ¿Y cuánto...?
— ¡Cállate, ¿quieres?!
La pregunta no demanda respuesta. Su rostro se contorsiona brutalmente al recibir el impacto de una bofetada a mano cerrada. La fuerza del envite la vuelca hacia el suelo, choca con una cubeta en donde se recogía el llanto a cuentagotas del techo y ésta desparrama el contenido mojando sus harapos y salpicando a un par de sus compañeras de cuarto. No obstante, lo que detiene su caída es el tabique más cercano, cuya superficie se desmorona al contacto con su cuerpo y la impulsa de regreso a la raída e inmunda colcha en la que minutos antes intentaba conciliar el sueño. Para sumar a su pesar, una viga embarazada de termitas decide dar a luz sobre su cabeza, un millar de partículas de polvo consiguen descanso dentro de sus ojos y su boca, dándole al instante la bienvenida a un incontrolable acceso de tos. Recibe una severa palmada en el mero centro de la espalda que la sume en otra especie de ahogo...
— ¡Duérmete ya o te mando a encerrar con Bruto! Será peor que atender a diez bárbaros a la vez. —Varias expresiones de pavor y asombro se despliegan al unísono— ¡Y ustedes también! Donde vea a alguna bostezar durante la jornada...
La mudez y la escasez de ruido imponen silencio, juntas perfilan un cuadro de sumisión y forzada obediencia. —“¡Ya deja la contadera! ¡Ya deja la contadera!”—. Carmina se rebela entre sollozos. Internamente hace una relación de su edad, los años vividos y por vivir, los días de cautiverio y de libertad, los kilogramos de su carne y su piel, cual mercancía inacabable, vendidos y aún por vender, las monedas de las cuales solo había cobrado el sonido y las que todavía le faltaban escuchar... las cuentas jamás le terminaban de cuadrar.






4 comentarios:

  1. Magnífico y terrible, Fritzy. Tanto por tu original y personalísima forma de narrar, como por lo que se esconde tras las letras. Oe mejor dicho, por lo que gritan a los cuatro vientos. El ambiente que has recreado para la escena es opresivo, asfixiante, como si la protagonista hubiese estado enterrada en vida. Cuántas preguntas sin respuesta, cuántas cuentas que no salen. Triste lacra de nuestra mal llamada humanidad, cuando las personas dejan de ser personas, para ser números, para ser ceros detrás de un uno.
    Como te he dicho otras veces, tus textos tienen tal riqueza, que obligan a leerlos más de una vez, pues en cada repaso, se captan matices que se habían dejado escapar la primera vez. seguro que, si otra vez lo leyese, algo nuevo descubriría. Genial como siempre, es un placer leerte. Excelente compañera. Un fuerte abrazo.

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    1. ¡GRACIAS!! Quizá lo más irónico de que las personas pasen a ser números es precisamente que "dejan de contar". Puede que por ello Carmina insista tanto en hacerlo, para no perder la noción de su valor como persona aún cuando las condiciones que la rodeen la degraden.
      Me contenta que valores de ese modo mis textos y que descubras algo nuevo en cada relectura, así no resultan aburridas. :)
      Ah, y el placer es mío. ¡Muchísimas gracias y un abrazote, Isidoro! ;)

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